Yo no voy a tirar la primera piedra sobre ellos, pero multitud
de zombis deambulan impunemente por las
calles de mi ciudad. Se les reconoce porque llevan sendos auriculares en los
oídos, de los que sale un cable que les conecta con un pequeño aparato que en
algunos casos llevan oculto, y en otros lo manipulan como conectándose con un
mundo exterior. En ocasiones, los auriculares y cables pueden no estar
presentes. Estos zombis son potencialmente peligrosos. Su alto grado de abstracción
puede provocar accidentes a los vehículos a motor y a las bicicletas, y más de
un cabreo a los ciudadanos de a pie que han de ir esquivándolos por las aceras.
Son kamikazes andantes, con semáforos y pasos de cebra
como lugares preferentes de actuación. Aunque más suicidas son aún cuando son ellos
mismos los que conducen temerariamente un vehículo o una bicicleta, casos en
que el reparto de miradas entre el útil entre manos —en estos casos, inútil— y
la atención a la conducción convierte en solo cuestión de tiempo el que termine
en algún accidente.
Una observación en perspectiva del espacio por el que
andan nos dibujaría un perfecto casting de extras para “La noche de los muertos
vivientes”. En general, presentan un aspecto tranquilo, incluso esbozan algunas
sonrisas en la manipulación de sus dispositivos. Están programados para no
desprenderse de estos, porque tengo harto comprobado que su olvido o
desaparición provoca en estos individuos —sin distinción de sexo— malestar, desasosiego,
violencia y, si la desvinculación del aparato es prolongada, situaciones de auténtica
ansiedad. Olvidarse el teléfono en casa, es casi lo peor que les puede pasar en
un día lleno de desastres.
No es raro ver en reuniones a algunos de estos individuos
manipulando todos ellos su terminal, con expresiones en su rostro de distinta
tipología, que puede ir desde la abstracción completa a la carcajada, pasando
por la de asombro o de fruncimiento del ceño. Difícil es una conversación
continua entre todos y cuando hay amago de ella, es frecuentemente interrumpida
por alguno que vuelve hacer uso del aparato. La mayor continuidad en el diálogo
se da cuando el tema es precisamente las aplicaciones o prestaciones de sus respectivas
maquinitas. Los utensilios, que emiten sonidos aleatorios de muy diversa índole
son colocados casi siempre encima de la mesa en torno a la cual están reunidos,
porque se siente la necesidad de tenerlos a la vista, siendo pocos los que los
ponen en sus bolsos o bolsillos.
Estos zombis pueden no creen en ningún dios, pero todos
adoran su dispositivo. Parece resolverles cualquier tipo de duda y en él creen
encontrar todo lo que necesitan. Es su médico, su consejero, asesor de cocina,
dietista, crítico de cine y hace muchas cosas más, entre ellas…el ponerle en
contacto con todos sus “amigos” (sí, también incluidos aquellos que cuando ven
personalmente ni le saludan). Y lo que no encuentran aquí parece no tener importancia
o, en cualquier caso, mucha menor de lo que él les ofrece. Les acerca a los que
tienen lejos, a costa de separarles de los que tienen cerca. Duerme a su lado
como moderno ángel de la guarda. Para él es su última mirada, incluso después
que para sus propias parejas. Y para él también la primera después de
desperezarse. El aviso de batería baja despierta en sus usuarios cierta
intranquilidad, directamente proporcional a la “importancia” del asunto que se
tenga entre manos, porque siempre sienten sus usuarios que algo importante se
les puede escapar, aunque objetivamente no sea así. Siguen la evolución de la
progresiva falta de energía como lo haría el médico ante la máquina que mide
las pulsaciones del enfermo grave.
Ha acabado con la continuidad en las conversaciones, en
los estudios, en la lectura, en los descansos, en el disfrute de la naturaleza,
e incluso lo puedes sufrir en una interesantísima película en el cine. Su
cámara fotográfica es como los árboles que no nos dejan ver el bosque porque se
prefiere diez minutos fotografiando un monumento que un minuto disfrutándolo, y
nos ha hecho narcisistas individuales o de grupo. ¡Qué tiempos aquellos, que
parecen tan lejanos, en que exhibirse en público hablando por teléfono móvil
era objeto de burlas, bromas e, incluso, de miradas asesinas! Todo en este
mundo de zombis es intermitente, todo susceptible de ser interrumpido o
postergado, de ser minusvalorado frente a la trascendencia de lo que les ofrece
el pequeño artilugio. Un artilugio que es más bien artefacto a punto de
estallar en medio de la sociedad, destruyéndola, quitándole la esencia y
haciendo de ella simplemente una yuxtaposición de individuos y no una unión e
interrelación de ellos como hasta ahora ha sido. Quizá el tiempo, la educación,
o la nostalgia que siempre nos viene de tiempos pasados, lo desactiven a
tiempo.
___________________________
P.D.: Si alguien piensa que he utilizado de forma
inadecuada o exagerada el término zombi, que mire la definición que de él hace
la RAE.
No hay comentarios :
Publicar un comentario