4/11/13

MUÑECAS

La Fundación Juan March proyecta esta temporada un ciclo de cine mudo dedicado a la comedia de los años 20. Inauguró el ciclo La muñeca, de Ernst Lubitsch (Die Puppe, 1919), basada en la ópera Coppelia, a su vez inspirada en la historia “El hombre de arena” de Los cuentos de Hoffmann (1815).

Tiro de memoria y recuerdo al menos tres películas, muy posteriores a la de Lubitsch, en las que el protagonista masculino sustituye como pareja a una mujer por un maniquí o una muñeca hinchable: Tamaño natural, de L. G. Berlanga (1974), Lars y una chica de verdad, de Craig Gillespie (2007) y Air doll, de Hirokazu Koreeda (2009). El mismo tema llevado a la pantalla grande en épocas distintas y distantes entre sí, y de plena actualidad también fuera de ella; basta con mencionar el documental El imperio de los sin sexo, sobre la abstinencia sexual en Japón, donde las muñecas y los gatos se han convertido hoy día en sucedáneos eróticos de la pareja.


Detrás de esa permuta, en la que el evidente conflicto de orden sexual no siempre es causa sino más bien consecuencia, casi siempre se agazapan trabas personales tal vez menos evidentes que lo sexual pero las auténticas promotoras del “cambiazo” en realidad. Ya sean los pretextos para esa sustitución más o menos inocentes, encubiertos o visibles —desde heredar una gran fortuna en la cinta de Lubitsch a encontrar compañía en la de Koreeda—, la solución pasa en todos los casos por cambiar lo real por lo fingido, lo vivo por lo inanimado, e insuflarle después vida con la imaginación.

      Sin duda, en el cine mudo, la imagen silente da lugar a equívocos y enredos que provocan la carcajada y suavizan en parte el patetismo que se esconde tras asuntos tan serios. La perversidad de Lubitsch al plantear un tema de calado como la misoginia se dulcifica no solo mediante la teatralidad humorística de sus gags (una legión de jovencitas persiguiendo incansablemente por la calle al heredero casadero), sino también por el expresionismo de unos decorados de cartón-piedra dignos de una función de colegio (caballos simulados por dos personas bajo una tela, una de pie para los cuartos delanteros y otra inclinada para los traseros) y un final feliz donde el protagonista acaba enamorándose de la supuesta muñeca mecánica que ha adquirido y que en realidad era una mujer de carne y hueso. Acidez más ternura, el famoso “toque Lubitsch”. 

Las variantes sonoras que mencionábamos del tema contienen también momentos hilarantes, si bien no llegan a mitigar lo suficiente el dramatismo de la situación y sus posibles causas, al menos no en todas las cintas. Salvo en Lars y una chica de verdad, donde, al favorecer la muñeca la comunicación de Lars con sus familiares y amigos, automáticamente se produce la complicidad o implicación de estos en la “situación creada” por el protagonista, como un juego en el que todos participan y que redunda en una especie de crecimiento interior comunitario; en cambio, en las películas de Berlanga y Koreeda, la obsesión de sus protagonistas hacia lo que empezó siendo un juguete termina no solo distanciándoles por completo del mundo de lo real, sino que el propio juguete acaba cobrando vida y adquiriendo comportamientos similares a los de los vivos, lo que conduce de nuevo a los protagonistas a una realidad tan indeseada como la que tenían al principio. El objeto sustituto se torna en un sujeto similar al sustituido, con sus mismos deseos, debilidades e imperfecciones. Círculo vicioso, vuelta a empezar.

El cine no deja de ser un reflejo del mundo. Tras las razones que supuestamente llevan a un hombre a la misoginia, a evitar al sexo femenino y sustituirlo por un juguete o por un animal o por la abstinencia —o, peor aún, a argüir para justificar su soledad un platonismo desamparado o una afectividad mal comprendida por la depredadora mujer actual— y, por supuesto, respetando los gustos de cada cual y los casos de disfunciones orgánicas y/o psicológicas diagnosticadas; se intuye a menudo cierto autovictimismo masculino, una autojustificación para su deserción de la relación de pareja, sin duda complicada en la sociedad actual, sí, pero no menos de lo que lo ha venido siendo para la mujer durante siglos. Las palabras que lo resumirían son miedo e inseguridad. Miedo e inseguridad del hombre ante una nueva posición de la mujer en el mundo, como consecuencia de la cual y paralelamente a las conquistas importantísimas conseguidas, ésta, ahora que puede elegir con libertad con quién quiere y con quién no estar —el hombre ya no es el único que tiene el control en las relaciones—, paradójicamente se encuentra en la tesitura de verse reemplazada en lo amatorio y lo sexual por un animal o un juguete.


Sorprende que en todas esas películas sean hombres quienes buscan compañía en una muñeca y no se dé el caso contrario: mujer sustituye hombre por muñeco; aunque tal vez exista alguna y yo no la haya visto. Hay quienes dicen que la nueva actitud de la mujer es la responsable del aumento de la homosexualidad masculina. Sin embargo, curiosamente, son menos los que responsabilizan al hombre del incremento de la homosexualidad femenina; si bien tal vez no sean tan pocos y en realidad sea que yo no los he oído. 



En todo caso, tanto una cosa como la otra suenan ridículas, el equivalente a echar balones fuera. El espejo donde hombre y mujer se miran hoy refleja imágenes más reales de ambos de lo que lo fueron durante siglos. Iniciar una nueva “guerra de sexos”, en la que ahora se atribuye a la mujer la responsabilidad de la “espantada sexual” del hombre me parece injusto, una forma distorsionada de mirarse en el espejo y de soslayar los auténticos conflictos propios revirtiéndolos en otros o, mejor dicho, en otras. Aunque, desde luego, como en La muñeca de Lubitsch, el papel de perchero siempre lo desempeñará infinitamente mejor que una mujer, una muñeca, de eso no hay duda.

MAR REDONDO, habitante del ático. 

Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja. 

Lin Yutang

4 comentarios :

  1. Muy interesante, Mar. Es curioso cómo el hombre busca sustituir el físico completo de la mujer mediante muñecas mientras que la mujer suele sustituir al hombre con un mero cacharro vibrador. Me gustaría conocer las razones psicológicas que sin duda subyacen bajo ambos comportamientos.
    Luca

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    1. Supongo que la mujer sustituye o complementa al hombre solo en lo sexual, mientras que el hombre buscar sustituir en muchos otros aspectos, por eso en las pelis se les ve sentando a la muñeca a la mesa, presentándola a los amigos e incluso casándose con ella. En fin, la psiques del hombre y de la mujer, que sin duda son distintas, Luca.

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    2. Espero que las mujeres no nos sustituyan a los hombres meramente en lo sexual por artilugios varios, por que sino apañados vamos.Se pueden encargar niños sin participación activa varonil,¿Donde nos dejan entonces?. Somos muchoo más.

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    3. Sí, Juanjo, ambos, hombre y mujer somos mucho más. Los juguetes están bien, pero que nos sustituyan en todo...

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