Últimamente todas las noticias me
suenan iguales, como un continuo déja vù,
serán quizás los años o este círculo vicioso en el que nos encontramos tan
brumoso y opaco que nos impide mirar a lo lejos. Es tal la monotonía que más
parece que los rotativos se autoreplicaran con poca intervención humana. Me
agota todo ese martilleo repetitivo con el que nos anuncian la hecatombe, ese
ruido vociferante y moralizador con el que pretenden oscurecer lo cotidiano y acallar la realidad.
Este de ahora procede de la cumbre,
inaccesible a casi todos, en lo alto de la estación alpina, blanca y azul, de
Davos. Es verdad cómo algunos lugares oscurecen su belleza al relacionarlos con
lo que allí acontece. Ahí están los representantes de la troika, y algún que
otro representante de países acreedores, entonando como en un coro de tragedia
griega —creo que todos sabemos quién es el corifeo—: “Que paguen, que paguen, que
paguen…”. Ahora toca a la deuda
contraída por Grecia, que no por los griegos, sobre todo no por muchos de los
griegos. Llenan la pantalla, se erigen en portavoces de sus ciudadanos y arengan
desde las tribunas públicas con la mirada torva del avaro de Moliere, “¡¡¡Nos lo deben, a nuestros contribuyentes
se lo deben!!!”. Tan bien llevan a cabo la representación que alguno
de ellos, si este mundo financiero se cae, se les cae, podrían ganarse
la vida dedicándose al teatro; aunque no está muy claro si sabrían hacer otro
papel que no fuera el del personaje de Grooge.
Quizás me equivoque, pero a veces me
da por pensar que a lo mejor deberíamos mirar al Londres de 1953, donde no solo
se consiguió condonar parte de la deuda que Alemania había contraído con los
vencedores, sino que ese gesto les permitió desarrollar su industria,
reconstruir el país y caminar con la cabeza alta sin sentirse humillados ni
esclavos de otros —la terminaron de pagar en el año 2010, casi setenta años
después—. Si hubiéramos podido ver las negociaciones a través de una mirilla, seguro
que los representantes de los países acreedores no insultaron ni ofendieron a
la Alemania vencida recriminándola con gesto hosco y malhumorado, más propio de
banqueros de cuento de Dickens, con que debían pagar sus deudas, repitiendo
como un mantra maldito: “Que paguen, Que
paguen…”
Pero esos ciudadanos, que somos
nosotros, puede que tengan algo que decir, puede que quieran ser generosos y
solidarios, puede que además piensen que nadie se merece ese trato vejatorio. Puede
que no entiendan cómo es que los sucesivos préstamos se van en pagar los
intereses de la deuda a los bancos acreedores. Puede que, como pensaron
nuestros ancestros, consideren que el insulto, el desprecio y la humillación,
el maltrato y la condena no hacen ningún bien ni al deudor ni al acreedor.
Puede que consideren que una relajación en las condiciones permita al pueblo
griego — como en su momento se les permitió a los germanos— iniciar su camino
de la reconstrucción y así facilitar su solvencia para que vayan pagando poco a
poco. No en vano los Ministerios del
nuevo gobierno se denominan “Ministerio de la reconstrucción productiva”, “Ministerio
de la reconstrucción administrativa”…, tal se diría que es el estado de devastación en que se
encuentran, en que se les ha dejado.
Si nos preguntasen… Quizás tendrían
que preguntarnos y no decidir en nuestro nombre. ¿Por qué no nos preguntan? Algunos
de nosotros seriamos favorables a un trato más humano y desde luego a no
condenar a ningún pueblo, por falta de acuerdos, a su desmoronamiento. Quizás
sí, deberíamos releer a los padres fundadores del Tratado de Roma y escuchar lo
que entre líneas nos contaban en sus memorias Jean Monnet y Robert Schuman sobre sus miedos y el porqué de
su visión de Europa tan alejada y distante de la actual. Quizás habría que
comenzar a escuchar, estudiar y pensar que los pueblos tienden a buscar otras
alternativas, por extrañas que puedan parecer, que ningún pueblo acepta
pasivamente su devastación y que el tablero geopolítico es frágil y cambiable,
y que la riqueza de los pueblos a veces se esconde en su subsuelo, otras en sus
costas o en su gente o en su lengua o en su situación en el tablero del mundo… y
que es ese intangible lo que conforma su ser.
HETERODOXA
PD: Las fotografías corresponden a Pablo
Genovés. Expone actualmente en Madrid, en la sala Canal de Isabel II. Sus
fotografías inmensas y estremecedoras de bibliotecas, museos, teatros,
catedrales…, lugares de memoria y cultura, invadidos y arrasados por el barro, el oleaje, el hielo, el fuego
conforman un relato inquietante, metáfora del desasosiego, del devenir de
Europa. No en balde el título de la exposición El ruido y la furia, se refiere a una de las novelas de Faulkner,
quien también supo retratar las consecuencias indeseadas de los conflictos y
las emociones enquistadas.
Muy buena reflexión...el poder bien administrado hace milagros , pero en estos momentos el poder sirve para destruir.
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