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Aunque
el punto de partida sean los políticos, no vengo a este blog a escribir de
política sino de sociedad. Porque la política y los políticos no son sino un
aspecto más de los muchos que la constituyen y por ello no pueden abstraerse de
su esencia.
¿Qué
por qué os meto en esta reflexión? Porque es el eje de mi exposición en este
artículo. Pedimos honestidad a los políticos y probablemente el porcentaje de deshonestos en política no será mayor que en cualquier ámbito de la sociedad. Que nadie se me eche las
manos a la cabeza. El problema de los políticos corruptos es que nos afecta a
todos y, puesto que su papel consiste en servir a la sociedad, engañándola caen
en traición. Pero si el mundo del que proceden no es honesto, por el simple hecho
de llegar a la política difícilmente se
convertirán en dechados de sinceridad y buen hacer.
He
aquí algunos de los aspectos que dan cuerpo a mí reflexión:
En el
instituto he realizado un examen. He pillado a un alumno copiando. Estoy
cansado —harto más bien— de ver cómo intentan copiarse —y muchos lo consiguen—
de las más diversas maneras. Y más ahíto estoy todavía de ver cómo tú pasas
mucha más vergüenza o pudor que ellos cuando les pillas. Se copian alumnos
buenos y malos, y lo ven como natural: soy alumno, luego puedo copiar.
Salgo
del instituto oyendo renegar al secretario, que acaba de recibir una
infladísima factura de un proveedor, tratando de ampararse en lo tarde que paga
la administración… Ya en la calle observo un soporte publicitario donde el ayuntamiento
alerta a los ciudadanos de que “no se lleven a engaño”; con el eslogan trata de
concienciar a los particulares que construyen ilegalmente en una parcela, a alguno
de los cuales he oído argumentar “que para eso es suya y no puede permitirse
comprar un piso en la ciudad” o que “por la mitad de dinero tiene una casa el
doble de grande del piso que querría”. Al hilo de esta cuestión, de los
promotores inmobiliarios no hablamos porque está casi todo dicho.
Cojo
el autobús —suelo ir andando, pero este día tengo que hacer un “mandao” como
dicen por aquí abajo— y la radio que entretiene a conductor y pasajeros pregona
el anuncio de una empresa asegurando que es capaz de quitarte la multa —sin
discernir si es correcta o no— recurriendo hasta aburrir a la Administración…
Detrás de mí, con total desvergüenza un amigo le confiesa a otro que no sabe
qué hacer para ocultar a Hacienda unos ingresos. El otro le alienta a que
defraude, “no vayas a ser el único tonto sobre la tierra”. En ese momento me
entran ganas de reírme de la caja B de Bárcenas, al pensar en mi corta pero
clarificadora experiencia llevando la contabilidad de un almacén de cuadros,
que me hace tener la certeza de que si aflorasen todas la cajas B que en
España son tendríamos una caja A rica, rica.
Al
llegar al centro de la ciudad veo una cola enorme en un centro de atención a
indigentes y, para mi sorpresa, reconozco a un vecino del barrio que lleva un
nivel de vida más alto que el mío. En mitad de la cola dos hombres están
discutiendo con las manos ya en ristre porque uno de ellos entiende que el
verbo colarse surgió para las colas. Está claro que Caritas y otras
instituciones benéficas tienen un trabajo importante para discernir quién está
de verdad necesitado; igual que la Administración para detectar a los que hacen
de las ayudas y subvenciones su modus
vivendi.
De
vuelta a casa, entro a comprar. El pescado me lo dan envuelto en un papel de un
alto gramaje y doy gracias de no haber comprado caviar. Me irrita el frutero al que he pedido medio
kilo de cerezas y me echa otro medio sin inmutarse y además insiste en que me
las lleve ”porque son muy buenas”. Compro carne picada, presuntamente de ternera,
con la desconfianza de que no se haya colado algo de caballo —no te sonrías
porque la veas picar directamente a tu carnicero, que el fraude no sabes de dónde
te va a llegar—. El ligero malestar se
me quita por el camino, pero me volverá cuando ya en casa compruebe que el
pescado que “acaba de llegar esta mañana del mar” está más pasado que la
televisión en blanco y negro.
