5/2/14

DE IDEALES Y REALIDADES, por Mar Redondo

Dicen los psicólogos que la persecución de ideales puede a veces llevar al desorden interior, cuando esos ideales son propios de lo que la persona considera que debería ser y contradictorios con lo que realmente es. A Don Quijote le consideraban loco por luchar contra lo que él idealmente creía gigantes y que no eran más que molinos de viento —¿o no lo eran?—. La mente en esos casos construye una fantasía que no tiene correspondencia en la realidad, que pertenece solo al mundo mental de la persona, no tiene entidad ninguna fuera de él. Sin embargo, el idealismo como concepto filosófico presenta el ideal como un proceso intelectual del individuo, que da lugar a la construcción de conceptos que pueden traducirse en realidades; realidades que lo son gracias a esa intervención del individuo, a su proyección mental. Ese, a fin de cuentas, es el punto de partida de todos y cada uno de los logros del ser humano por pequeños o grandes que sean, el idealismo.


Ahora constantemente oímos hablar de crisis de ideales y valores en nuestra sociedad,  aunque éste es un lamento que podemos encontrar en la literatura de todas las épocas, de donde se deduce que los ideales en boga en cada momento siempre nos parecen exiguos o en el peor de los casos inexistentes. Creo que en el fondo es una cuestión de perspectiva; no seríamos tan tajantes al realizar dicha apreciación, de poder observar nuestro tiempo desde otros lugares temporales, situacionales y posturales. Sin querer minimizar las deficiencias del escenario social actual, a veces nos cuesta distinguir molinos entre tanto gigante, entre otras razones porque los gigantes están ahí justamente para eso, para colocársenos delante y taparnos la vista. Está en nosotros buscar e identificar —fuera y/o dentro de nosotros—el lugar desde el que obtener la mejor panorámica y, con atención, poder vislumbrar las ascuas de idealismo que seguro existen, en nosotros y en otros.

Lo que sí nos puede asombrar es cómo, con todo en contra, tales ascuas logran mantenerse encendidas. Ahí es donde el idealismo filosófico necesita de ciertas dosis de la otra forma de idealismo, la locura. Porque hay que estar un poco o muy loco para defender y sostener ciertos ideales con el viento y la marea soplando en dirección contraria. O simplemente hay que tener convicción, la certidumbre interna de que nuestra aspiración no es una fantasía ni una excentricidad ni una utopía. Ahí tenemos —y llego por fin al meollo, a la persona que me ha inspirado toda esta reflexión— a don Justo Gallego, con su insólito ideal de construir él solo nada menos que una catedral.


      La tuberculosis dio al traste con la primera vía y en principio la más natural —ingresar en un monasterio— para alcanzar su ideal de dedicar su vida a la espiritualidad. Podía haber desechado dicho ideal entonces, renegando de sus creencias, cambiándolas por otras distintas o, más aún, tras la frustración de verse expulsado de la comunidad monacal, haberse adherido a las filas del escepticismo para sencillamente dedicarse a labores más mundanas. Pero como vemos ahora con algunos de los muros de su construcción, don Justo tenía algo que apuntalaba firmemente las etéreas paredes de su ideal: convicción en el mismo. Y como todos los caminos conducen a Roma, el revés de su enfermedad se transformó en motivación, la gratitud por su curación le abrió una nueva vía para seguir caminando por lo espiritual y le hizo concebir otro ideal más difícil de alcanzar si cabe. Hoy esa catedral en curso es una realidad en Mejorada del Campo.

   Tal vez don Justo, que ha cumplido 85 años, no llegue a verla terminada. Tal vez cuando él ya no esté, las instituciones decidan echarla abajo puesto que, aunque en terreno familiar privado, se ha construido sin proyecto alguno y al margen de la Iglesia Católica a la que, no obstante, don Justo ha constituido en heredera de la construcción en su testamento. Ahora el ideal de este “arquitecto” es poder legalizar su obra, consagrarla a la Virgen del Pilar y celebrar misa en ella. No sabemos si tendrá tiempo de presenciarlo, pero apuesto a que también esto se cumplirá, porque del mismo modo que durante más de cincuenta años ha ido reciclando materiales hasta levantar esta obra faraónica, ha sabido también reciclar año tras año su motivación, dirigida hacia un único, claro y firme ideal del que nunca se ha apartado. Una lúcida locura, como tantas otras que destellan al otro lado de la oclusiva barrera de gigantes.

MAR REDONDO 

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