Ayer me di una vuelta por el mercado de Marsella. Un rato
después, al asomarme a la ventana de la habitación —cuidado, en Niza hay una
ley que prohíbe poner a secar las toallas en el balcón —aparecía el Promenade
des Anglais con sus palmeras, sólo que la discoteca a la que fuimos el verano
pasado, el High Club, aún no estaba en su sitio. Nombres de lugares de la
Provenza que me suenan, Martigues, y de otros sitios de Francia en los que
nunca he estado, Le Havre. Ayer no andaba viajando con mi hermano; hacía tiempo
que no íbamos a ver una exposición con mis padres.
Según leí, al analizar la obra de Raoul Dufy, lo común es
quedarse con su aspecto hedonista: el pintor de los placeres burgueses. Yo no
había oído hablar de él hasta que mi padre, en el desayuno, me dijo que
teníamos que ir al Thyssen. Paseando por el museo, comentando algunos cuadros
con mi familia, daba la sensación de que el objetivo de la exposición era
mostrarnos la evolución del pintor normando —a pesar de la belleza de algunos
cuadros de su primera etapa, ése de las banderas el 14 de julio—. Dufy no se
limitó a captar la luz de la Naturaleza ni a plasmar en sus lienzos escenas más
o menos relevantes para el hombre moderno: poco a poco los colores van
independizándose de los contornos, volviéndose arbitrarios hasta que aparece el
negro: quizá sus últimos cuadros, la serie de El carguero negro, sean un presagio de su propia muerte.
Las frases que aparecían en las paredes del museo en las
que Dufy mencionaba a Paul Cézanne a mí me llevaban de vuelta a la Provenza, a
aquella tarde que eché en el taller del pintor de Aix tratando de entender por
qué cuando Cézanne pintaba la montaña de Sainte-Victoire estaba marcando el
paso a la Modernidad, esa manera de percibir la luz y la Naturaleza: no le
hacían falta modelos para pintar Las
bañistas, sólo integrarlas en el paisaje que se contempla desde uno de los
ventanales de su estudio. En la obra, tan extensa, de Raoul Dufy caben
cerámicas, grabados y texturas; hasta me pareció que en algunos cuadros estaba
lo que, al parecer, era tan importante para Dufy: eso que no se ve pero que, de
alguna manera, está ahí.
No me compré ningún póster en la tienda oficial de la
exposición, pero estoy seguro de que hay varios cuadros de Dufy que no voy a
olvidar. Aunque tardemos tiempo en volver a coincidir los cuatro en Madrid,
siempre habrá algo que me haga regresar a la ciudad de mi madre en los días en
los que mis padres nos llevaban a ver exposiciones. Puede que no vuelva a pisar
ni el High Club ni el Promenade des Anglais, pero hay otras maneras de viajar.
PETER REDWHITE
Imágenes, Raoul Dufy:
Ventana en el Promenade des Anglais, Niza.
14 de julio, El Havre.
El campo de trigo.
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