Leía estos días en la prensa acerca del
estreno en el festival de cine de Sundance de Remembering
the artist Robert De Niro Sr., el primer documental dirigido por el actor
Robert De Niro y en el que cuenta la vida de su padre, un pintor menor vinculado
al expresionismo abstracto americano y en la esfera artística de Kooning y
Pollock, pero cuya obra pictórica logró no obstante parva notoriedad, en paralelo a su también frustrada vida sentimental.
Separados sus padres
tras descubrir el pintor su homosexualidad y a los pocos meses de nacer De Niro,
en esta cinta el actor, más allá de retratar la vida y relaciones privadas de
su familia, reivindica por encima de todo la figura de su padre —fallecido de
cáncer en 1993— como artista: "Quería que mis hijos pequeños, los que
nacieron tras la muerte del abuelo, supieran quién fue mi padre, qué hizo y lo
que representa en la historia del arte". Y
son precisamente las pinturas de Robert De Niro Sr. el vehículo para contar y
mostrar no solo su experiencia vital y pictórica, sino también el contexto
histórico artístico de aquella época, la de los 60 americanos.
Este “inventario de vida” realizado sobre
su padre por De Niro me ha recordado al que, en 2010, el escritor Marcos Giralt
Torrente hizo a su vez del suyo, el pintor Juan Giralt, en el libro Tiempo de Vida, también tras la muerte
de aquél en el año 2007, consecuencia de una enfermedad terminal;
también un padre separado tempranamente
de su madre; también un progenitor pintor con escaso reconocimiento, aunque
esta vez en España y encuadrado en la llamada “generación perdida” de los años
60; también recuperación de la memoria de un padre como legado para sus
nietos.
Debe de ser inmensamente difícil
escribir sobre algo tan íntimo como la familia, más sobre las luces y sombras vitales de alguien tan próximo, de los avatares y contrastes en la
relación entre un padre y un hijo. Difícil cuando el padre aún está vivo, todo
un lance emocional una vez fallecido. ¿Desde qué lugar personal contar,
más afectivo o más cerebral? ¿Abrirse en canal o replegarse? ¿Qué episodios
revelar y cuáles mantener en la reserva? ¿De qué mirada servirse, de la del
hijo niño o la del hijo adulto? ¿Qué voz usar, la de un narrador individual o
la de un contador plural familiar? ¿Foco fijo o variable? ¿Objetivo normal, ojo
de pez, gran angular o teleobjetivo?
Tantas elecciones son necesarias para
un tema tan personal y comprometido. Así explica esa experiencia Marcos Giralt sobre y en el propio Tiempo de vida: “Hasta ahora no había
escrito con mi propia voz. Había escrito ficcionalmente sobre la realidad, siempre se
escribe sobre ella, pero ni era mi realidad
ni era yo quien narraba. Es una sensación nueva que aturde. La ficción te
permite decirlo todo. Con tu propia voz, en cambio, o bien tienes la tentación
de callar, o bien echas de menos poder inventar.”
No sabemos desde qué perspectiva cuenta
De Niro la vida de su padre, tan solo conocemos su pretensión expresada de
focalizar el interés del documental, que esperemos se estrene pronto en España,
en la obra y memoria de De Niro Sr. Una determinación arriesgada, lo mismo que la de
Marcos Giralt, del que, cuando ganó el Premio Nacional de Narrativa 2010 con Tiempo de vida, escribí en mi blog de
aquel momento: «Un relato valiente, honesto y valga la redundancia de finísima sutileza
de un tiempo de vida, el de su padre, con un título a la manera del “time of
life” de los ingleses, cronológico —más que enfático o simbólico—, como el
autor me comentaría una Noche de los Libros en una conocida librería de Madrid,
cuando aún faltaba un tiempo de dos meses para su publicación y durante una
conversación que no he olvidado».
MAR REDONDO
Sí que se le encoge a uno el hígado pensando en cómo sería el relato de su propia vida (y de las personas que la han conformado ), contada con su propia voz, nadando a contracorriente entre el miedo a la desnudez sentimental y la tentación de cambiar la realidad. Si fingimos al vivir cómo no vamos a fingir al escribir...
ResponderEliminarLuca
Luca, sin duda supone ponerse en una picota emocional de la que, por mucho que quieras, no sales indemne. Hay un antes y un después de la "confesión", pero creo que lo peor es el "durante", el riesgo constante mientras la realizas de abandonarte a la ficción, de maquillar por no enfrentarte a la realidad o, aún más, el riesgo de abandonar a secas.
ResponderEliminarMar Redondo