3/12/14

EL TEATRO EN TV, por Juan M. Querejeta

       
      Sueño de una noche de verano, Julio César, El mercader de Venecia, Calígula, El enfermo imaginario, El avaro, Las brujas de Salem, Un enemigo del pueblo, La casa de las chivas, Los caciques, El concierto de san Ovidio, El comendador de Ocaña, El alcalde de Zalamea… ¿Hace falta seguir enumerando obras para comprender lo que significó el programa Estudio 1 de Televisión Española?
       Para mí significó mucho. Cuántos españolitos nos aficionamos al teatro viéndolo en la tele. Algo parecido sucedió con deportes antes minoritarios, como el tenis. No vale decir que en televisión se pone lo que pide la gente. A la gente se la puede «orientar» si se hace con gusto y paciencia. Un Buero entre un Jardiel y un Miura, o un Shakespeare entre un Bernhard y un O’Neill pueden facilitar la entrada del gran público en la familia de los aficionados al teatro. Si hay voluntad de hacerlo, claro. Y para ello es fundamental la colaboración de las televisiones, sobre todo de las televisiones públicas, porque de la privadas poco puede esperarse en lo que a difusión de la cultura se refiere.      
      ¿Cómo hacerlo? La experiencia de grabar directamente en la sala no resulta atractiva; cuando se ha hecho, ha resultado algo frío, distante. Hay que respetar los formatos y los códigos utilizados en cada medio: los del drama representado ante el público y los del drama grabado en un estudio de televisión. Esto puede parecer demasiado costoso, más aún dados los tiempos que corren; sin embargo, creo que el teatro grabado para su emisión con una periodicidad, por ejemplo, quincenal, no tiene por qué salir mucho más caro que los diez capítulos que se emiten en esas dos semanas de cualquier telenovela chorra.
       Si el problema es el dinero, podría hacerse algo parecido a lo que se hace con el cine. Pongamos que una cadena de televisión participa, apoya, subvenciona la producción de una obra teatral (un clásico o la obra de un autor contemporáneo) con la contrapartida de que, una vez que finalice la temporada, la emisora pueda programar dicha obra previamente grabada en estudio por la misma compañía que la representó en el teatro. De esta forma se pone un dinerito para que sean posibles las representaciones en las salas y, a cambio, la empresa televisiva tiene buen material que programar.
       Pero hay que tener voluntad de dignificar la caja tonta. Estos días me he asomado a las hemerotecas para consultar la televisión que se hacía en los últimos años del franquismo y primeros de la transición. Les recomiendo que lo hagan y verán qué sorpresas se llevan. Por ejemplo, en los primeros años 70, Televisión Española programaba entre 5 y 8 horas semanales de espacios dramáticos, tanto obras de teatro como novelas dramatizadas (inolvidable la adaptación de El Conde de Montecristo.) Hubo temporadas en las que se emitían dos espacios teatrales en la semana: el tan alabado Estudio 1 en la primera cadena compartiendo parrilla de programación con otros espacios en la segunda cadena, como Pequeño Estudio, Clásicos de Siempre, etc. Resulta curioso comprobar que, por ejemplo, el martes 2 de marzo de 1971 se emitiera en la segunda cadena de TVE Repugnancia, dentro del espacio Los cuentos de Chéjov. ¡CUENTOS DE CHÉJOV LOS MARTES!
     Debería ser justo y resaltar que La 2 de TVE emite actualmente un montón de programas culturales (documentales sobre temas históricos, biografías, espacios de naturaleza, etc.) mientras que las cadenas privadas se han volcado en la televisión fácil y vergonzante, pero el Teatro, tema que nos ocupa en estas páginas, ha desaparecido de la pequeña pantalla. Otra cosa diferente es que se emitan espacios sobre teatro.      
    Y uno se pregunta: ¿Es que eran más cultos los telespectadores del franquismo? La pregunta es peliaguda. Una respuesta afirmativa significaría que desde el advenimiento de la democracia nos han ido aborregando concienzudamente, pero si la respuesta es negativa, significa que están en ello y no pararán hasta conseguirlo. Claro que, pienso, en gran parte es por culpa nuestra, pero ese sería otro tema. Recuerdo una entrevista televisiva de hace unos años a la entonces jovencísima cantante Niña Pastori, en la que la ¿periodista? le preguntaba sobre su marcha en el colegio. La cantante dio a entender que había abandonado los estudios, a lo que la ¿periodista? le dijo algo así como «para lo que sirven» Probablemente, esa misma ¿periodista? esté escribiendo ahora sobre el maltrato a la cultura por parte de las autoridades.


(Las imágenes corresponden a las emisiones de Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose, Julio César, de William Shakespeare, Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen y Urtain, de Juan Cavestany.)

             JUAN M. QUEREJETA

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