Subiendo
por la escalera me cruzo con un hombre de mono azul y a la vecina a la puerta
de su piso, que desahoga en mí su berrinche a causa de la factura endosada por
una avería de nada. No quiero señalar el oficio, pero unos pocos hay que te
meten gato por liebre, o sea piezas de segunda mano por nuevas, o marean la
perdiz —es decir, le dan vueltas y vueltas a la avería que han descubierto nada
más llegar, para justificar mejor la minuta. Y para vueltas, las que te dan
algunos de cierta profesión en la ciudad que no es la tuya… En casa ya enciendo la
televisión y oigo la noticia de que ciertos personajes de la farándula y el
deporte de élite han obtenido su permiso para conducir barcos de forma
fraudulenta, que otros van a fijar su residencia en Andorra, y de alguno que
tiene su dinero en algún paraíso y no es porque crea en Dios. ¡Y yo con mi
cuenta en ámbar!
Por la
tarde cojo el coche porque al día siguiente tengo un viaje largo. Le echo
gasolina con la duda de si está entrando en el depósito la cantidad que marca.
Al entrar a pagar veo una lata de aceite y me acuerdo de la pobre gente que
compró como bueno aquel aceite de colza que les destrozó sus vidas porque unos pocos quisieron enriquecerse sin
atender a las consecuencias. Lo peor es que, lamentablemente y a pesar de todos
los controles, se sigue actuando igual.
Para
hacer tiempo antes de ir al médico, entro en el bar más cercano a tomar un café
con la esperanza de que no tengan la osadía de “equivocarse” en la cuenta como
hicieron cuando fuimos un grupo de doce amigos, en el que afortunadamente uno
estuvo lo suficientemente sereno o no le importó la “vergüenza” de repasar la
cuenta ante todos los demás… En la recepción de la consulta tengo suerte porque
no es de las funcionarias que racanea en la intensidad del trabajo con la
excusa de su bajo sueldo (el cuasi lema de “nos engañarán en el sueldo pero no
en el trabajo” aunque siempre ha sonado mal, en esta época de crisis sonaría
irreverente)… Mientras espero mi turno me encuentro a un amigo desempleado. Lo
está pasando realmente mal, pero hablamos de gente conocida que está cobrando
el paro y trabajando, y de los empresarios de la economía sumergida. Cuando mi amigo
entra en consulta, no puedo por menos que llamar la atención a un niño que ante
la indolencia de la madre está arrancando el cuero de una silla; ante el airado
argumento de la madre de que “esto lo pagamos todos”, lo dejo estar,
lamentándome de la patente de corso que mucha gente parece abrogarse ante los
bienes públicos o el medio ambiente, en una nefanda interpretación del uso que
se les puede dar… Entro en la consulta con miedo de que me toque un médico que
haya convertido su juramento hipocrático en hipócrita y logre convencerme de la
conveniencia de una operación —que será conveniencia para su bolsillo en no pocas
ocasiones.
Y,
después de todo esto y otros muchos aspectos que me quedo en el teclado, ¿todavía
alguien piensa que nuestros políticos pueden sustraerse a este ADN de nuestra
sociedad? Una sociedad en la que son contados los que conocen a Mariano
Barbacid y, sin embargo, todos conocemos —y alabamos o reímos— las hazañas del
moderno pícaro que es El Dioni. ¿Tiene solución todo esto? Quiero creer que sí.
¿Cómo? No se me ocurre otra fórmula que la educación, en todos los ámbitos. Una
educación encaminada a fomentar la conciencia social, el sentido de que si
actúo bien individualmente será bueno para la sociedad y bueno para mí. Dejar
de poner como coartada a los demás, actuando cada uno de nosotros
correctamente. Matar el individualismo y cerrar con doble llave su sepulcro,
igual que pedía Joaquín Costa para El Cid. Voy a empezar por mí: reconozco que
no he sido honesto con vosotros porque ese día no sucedieron las cosas como os
he contado, aunque pudiera haber sido así, ya que cualquier parecido con la
realidad no es pura coincidencia. Por lo demás, no desespero. Confío en que la
sociedad cambie y realce una especie de acto de contrición y entonces yo, que
me tengo por honrado, también confesaré mis pecados.
Por
cierto, si alguien piensa que justifico a los políticos, se equivoca:
reivindico la sociedad.
ANGEL SÁNCHEZ
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