Escuchar, contemplar, sentir la lucidez, la absoluta
inteligencia, la excepcionalidad de pensamiento de ciertas personas, confieso
que me produce la misma emoción que la lectura de un buen libro o la mirada
sobre determinados cuadros. Eso me pasó el otro día en la conferencia del
premio Príncipe de Asturias, Zygmunt Bauman. Al hecho de su extrema lucidez
unía una vitalidad, una espontaneidad y un —yo le llamaría— carisma contagiosos.
He de decir que, en mi moleskine de todos
los años —cada año estreno una nueva—, copio/arrastro la lista de todos aquellos
libros que debería/ tendría que leer. Entre ellos, figuraba la obra de Bauman. Ya
he comenzado a leerle, no descarto que en algún otro momento vuelva aquí sobre
ella. Pero ahora me gustaría apuntar algo de su conferencia. Hizo hincapié en
su teoría, ampliamente conocida, de que el mundo ha dejado de ser un lugar
estable, previsible, duradero, sólido,
para transformarse en algo cambiante, inestable, flexible, líquido. Incidió no solo en las tremendas consecuencias que esta
nueva dimensión está generando en las estructuras sociales, políticas y
personales…, sino que cuestionó, además, alguna de las verdades que se dan por
incontestables en nuestro pensamiento económico
occidental.
Alguna de las ideas fuerza que le escuché me han parecido una enmienda a la
totalidad sobre los axiomas en los que
se asienta nuestra actual política económica. Entre ellas, el convencimiento
generalizado de que todos los males, pobreza, desigualdad, paro se van a
solucionar con crecimientos del PIB (producto interior bruto). Sostiene que sin
medidas distributivas esos crecimientos del PIB no se trasladan por igual, es
decir de forma equitativa, a todos los ciudadanos. Comentó, por ejemplo, que,
de los crecimientos del PIB generados en América desde que comenzó la crisis, el
93% de la riqueza creada se concentró en el 1% más rico, mientras el 7% de las
ganancias restantes se repartió entre el 99 % de la población. Lo que conduce a que cuanto
mayores sean las tasas de crecimiento, más se puedan acrecentar las desigualdades.
Unido a esto, discutió que el factor
generador de crecimiento y bienestar tenga que basarse en el consumo. Finalmente,
puso en entredicho lo que él denomina el factor TINA (There Is Not Alternative),
ése que lleva a los expertos a repetir una y otra vez, de forma reiterada e
insistente, como un mantra, que lo que se está haciendo a nivel económico es la
única respuesta posible.
Pero no queda ahí su reflexión, va más
allá y nos pinta un mundo en el cual todos,
en mayor o menor medida, podemos sentirnos identificados. Un mundo donde hemos
sustituido en muchos casos emociones y sentimientos por el comprar y regalar,
regalarse a uno mismo y a los demás como forma sustituta de otras entregas. Un mundo
donde la comunicación está dejando de ser real para convertirse en virtual, donde
se nos cuenta por el número de amigos que te siguen en las redes.
Y, ahí, en plena conferencia, de repente, me
vino a la memoria el planeta Solaria de Asimov y ese robot detective, Danien Olivaee,
al que envían desde la tierra a tratar de resolver un caso de asesinato cometido
en Solaria. Y del dilema que se le plantea dada la imposibilidad de que haya
podido cometerlo un ser humano, puesto que en ese planeta los seres humanos ya únicamente
se comunican mediante hologramas de sí mismos. No resisten estar en presencia
de otro ser humano, sentirle, rozarle, tocarle… Menos, cometer un asesinato.
Cuando lo leí, hace ya algunos, bastantes años, me produjo tal desazón que necesité
reconfortarme con que era eso, ciencia ficción, y que en todo caso yo ese mundo
no lo vería. Ahora ya no estoy tan segura.
P.D.: Las fotografías que acompañan al
texto son de Lynne Cohen que expone en estos momentos en la Fundación Mapfre. Su
mirada sobre los nuevos espacios
inhabitados, pero invadidos de otras presencias, me ha provocado la misma
ambigua sensación de amenaza y control,
inquietud y desasimiento que las palabras de Bauman.
HETERODOXA
LA MIRILLA: ...Me desperté y vi la
luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la
noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día
con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: Conciencia,
sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba. JULIO CORTÁZAR
Heterodoxa, pues ve a ver la película Her. Es quizá algo futurista pero yo sentí la absoluta sensación de que lo que plantea es perfectamente posible. Ya nos dirás.
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