De las mil y una cosas que alcanzamos a
conocer en un viaje, hay siempre una que se instala de un modo especial en
nuestra memoria. No por fuerza ha de ser la más grandiosa. Puede que sea la más
delicada, o un fragmento curioso de algo, o la que ante nuestra mirada
subjetiva encarna connotaciones que la convierten en única. O, quién sabe, a lo
mejor aquella que ha ido apareciendo a lo largo del viaje desplegando todas su
riqueza bajo formas o expresiones diversas. Por ejemplo, de mis andanzas por
Centroeuropa con sus imponentes castillos, catedrales, puentes y por supuesto su
formidable paisaje natural, lo que recuerdo de forma muy singular no es nada de
todo esto, sino esos pequeños relojes en lo alto de las incontables torres de
iglesias y ayuntamientos de los lugares por los que pasábamos. Los relojes: tan
iguales, tan distintos; tan repetidos, tan irrepetibles. Si me preguntasen qué
es en mi opinión lo más característico de aquella zona, diría sin dudarlo que
los relojes de las torres —o las torres con relojes—. Incluso se me pasó por la
cabeza hacer una especie de póster-collage con todas las fotos de ellos que
hice; al final se quedó en agua de borrajas, pero no descarto hacerlo algún
día.
Quién sabe, tal vez me anime por
fin a ello y, en vez de los relojes centroeuropeos, use las múltiples imágenes que
me traje de los remates de los tejados en los templos y pagodas de Vietnam, de
donde volví no hace aún tres meses. Porque ese detalle de los aleros, o
voladizos, como queráis, con diferencia es el que con más intensidad se me ha grabado
de mi escapada asiática. Son magníficos el teatro de marionetas, la Bahía de
Halong, los mercados, el delta del Mekong, el traje típico de la mujer
vietnamita (el áo dài, del que no
pude resistirme a comprar la parte superior, una especie de túnica ceñida al
pecho y luego abierta hacia abajo en los costados)… ¡Pero esos tejados rematados
en curva!
Supongo que el bagaje vital y
cultural de cada uno influye en el tipo de detalles que, de entre todo lo que
ve, extracta al final como “especial”. Con seguridad, mis compañeros de viaje
habrán seleccionado otro u otros detalles distintos al que yo he elegido. Me he
dado cuenta de que, inconscientemente, suelo quedarme con: algo pequeño o un
fragmento de algo —quizá porque las sensaciones que produce pueden revivirse
después más fácilmente—; algo realizado por el hombre; algo con significación
artística; algo que no decepciona al verlo después en fotografía —como por el
contrario ocurre a menudo con los paisajes naturales—. Y otro algo al menos
para mí imprescindible: que sintetiza y refleja la esencia, la sustancia de esa
fracción de mundo en la que temporalmente me encuentro, aunque a veces esto no
lo sabes solo con contemplarlo, son que lo descubres más tarde leyendo cosas acerca
de ello.
Supongo que el bagaje vital y cultural de cada uno influye en el tipo de detalles que, de entre todo lo que ve, extracta al final como “especial”. Con seguridad, mis compañeros de viaje habrán seleccionado otro u otros detalles distintos al que yo he elegido. Me he dado cuenta de que, inconscientemente, suelo quedarme con: algo pequeño o un fragmento de algo —quizá porque las sensaciones que produce pueden revivirse después más fácilmente—; algo realizado por el hombre; algo con significación artística; algo que no decepciona al verlo después en fotografía —como por el contrario ocurre a menudo con los paisajes naturales—. Y otro algo al menos para mí imprescindible: que sintetiza y refleja la esencia, la sustancia de esa fracción de mundo en la que temporalmente me encuentro, aunque a veces esto no lo sabes solo con contemplarlo, son que lo descubres más tarde leyendo cosas acerca de ello.
Me ha gustado mucho Mar, a veces en los pequeños detalles reside la salsa de la vida. 😙
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado, Piedad. Y sí, es el valor de las pequeñas cosas.
ResponderEliminar