28/10/13

UN SWING QUE APUNTA AL CIELO

    Sorprende que, en estos tiempos de desigualdades sociales y económicas, hayan concedido el Premio Príncipe de Asturias a un jugador de golf. A José María Olazábal (Fuenterrabía, 1966), este deporte —en el que la mayoría no ve más que un pasatiempo para millonarios y para extranjeros jubilados sin mejor cosa que hacer— le enseñó a ser disciplinado, paciente y humilde; también a escuchar a las personas más experimentadas y a respetar a los rivales. Esto no tiene nada que ver ni con el fútbol ni con el ciclismo ni con el baloncesto, pensaba yo camino de mi primera clase de golf.


   Buscando a Bryce, un profesor de inglés, acabamos en el campo de golf de Matalascañas; tenía la ilusión de ser bueno en algún deporte. La bola, cuando conseguía impactarla, apenas se levantaba del suelo. “Vendrá”, se limitaba a decir Bryce. A mí lo del golf, a los quince años, me resultaba más frustrante que cualquier otra cosa. Es emocionante por eso, oír hablar a Olazábal del sacrificio de sus padres, de cómo le enseñaron a apreciar las cosas pequeñas, del día en que su padre, que trabajaba en una granja, le puso la condición de terminar la escuela para poder dedicarse profesionalmente al golf. Diez años después de mi primer contacto con el golf —las bolas ya, por lo general, se levantan del suelo—, he aprendido a disfrutar practicando, y viendo por la tele o en el campo, un juego en el que el talento, el trabajo y la suerte ayudan pero no garantizan nada, y en el que es fácil encontrar momentos —un buen golpe, una tarde con tu familia, una conversación— que dan sentido a todo lo demás.

    La Ryder Cup es una competición por equipos de gran prestigio, en la que cada dos años Europa pone el dominio de los jugadores norteamericanos en entredicho. Todo estaba perdido en la última jornada de la edición 2012 para el equipo europeo, que tenía que ganar ocho de los doce partidos. Severiano Ballesteros había muerto el año anterior pero, de alguna manera, estaba presente, no sólo en los cánticos de los aficionados europeos y en la indumentaria de los jugadores. Olazábal tenía quince años cuando Seve le llamó para jugar un torneo benéfico en su club, en Pedreña. No se puede entender la figura de Olazábal (ganador de dos Masters de Augusta, de cuatro Ryder Cups como jugador y de muchos otros torneos) sin la de su mentor. El padre de Severiano Ballesteros era jardinero del campo de golf de Pedreña, a los nueve años Seve ya trabajaba de caddie. No es extraño que el Príncipe Felipe resaltase el afán de superación como una de las cualidades de Olazábal. “Nunca fui un genio como tú, Seve, pero lo he hecho lo mejor que he podido, dijo el golfista vasco en su discurso de investidura en el Salón de la Fama de Golf, en 2009; en la entrevista que le hicieron tras ganar la edición de 2012 de la Ryder Cup, esta vez como capitán del equipo europeo, Olazábal se tapa la cara con la gorra cuando le preguntan por Ballesteros.


   Reconozco que no me enteré de la victoria en la Ryder de 2012 hasta el día siguiente, que apagué la tele antes de tiempo, que me fui a dormir y me perdí la remontada. He visto varios reportajes, cuesta creer la determinación y el coraje de algunos jugadores europeos que habían estado bastante descentrados durante toda la competición. Ayer, al recibir el Príncipe de Asturias, y tras hacer un swing con el diploma, José María Olazábal señalaba al cielo con el dedo índice, recordando a su amigo.

    PETER REDWHITE, habitante del ático

"Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja."
Lin Yutang 

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