21/1/15

ALEROS DE VIETNAM




  De las mil y una cosas que alcanzamos a conocer en un viaje, hay siempre una que se instala de un modo especial en nuestra memoria. No por fuerza ha de ser la más grandiosa. Puede que sea la más delicada, o un fragmento curioso de algo, o la que ante nuestra mirada subjetiva encarna connotaciones que la convierten en única. O, quién sabe, a lo mejor aquella que ha ido apareciendo a lo largo del viaje desplegando todas su riqueza bajo formas o expresiones diversas. Por ejemplo, de mis andanzas por Centroeuropa con sus imponentes castillos, catedrales, puentes y por supuesto su formidable paisaje natural, lo que recuerdo de forma muy singular no es nada de todo esto, sino esos pequeños relojes en lo alto de las incontables torres de iglesias y ayuntamientos de los lugares por los que pasábamos. Los relojes: tan iguales, tan distintos; tan repetidos, tan irrepetibles. Si me preguntasen qué es en mi opinión lo más característico de aquella zona, diría sin dudarlo que los relojes de las torres —o las torres con relojes—. Incluso se me pasó por la cabeza hacer una especie de póster-collage con todas las fotos de ellos que hice; al final se quedó en agua de borrajas, pero no descarto hacerlo algún día.


  Quién sabe, tal vez me anime por fin a ello y, en vez de los relojes centroeuropeos, use las múltiples imágenes que me traje de los remates de los tejados en los templos y pagodas de Vietnam, de donde volví no hace aún tres meses. Porque ese detalle de los aleros, o voladizos, como queráis, con diferencia es el que con más intensidad se me ha grabado de mi escapada asiática. Son magníficos el teatro de marionetas, la Bahía de Halong, los mercados, el delta del Mekong, el traje típico de la mujer vietnamita (el áo dài, del que no pude resistirme a comprar la parte superior, una especie de túnica ceñida al pecho y luego abierta hacia abajo en los costados)… ¡Pero esos tejados rematados en curva!

       Supongo que el bagaje vital y cultural de cada uno influye en el tipo de detalles que, de entre todo lo que ve, extracta al final como “especial”. Con seguridad, mis compañeros de viaje habrán seleccionado otro u otros detalles distintos al que yo he elegido. Me he dado cuenta de que, inconscientemente, suelo quedarme con: algo pequeño o un fragmento de algo —quizá porque las sensaciones que produce pueden revivirse después más fácilmente—; algo realizado por el hombre; algo con significación artística; algo que no decepciona al verlo después en fotografía —como por el contrario ocurre a menudo con los paisajes naturales—. Y otro algo al menos para mí imprescindible: que sintetiza y refleja la esencia, la sustancia de esa fracción de mundo en la que temporalmente me encuentro, aunque a veces esto no lo sabes solo con contemplarlo, son que lo descubres más tarde leyendo cosas acerca de ello.




   Y los aleros de los tejados vietnamitas reúnen a mi modo de ver todo eso: 1) Son una parte de un todo, más fácil de aprehender, de llevarse consigo y de “resentir” una vez lejos de ellos; 2) me fascinan desde el punto de vista estético, esa forma de cuerno es un sutil elemento de ritmo, de movimiento (yang) en un edificio de líneas rectas, estáticas, monótonas (ying); 3) no decepcionan al verlos en foto, siguen conservando gran parte de su belleza; 4) y, lo que es más importante, simbolizan aspectos relevantes de la cultura vietnamita (es una parte pero es un todo): la veneración a los ancestros, ya que al parecer esa forma curvada imita las tiendas de campaña donde aquellos habitaban, y se dice también que así se evitan los ángulos rectos en los que los espíritus de los mismos se enredarían las alas; la importancia de la artesanía, del trabajo manual, a través de las figuras que los decoran que a su vez muestran su amor por la naturaleza, por lo terrenal (ying) —de ahí la presencia de tortugas, peces, flores, bambú— y de su devoción hacia el estudio y el conocimiento como herramienta del poder espiritual supremo (yang) —ahí están esos dragones con connotaciones de sabiduría, poder, crecimiento, energía; ese dragón que también, según cuenta una leyenda, al agitar su cola para defender al imperio vietnamita del invasor chino, dio lugar al paisaje de islotes de la Bahía de Halong, otra característica vietnamita notable, la explicación del presente en el pasado, en lo legendario.




  Soy consciente de que si hubiese visitado antes China, probablemente los tejados vietnamitas me habrían pasado algo más desapercibidos, ya que el modelo en el que se inspiran, como tantas otras cosas en Vietnam, no es otro que el chino. Razonable teniendo en cuenta que la historia de este país se ha entretejido con la de su vecino colindante del norte, por quien ha sido invadido reiteradamente. Por suerte, de esas invasiones no quedó solo lo negativo, el inevitable recelo hacia el invasor, y sí muchas cosas bellas, como estos tejados con los aleros en curva o, como también se les llama, tejados ying-yang.


MAR REDONDO


2 comentarios :

  1. Me ha gustado mucho Mar, a veces en los pequeños detalles reside la salsa de la vida. 😙

    ResponderEliminar
  2. Me alegro de que te haya gustado, Piedad. Y sí, es el valor de las pequeñas cosas.

    ResponderEliminar