Sueño de una noche de verano, Julio César, El mercader de Venecia, Calígula,
El enfermo imaginario, El avaro, Las brujas de Salem, Un
enemigo del pueblo, La casa de las
chivas, Los caciques, El concierto de san Ovidio, El comendador de Ocaña, El alcalde de Zalamea… ¿Hace falta
seguir enumerando obras para comprender lo que significó el programa Estudio 1 de Televisión Española?
Para
mí significó mucho. Cuántos españolitos nos aficionamos al teatro viéndolo en
la tele. Algo parecido sucedió con deportes antes minoritarios, como el tenis. No
vale decir que en televisión se pone lo que pide la gente. A la gente se la
puede «orientar» si se hace con gusto y paciencia. Un Buero entre un Jardiel y
un Miura, o un Shakespeare entre un Bernhard y un O’Neill pueden facilitar la entrada del gran
público en la familia de los aficionados al teatro. Si hay voluntad de hacerlo,
claro. Y para ello es fundamental la colaboración de las televisiones, sobre
todo de las televisiones públicas, porque de la privadas poco puede esperarse
en lo que a difusión de la cultura se refiere.
¿Cómo
hacerlo? La experiencia de grabar directamente en la sala no resulta atractiva;
cuando se ha hecho, ha resultado algo frío, distante. Hay que respetar los
formatos y los códigos utilizados en cada medio: los del drama representado
ante el público y los del drama grabado en un estudio de televisión. Esto puede
parecer demasiado costoso, más aún dados los tiempos que corren; sin embargo,
creo que el teatro grabado para su emisión con una periodicidad, por ejemplo,
quincenal, no tiene por qué salir mucho más caro que los diez capítulos que se
emiten en esas dos semanas de cualquier telenovela chorra.
Si
el problema es el dinero, podría hacerse algo parecido a lo que se hace con el
cine. Pongamos que una cadena de televisión participa, apoya, subvenciona la
producción de una obra teatral (un clásico o la obra de un autor contemporáneo)
con la contrapartida de que, una vez que finalice la temporada, la emisora pueda
programar dicha obra previamente grabada en estudio por la misma compañía que
la representó en el teatro. De esta forma se pone un dinerito para que sean
posibles las representaciones en las salas y, a cambio, la empresa televisiva
tiene buen material que programar.
Pero
hay que tener voluntad de dignificar la caja tonta. Estos días me he asomado a
las hemerotecas para consultar la televisión que se hacía en los últimos años
del franquismo y primeros de la transición. Les recomiendo que lo hagan y verán
qué sorpresas se llevan. Por ejemplo, en los primeros años 70, Televisión
Española programaba entre 5 y 8 horas semanales de espacios dramáticos, tanto
obras de teatro como novelas dramatizadas (inolvidable la adaptación de El Conde de Montecristo.) Hubo
temporadas en las que se emitían dos espacios teatrales en la semana: el tan
alabado Estudio 1 en la primera
cadena compartiendo parrilla de programación con otros espacios en la segunda
cadena, como Pequeño Estudio, Clásicos de Siempre, etc. Resulta curioso
comprobar que, por ejemplo, el martes 2 de marzo de 1971 se emitiera en la
segunda cadena de TVE Repugnancia, dentro
del espacio Los cuentos de Chéjov. ¡CUENTOS
DE CHÉJOV LOS MARTES!
Debería
ser justo y resaltar que La 2 de TVE emite actualmente un montón de programas
culturales (documentales sobre temas históricos, biografías, espacios de naturaleza,
etc.) mientras que las cadenas privadas se han volcado en la televisión fácil y
vergonzante, pero el Teatro, tema que nos ocupa en estas páginas, ha desaparecido
de la pequeña pantalla. Otra cosa diferente es que se emitan espacios sobre teatro.
Y
uno se pregunta: ¿Es que eran más cultos los telespectadores del franquismo? La
pregunta es peliaguda. Una respuesta afirmativa significaría que desde el advenimiento
de la democracia nos han ido aborregando concienzudamente, pero si la respuesta
es negativa, significa que están en ello y no pararán hasta conseguirlo. Claro
que, pienso, en gran parte es por culpa nuestra, pero ese sería otro tema. Recuerdo
una entrevista televisiva de hace unos años a la entonces jovencísima cantante
Niña Pastori, en la que la ¿periodista? le preguntaba sobre su marcha en el
colegio. La cantante dio a entender que había abandonado los estudios, a lo que
la ¿periodista? le dijo algo así como «para lo que sirven…» Probablemente, esa misma ¿periodista? esté escribiendo ahora
sobre el maltrato a la cultura por parte de las autoridades.
(Las imágenes corresponden a las emisiones
de Doce hombres sin piedad, de Reginald
Rose, Julio César, de William
Shakespeare, Un enemigo del pueblo,
de Henrik Ibsen y Urtain, de Juan
Cavestany.)
JUAN M. QUEREJETA
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