29/1/14

CON TODO MI CARIÑO, por Juan M. Querejeta

Sé que voy a tocar un tema delicado; “sensible”, como dicen ahora los pedantes, pero me extraña que nadie lo aborde, al menos públicamente. Me refiero a la edad de jubilación de los actores. Cuándo un actor o actriz debe retirarse.
Hasta ahora no me había detenido a pensar en ello. Asistía a los trabajos de los más venerables artistas con admiración, recibiendo con agrado ese golpe de cariño que provocan en los espectadores. El ejemplo más popular y reciente podríamos tenerlo en Asunción Balaguer y su aplaudida intervención, entre otras, en la obra Follies. La abuelita que todos hubiéramos querido. Encantadora. También hay actores mayorcitos bregando sobre las tablas; sin embargo, parece que, como en la vida misma, son las actrices quienes transmiten mejor esa sensación de entrañable longevidad. Como María Galiana, otra gran actriz mayor aunque no tanto como la Balaguer y, todo hay que decirlo, de gesto más adusto.

Otro ejemplo digno de mención en el panorama español de todos los tiempos es el de Julia Caba Alba, esa inmensa actriz que, además de unas cuantas representaciones teatrales, trabajó en más de 120 películas entre las que cabría destacar El crimen de la calle de Bordadores (1946), Cielo negro (1951), Balarrasa (1951), La laguna negra (1952), Maribel y la extraña familia (1960), Plácido (1961), El verdugo (1963), o La venganza de Don Mendo (1979), por citar algunas de las más conocidas. Seguro que si hacemos un censo de actores y actrices que ronden en la actualidad los ochenta años nos salen unos cuantos. Pero vamos a lo que vamos.


Decía más arriba que hasta hora no me había preocupado la fecha de nacimiento de los actores. Hasta ahora. O mejor dicho, hasta ver El malentendido de Albert Camus, dirigida por Eduardo Vasco para el Matadero de Madrid. Y es que hubo momentos en los que vi a una Julieta Serrano fuera de tono, fuera de contexto, fuera de todo. Demasiado mayor para el papel a pesar de pertenecer casi a la misma quinta que María Galiana y ser unos cuantos años más joven que la Balaguer. La noté desconectada del papel, cumpliendo. Si sólo fuera eso, ocurre en muchas ocasiones con actores más jóvenes. Pero no. En esta ocasión me pareció ver a una persona cansada, sobrepasada por la labor, queriendo cumplir un compromiso más allá de sus capacidades físicas. Tal vez se trataba de algo circunstancial; un mal día lo tiene cualquiera. No lo sé. También he vislumbrado flaquezas similares en otros actores o actrices mayores; flaquezas que no ensombrecen un historial de gloria y entrega, pero sí desvirtúan un presente.
Y por fin llegamos al meollo de la cuestión. Está muy bien que se respete la trayectoria de un artista y se le rindan cuantos homenajes se merezcan, pero otra cosa muy distinta es que desluzcan una obra. La OBRA es de todos: del autor, del traductor y/o versionador (si es el caso), del director, de TODOS los actores y actrices que intervienen en la representación, y, por último, del receptor. Del espectador para quien, digan lo que digan algunos autores cuando tienen el ego inflado, se crean las historias.

Este problema resulta inevitable y más evidente en el teatro, ya que en el cine a base de repetir las escenas pueden obviarse los achaques y conseguirse mejores resultados. Como con los niños actores. Viejos y niños. Niños y viejos. El círculo vital se cierra. ¿Alguien se imagina a un afamado pianista pasado de años y con artritis en las manos interpretando a Chopin en el Auditorio Nacional? ¿O a alguna legendaria bailarina reumática representando El lago de los cisnes en el Real? ¿A que no? De acuerdo. Reconozco que tal vez he exagerado un poco, pero no me negarán que el inicio de la decadencia de un actor afecta al resultado y alguien (familiares, amigos, compañeros) debería aconsejarle. Con todo el cariño.

JUAN M. QUEREJETA

2 comentarios :

  1. Juanma, lo que dices es cierto y yo he observado eso también algunas veces, aunque no había reflexionado nunca sobre la cuestión. Cada profesión es particular y yo soy de la idea de que los actores deben seguir (si ellos quieren y se sienten felices) hasta que caigan como Moliére (o hasta que alguien les haga retirarse por evidencias claras de incapacidad). Prefiero a un mayor en su papel que a un joven con máscara

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  2. Efectivamente, a un mayor lo debe representar un mayor. Los achaques pueden incluso redondear él personaje, pero otra cosa es perder el "tono" del mismo y, por lo tanto, de la obra.
    Juan M. Querejeta

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