14/1/15

TEATRO SOSTENIBLE, CINE SOSTENIDO, por Juan M. Querejeta




Hace pocos días leí en el diario EL MUNDO que RTVE había pagado un millón de euros por un pase (el 1 de marzo de 2013) de la película La piel que habito. Exactamente 1.040.600 euros (para quien haya perdido la noción de las cantidades, más de 173 millones de pesetas) según datos de la Intervención General de la Administración del Estado (IGAE). El artículo planteaba dudas sobre la "rentabilidad" de la emisión en la televisión pública de algunos largometrajes teniendo en cuenta la relación coste-audiencia. La película de Almodóvar, por ejemplo, habría obtenido un share del 15,72%, mientras que el largometraje de Alex de la Iglesia Balada triste de trompeta ocupa el segundo lugar de la tabla, con un coste de emisión de 889.850 euros y un share de tan sólo el 3,28%.
Estos datos pueden resultar más o menos llamativos en sí mismos, pero no he podido evitar relacionarlos con lo que planteaba en mi anterior intervención en estas páginas, hace unas semanas, sobre las posibles ayudas al teatro por parte de las televisiones públicas. ¿De verdad merece la pena pagar esas cantidades de dinero público por un único pase? Tal vez haya quien lo justifique para determinadas películas, pero me cuesta aceptar que se haya pagado tanto por la de Almodóvar, o casi medio millón por el pase de Gordos y otro tanto por el de Primos, ambas de Daniel Sánchez Arévalo. Lo siento, me parece una barbaridad, aunque admito que ésta es una apreciación subjetiva.
Por lo visto, los pases en la televisión pública forman parte de la contribución obligada por ley para apoyar al cine español, lo que nos debería hacer pensar en los criterios aplicados para otorgar las subvenciones. Me he dado una vuelta por la red buscando datos y opiniones sobre dichos criterios y la verdad es que cada cual se lleva el tema a su terreno, y eso es exactamente lo que voy a hacer yo:
¿Por qué no utilizar para el teatro los mismos mecanismos de apoyo al cine? No se trata sólo de hacerlo económicamente viable, que también, sino de fomentarlo. El cine no necesita ser fomentado. Todo el mundo es aficionado al cine, de uno u otro género, con visiones más o menos críticas, con diferentes perspectivas o exigencias intelectuales, pero todo el mundo va alguna vez al cine. En cuanto al teatro, sin embargo, hay mucha gente que ni siquiera lo conoce. Por eso pienso que es tan importante llevar el espectáculo dramático a la pantalla del televisor. Resulta por lo menos curioso que desde hace años exista un número de largometrajes —no he podido conseguir las cifras— que, aun siendo subvencionados, no llegan a estrenarse. SE EMPLEA DINERO PÚBLICO EN SUBVENCIONAR PELÍCULAS QUE NO SE VEN. El teatro, o se estrena o no existe. Ningún organismo pone un euro para una obra que no llega a pisar las tablas.



Y hablando de subvenciones al arte ¿Qué pasa con la literatura? ¿Y con las artes plásticas? ¿Y con la música o la danza? A un escritor del montón nadie le anticipa dinero público para un proyecto, y los escritores consolidados, pocos, a lo más que aspiran es a que una editorial les encargue un libro, siempre desde la iniciativa privada. Sin embargo, es la gente del cine la que no para de piarlas —con más o menos razón en según qué casos—, cuando deberían centrarse en la adaptación a los nuevos tiempos. Llevan mucho tiempo protestando sonoramente, conscientes de que su medio artístico es el más influyente en la opinión pública. Desde la pantalla —y desde eventos pagados con dinero público como son las galas— se puede hacer más y mejor proselitismo de muchas cosas, y de eso se valen.
Y llegamos al tema del IVA. Es innegable que la subida del IVA cultural hasta el 21% ha sido, cuando menos, una torpeza, y también es innegable que la repercusión para el teatro ha sido mucho más significativa que para el cine. La subida del 13% para una entrada de cine supone un incremento medio de 80 céntimos, mientras que en el teatro el incremento medio sería de casi 3 euros. Si la gente no va al cine —o va menos— es, fundamentalmente, porque se baja las películas de Internet en lugar de verlas en las salas comerciales, que, por cierto, se parecen cada vez más a un merendero. España es uno de los países donde más se critica la política de ayudas y, al mismo tiempo, donde más se piratean el cine y las series televisivas. Esa doble moral tan nuestra.
JUAN M. QUEREJETA

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