Según la filosofía taoísta, no es lo mismo “no
hacer nada” que “no actuar”. Lo primero exige esfuerzo para no hacer, una
autoimposición que a menudo nos lleva en dirección opuesta a nuestro auténtico
fluir; lo segundo implica una inacción natural sin necesidad de esfuerzo, por
el simple abandonarnos a nuestro fluir, que es o debería ser el sentido de
nuestra existencia. Dicho esto, ¿dónde encajaría en realidad Bartleby, el
protagonista de Bartleby, el escribiente,
de Hermann Melville? ¿Su inacción hace de él un antihéroe existencial como se
le ha venido considerando o por el contrario es un héroe?
“PREFERIRÍA
NO HACERLO”. Esta frase es el desencadenante de la acción del relato. Bartleby, un hombre joven, entra a trabajar como
copista o escribiente en el despacho de un abogado, narrador a su vez de la
historia. Un buen día, ante una tarea encomendada por el abogado, Bartleby de
pronto responde con dicha frase que, a partir de entonces, repetirá mecánica y
obsesivamente cada vez que se le requiera para hacer algo. “Preferiría no hacerlo”. No
es ni una afirmación ni una negación. Bartleby no se niega, sólo manifiesta una no preferencia, algo que prefiere
no hacer (examinar las copias, ir al correo…), pero tampoco afirma o señala algo
preferible. Tanto las actividades que prefiere como las que no prefiere quedan
en suspenso y suspense; incluso copiar se convierte en imposible pues tampoco
ha manifestado que sea para él algo preferible. A partir de este momento se
convierte en un ser que no hace nada. La única preferencia concreta que llega a
expresar es que le gusta estar fijo en un sitio y prefiere no hacer cambios, lo
que resumiría su actitud existencial inmovilista si no fuese porque luego añade,
“pero no soy exigente”.
¿Refleja entonces
su actitud indolencia, abandono, derrota o por el contrario es un simple dejarse
fluir, ausencia de resistencia? Quizá la respuesta la encontremos al comparar su
actitud con la del abogado para el que trabaja.
Superada su estupefacción inicial ante el comportamiento de Bartleby, el abogado pasa por momentos puntuales de irritación y enojo, a los que suceden excusas varias para no actuar de una manera firme contra el escribiente. En esa inacción del abogado, podríamos encontrar cierta identificación con Bartleby. Tan petrificado está un personaje como el otro. Sin embargo, la inacción no es la misma en ambos.
Superada su estupefacción inicial ante el comportamiento de Bartleby, el abogado pasa por momentos puntuales de irritación y enojo, a los que suceden excusas varias para no actuar de una manera firme contra el escribiente. En esa inacción del abogado, podríamos encontrar cierta identificación con Bartleby. Tan petrificado está un personaje como el otro. Sin embargo, la inacción no es la misma en ambos.
Las explicaciones del abogado suenan a justificación ante
lo que no es más que pusilanimidad y cobardía, confesada incluso, frente a
Bartleby y disfrazada tras eufemismos y razones más o menos cínicas. Como
individuo metódico que es, entiende el mundo y las conductas humanas en función
de razones lógicas, de ahí que postergue constantemente la solución del
problema y, en su lugar, se lance a la búsqueda de las razones que lo expliquen,
por ejemplo la alimentación de Bartleby a base de bizcochos de jengibre. Al no
encontrarlas, llega a dudar de sí mismo y de su lógica, y necesita que sus
otros empleados, sus “semejantes”, los seres normales como él corroboren que no
está equivocado, aunque todo el tiempo se moverá entre la duda y la convicción,
entre el recelo y la lástima, entre la caridad y el cinismo; hasta que
finalmente, ante las murmuraciones de sus colegas y el previsible perjuicio
para la reputación del despacho, se decida por fin a hacer algo frente al
comportamiento sin sentido de Bartleby. Aquí es donde se rompe su pasividad, su
inacción.
Bartleby en cambio sostiene su postura de inacción hasta
el final, sin tambalearse ni plantearse dudas, reforzando incluso la
legitimidad y lo razonable de la misma cuando, preguntado por la razón de su
decisión de no copiar más, responde: “¿No
la ve usted mismo?” El abogado al menos sí ve lo involuntario de las
rarezas del empleado. Esa ausencia de voluntad junto al sinsentido de su
conducta son temas propios de las corrientes existencialistas, muy posteriores
a Melville, por lo que se ha considerado a Bartleby,
el escribiente de las primeras obras que presentan la figura del antihéroe
en la literatura moderna, como después lo harían Chéjov y Kafka: Bartleby sería
el hombre que se niega a formar parte de la sociedad urbana, que simplemente
rechaza la acción, petrificado por naturaleza y que con su actitud de
inmovilidad se consume en su propio aislamiento.
Pero ¿y si lo mirásemos desde otra
perspectiva? Que Bartleby —dentro de lo que Gilles Deleuze en su magnífico libro
Preferiría no hacerlo (Ed.
Pre-Textos) llama la “lógica de las preferencias”—, ejerciendo una absoluta
libertad sobre sus actos, ha elegido como forma de vida la inercia. Su vocación
es la de ser un hombre sin referencias, sin pasado ni futuro, sólo existe en el
presente y ese presente está ligado a los muros del despacho y a no hacer, a
simplemente ser y estar. ¿No tiene eso algo que ver con el fluir, con el aquí y
ahora? Su resistencia pasiva a hacer nada que prefiera no hacer o, precisando
aún más, su voluntad de nada —que por tanto implica su presencia insoslayable
en el despacho—, junto con el silencio en torno a su persona son su realidad,
los muros tras los cuales vive y se salvaguarda. “I am not particular”, dice en la versión original, que se traduce
por “no soy exigente” pero podría también interpretarse como “no soy nadie
singular”, no tengo una privacidad que me condicione frente a los demás, lo que
me protege y me permite ser dueño absoluto de mi vida. ¿Desde este punto de
vista no sería Bartleby lo contrario a un antihéroe? ¿No podría ser más bien,
al contrario, un héroe moderno?
MAR REDONDO, habitante del ático.
“Jamás leo
los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.”
Oscar Wilde
Alta, delgada, luchadora, leal, .... escribes como los ángeles y presiento que me voy a sentir en el cielo cada vez que visite el Ático tan bien amueblado !!!
ResponderEliminarY del principio al final: tal vez existen demasiados héroes modernos hoy día, no?
Pues ojalá sea así y te sientas cómoda, Ángeles, haremos lo posible.
EliminarY sí, la heroicidad de la gente corriente es ahora el día a día, no presentar resistencia para no llegar a romperse.
Un abrazo.