26/11/14

LA VIDA EN CORRILLO o UNA CALLE EN CUESTA (título a elegir), por Mar Redondo



Hay una calle en cuesta en un pueblo de Jaén donde los coches aparcan una quincena en la acera derecha y otra en la izquierda, alternativamente; una calle de fachadas blancas donde el panadero aún reparte en furgoneta —puerta por puerta y previo toque de claxon— panes, pestiños, tortas de anís, bombas de chocolate…, y donde en consecuencia los llegados de fuera engordamos mucho más de lo querido y de lo debido. Es una calle en cuesta que, si la sigues hasta abajo te saca del pueblo y te mete de cabeza entre los olivos, y si la caminas hasta lo alto y la prolongas algo más allá en una línea imaginaria acaba bañándote los pies en la Fuensanta, como en un escarpado paseo del polvo al agua, del terruño al cielo.
En cada visita a esta calle encuentras que tristemente queda alguien menos, alguien que se ha ido para siempre, pero que también alguien —tal vez un hijo que en su día marchó del pueblo— ha regresado a la casa familiar al menos por un tiempo; y encuentras que el ímpetu y el dinamismo de los más jóvenes, los pocos que viven en esta calle, ensamblan perfectamente con los achaques y la quietud de los mayores; y ves cómo cada vecino porque sí, por costumbre, barre su pequeña fracción de acera y el que puede —el que no pueda, siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo por él— recoge las hojas secas del árbol que con mucha suerte alegra su fachada y sombrea, o más bien crea la ilusión de sombrear, porque esto es Andalucía, el sitio donde en verano al caer el sol coloca su silla y se une al corrillo de cada noche, el que alivia el ambiente —y otras cosas— más por la compañía que por el relente, que aquí en verano no se mueve una hoja ni de día ni de noche.
Y en el corrillo, hacia la mitad de la calle, la señora Paca y la señora Josefa escuchan y asienten a todo lo que el señor Francisco les cuenta para, diez minutos después, confesarle muertas de risa que no se han enterado de nada porque las dos están trompetilla, y es imposible no reírte con ellas, con su espontaneidad, su llaneza y también su buena dosis de picardía; y está Ana, otra vecina, que intencionadamente hace siempre comida de más y aparece cada tres por dos con un plato para que la señora Paca no tenga que cocinarse ni fregar nada; y, un poco más arriba, alguien que baja la calle en coche te ve de pronto, frena de golpe y con un brío asombroso salta fuera para venir a darte la bienvenida sincera, grata, afectuosa; y justo allí mismo, enfrente, los del bar —antes una churrería que, ¡una pena!, ya no está en esta calle en cuesta— nos mal acostumbran con una tapa a elegir por persona y consumición: tantos somos, tantas tapas nos corresponden y, señores…, ¡seguimos engordando!, y alguna que otra vez mandan también a alguno de sus chiquillos con la comida hecha para alguno de esos mayores.
Y una tarde, alguien de esta calle en cuesta te cuenta que suele pescar por Coto Ríos, justo donde te has bañado hoy, y que el agua en el Charco de la Pringue está helada y no hay quien se meta, y puedes dar fe de ello porque justo ahí a trancas y barrancas te has medio dado hoy el segundo baño; y otro alguien, el nieto de la puerta de al lado que ha venido de vacaciones, entra a saludar a la señora Paca, ¡cómo no, si la conoce desde niño y nunca se olvida de ella!, y le comenta que está terminando los estudios y que tiene novia y muchos planes de futuro y que ya entrará otro rato a verla, a recordar con ella anécdotas de cuando era niño ahora que ha dejado de serlo.

Por esta calle en cuesta de este pueblo de Jaén pasan los coches muy deprisa y la vida muy despacio, a ritmo de sur, de copla, de buen o mal año de oliva, pero a ti cuando te quieres dar cuenta se te han pasado los días y tienes que dejar atrás las bombas de chocolate, la sordera de las abuelas, el corrillo de la acera… y volver a Madrid; y deseas que dentro de algunos años, cuando ya no puedas limpiar la casa sola ni hacerte la compra ni cocinarte, aquí en la ciudad, de cuando en cuando, con suerte, alguien en la puerta de al lado, alguien del ¿corrillo? entre para preocuparse de cómo estás, del ánimo que luces ese día, para traerte un plato de comida casera y barrerte las hojas secas de la terraza.
MAR REDONDO

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