Cuando abres un libro con las
páginas amarillentas por el paso de los años tienes en tus manos mucho más que
un texto; mucho más que una obra literaria. En tus manos está la historia de ese ejemplar concreto; de cuándo, dónde
y por qué lo compraste. O de quién te lo regaló y por qué lo hizo. En cualquier
caso, un libro es mucho más que un simple texto; es un fragmento «tangible» de
tu vida. Ahora bien: si se trata de un libro de segunda mano, de un libro
usado, la experiencia se enriquece sustancialmente con el misterio de todo lo
relacionado con su anterior o anteriores propietarios, y puedes preguntarte —yo
me lo he preguntado muchas veces— quién y por qué se deshizo del libro. En ese
caso, también es un fragmento «tangible» de otras vidas.
Hace unas semanas compré en un
puesto «de viejo» un ejemplar del poemario de Pablo Neruda Cien sonetos de amor, en su cuarta edición de 1969 publicada en
Buenos Aires por Editorial Losada. Estuve un rato hojeándolo, buscando algunos
de los sonetos más peculiares —los hay que parecen acertijos— como el XLIV, que
comienza:
«Sabrás que no te amo y que
te amo
para terminar:
Por eso te amo cuando no te
amo
y por eso te amo cuando te
amo.»
Podríamos hablar largo y tendido sobre
la poesía de Neruda, pero lo que me ha traído a escribir estas líneas es que,
cuando me disponía a cerrar el libro para guardarlo, descubrí la siguiente
dedicatoria:
Para Leonor, por si acaso.
Ramiro
6-1-72
Desde entonces, cuando releo la
dedicatoria siento que probablemente yo sea el único testigo de un amor que se
desató hace más de cuarenta años. Me imagino a un Ramiro, cualquier Ramiro,
escribiendo esas pocas palabras nervioso, encogido por el temor ante una
posible respuesta negativa, si bien, la dedicatoria tiene un toque de ironía
con ese «por si acaso», como diciendo
«a ver si cae». Sin embargo, no me cabe duda de que la ironía de Ramiro era un
escudo preventivo frente a males mayores, como el desdén o la indiferencia.
Nadie regala poesía porque sí; por si
acaso.
Nunca sabremos si Leonor fue
receptiva o si, por el contrario, pasó del tal Ramiro, pero yo sé que aquel
amor existió; tengo la prueba. Acaricio las páginas amarillas como si fuera
posible percibir alguna vibración de aquello que sucedió hace tanto tiempo y me
pregunto qué habrá sido de Leonor y de Ramiro. Tal vez, por un aquél del azar o
del destino, uno de ellos lea esta revista y se reconozca, pero de cualquier
modo, no estaría de más que cualquier lector o lectora que conozca a una Leonor
o a un Ramiro se lo hagan saber. Por si acaso. Este episodio es el mejor
ejemplo de que un libro impreso es mucho más que un mero soporte; la curiosa
dedicatoria le aportó al poemario de Neruda una vida suplementaria y creó un
hilo conductor que nos une con los protagonistas de aquella historia. Y mi pregunta
es: ¿Puede transmitirse algo parecido con un libro digital? Evidentemente, no.
Se ha escrito mucho sobre el tema y
no quisiera parecer un retrógrado anacrónico, un troglodita tecnológico, si
manifiesto mis preferencias irrevocables por el libro impreso. No quiero entrar
en un tema de debate ya manido. Reconozco que las cosas cambian y las nuevas
tecnologías nos aportan grandes avances que nos hacen la vida más fácil, pero lo
cierto es que nada de lo relatado anteriormente hubiera sido posible. A los
libros electrónicos, por mucho tiempo que pase, no se les ponen las páginas
amarillentas, envejecidas. En los libros electrónicos no hay dedicatorias y la
operación de regalar uno se me antoja de lo más frío. Además, y como razón de
peso, argumentaré que con uno de esos cacharros tampoco podría usar los deliciosamente
cursis marca páginas victorianos que adquirí en la Wallace Collection de
Londres.
JUAN M. QUEREJETA
Feliz verano y gracias por abrir las puertas de vuestro cálido ático¡¡¡¡
ResponderEliminarSiempre estarán abiertas para quien guste asomarse.
EliminarGracias.