¿Qué es un verano sin una tumbona o un buen viaje? ¿Y tumbona y viaje sin un buen libro bajo el brazo? Hay mil opciones de lectura que elegir para acompañar las vacaciones. Yo os dejo dos bien distintas pero igual de atractivas para completar vuestras maletas, y ambas, sí, por querencia y deformación profesional de quien escribe estas líneas, libros de relatos.
Para lectores con ganas de pasearse literariamente hablando por el Este de Europa, concretamente Rumanía, una parada magnífica es Las Bellas Extranjeras, de Mircea Cartarescu (Impedimenta, 2013), Premio Euskadi de Plata 2014. El libro contiene tres relatos de un humor extraordinario, con un estilo narrativo que podríamos llamar folletinesco —bien distinto del de sus anteriores libros Lulú y Nostalgia, más cercano al hipnotismo del mundo onírico—, donde el autor, considerado el más importante de la literatura rumana en los años 80, cuenta las aventuras cuasi kafkianas de un escritor (que identificamos con el propio Cartarescu) al contacto con otros escritores y/o artistas dentro y fuera de las fronteras rumanas. Os dejo un fragmento de Ántrax, el primer relato del libro, que espero os anime a leer el resto:
"Me detuve en lo alto de la gigantesca escalinata —una silueta negra como las de las películas expresionistas alemanas—, para abrir la carta. Pero algo me disuadió, porque, en medio de aquella luz turbia, conseguí descifrar algo de aquella caligrafía deshilachada, como de alumno con problemas psicomotores, que emborronaba el sobre. Mi nombre estaba escrito de forma completamente fantasiosa, pero eso no me pareció en absoluto sorprendete: unos pocos años antes, estando en la feria del libro de Leipzig, había visto mi fotografía colocada sobre un inmenso cilindro de neón y debajo se me anunciaba como Mircea Scartarescu... Mucho más extraña me pareció la inscripción que recorría el sobre de una punta a otra, en diagonal, y que rezaba: «Why don't you sneeze?» Me fulminó entonces una idea siniestra. ¿Que estornude? ¿Por qué voy a estornudar? Estremecido, palpé el desgastado sobre. Contenía una serie de estructuras complejas de diferente textura y con una especie de polvo... Sentí entonces que los dedos me quemaban y dejé caer el sobre...
Era la época de la historia con el ántrax...
Bastaba con inhalar una sola vez así un sobre así y... eras hombre muerto. Además, la muerte por ántrax no era en absoluto feliz: se te encharcaban los pulmones y morías por asfixia, lentamente, tras varias horas de agonía.
No era como para tomárselo en broma. Aquella invitación al estornudo se me antojaba ahora una alusión de lo más clara. ¿Cuándo estornuda alguien? Cuando aspira un polvillo, unas partículas... "
Mi segunda recomendación es más de aquí, se trata de Perturbaciones. Antología del relato fantástico español actual (Salto de Página, 2009), una colección de relatos de corte fantástico de varios autores, como José María Merino, Ignacio Ferrando, Jon Bilbao —a cuyo relato Belígero dedicamos hace un tiempo nuestro artículo "Narro, luego pinto"—, Ángel Olgoso o Carlos Castán entre muchos otros, y en cuyo interior, como señala su prologuista Juan Jacinto Muñoz Rengel, "hay de todo, anomalías y perturbaciones para todos los gustos".
Como en tiempo de vacaciones, por más que existan otros medios de transporte más cómodos y más rápidos, el tren no deja ser más poético y sugestivo, sobre todo si se trata de un tren de madera como en el que Carlos Castán ambienta El andén de nieve, os dejo un fragmento de este estupendo relato:
"En un tren de madera siempre puedes encontrarte con un soldado alemán, y
puedes tener que saltar sobre la nieve si has olvidado tu pasaporte. Entonces
te hallarías en medio de una Europa en guerra, con el tobillo torcido perdido
en un bosque de niebla. Por eso ahora no los hacen así. No sería cómodo para
los viajeros.
Desde los tiempos del Unión Pacific las compañías ferroviarias se vienen
enfrentando a esta clase de prodigios. En secreto, han ido eliminando sin
sembrar la alarma aquellos que, tras sesudos estudios en torreones alejados del
mundo, se probó que dependían de trivialidades prescindibles. Así, sustituyendo
materiales, esquivando poblaciones fantasmas, trastocando continuamente los
horarios, bendiciendo las máquinas en el momento de su botadura, cambiando
bruscamente la velocidad y hasta el sentido de la marcha se consiguió acabar
con los más espectaculares sobreviviendo sólo, muy de tarde en tarde, alguna
excepción que confirma la regla de la normalidad de forma y manera que no falta
quien, si quiere contarlo, tiene que regresar en barco de su modesto viaje a
Leganés. No obstante, después de tantos años, es poco probable, a decir verdad,
sufrir a bordo de un tren de nuestros días un ataque comanche o vivir una
aventura con los correos del zar. Me lo dijeron con nostalgia.
Hoy los perseguidores de prodigios recorren miles de kilómetros a la
búsqueda de uno de ellos. Van y vienen incansables de una ciudad a otra con
maletas semivacías y periódicos viejos doblados bajo el brazo. Algunos llevan
sombreros de viajero, todos han perdido la esperanza varias veces bajo la
lluvia de los andenes, que es la más cruel y la más fría que existe, porque el
portento esquiva a los avisados y repetidores arrepentidos que, en su día,
víctimas de su propio pánico ante el pasmo, dejaron huir la ocasión como
locomotora que se adentra en la noche. Agotados, volverán a subir una y mil
veces la escalinata del vagón, se dejarán caer pesadamente sobre su asiento y
desplegarán sin mirarlo su diario a la vez que apoyan la cabeza en la
ventanilla esperando el silbato que enciende a duras penas el desgastado ánimo.
Entre los más abandonados de estos buscadores está el señor Segriá, a
quien conocí en un Talgo hace algunos años y que vivió sobre los raíles la
historia de amor que calles y hoteles, bares y jardines le habían negado..."
Que disfrutéis de estas dos lecturas de primera calidad. Si queréis podéis dejarnos vuestros comentarios acerca de ellas, bien en este apartado o en nuestro correo electrónico elaticorevista@gmail.com.
MAR REDONDO
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