Una de las exposiciones estrella de este año es la que, organizada por la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando, la Subdirección General
de Promoción de las Bellas Artes y la
Galería Nieves Fernández, se muestra hasta el 30 de marzo en
la sede de la primera, el Palacio de Goyeneche, en la calle Alcalá: BILL VIOLA [en diálogo].
Para quien solo tenga como referencia que la obra principal de este
artista estadounidense son las video
instalaciones, tal vez le sorprenda que en esta ocasión se exhiban en un
espacio que se caracteriza por su clasicismo y “en diálogo” con pinturas
de José de Ribera, Pedro de Mena, Alonso Cano, Zurbarán, El Greco y Goya. Sin
embargo, quien venga siguiendo la trayectoria vital y artística de Viola lo
encontrará una consecuencia de la misma más que lógica.
Hace tiempo que el interés de Viola por el video arte como mera forma artística autónoma y de experimentación
audiovisual quedó atrás, para conducirse hacia una investigación formal,
estética y argumental menos técnica pero más expresiva, menos fabril y más
subjetiva, menos intelectual y más espiritual, y ello en paralelo a su evolución
personal, impulsada a partir de cierto momento por nuevas inquietudes en torno
a la espiritualidad y la mística. Las religiones orientales y la mística
cristiana ofrecieron a Viola nuevos leitmotives
en relación con el autoconocimiento, con la observación de las emociones o
estados del alma y su expresión, humana y artística.
Los estados del alma son experiencias subjetivas que se producen en lo
más recóndito de uno mismo, pero cuya fuerza expresiva a menudo acaba por
volcarse hacia el exterior en manifestaciones sensoriales –como mínimo
cutáneas— más que evidentes. Y nada como la pintura del Siglo de Oro, transmisora
de la religiosidad durante el XVIII, para encontrar momentos de máxima emoción
y pasión, de puro dramatismo —frente a la racionalidad y serenidad
renacentistas— articulados pictóricamente mediante recursos visuales tales
como contrastes lumínicos fuertes, colores intensos, composiciones
dinámicas o gestos vehementes, entre
otros, que dotan a las escenas de una mayúscula sugestión de realidad y naturalidad de la expresión emocional.
Lo mismo ha querido llevar Viola a
sus video creaciones Dolorosa, Montaña silenciosa, Rendición y El quinteto de
los silenciosos, si bien moviéndose aún más allá, desvinculando la expresión emocional de todo referente temático o religioso para ofrecer “la naturaleza
de la expresión emocional misma”.
Pese a que el artista afirme que los viejos maestros no eran sino un punto de partida desde “sus dimensiones espirituales, no de su forma visual”, es innegable la inspiración formal de sus imágenes en los recursos visuales hiperrealistas de aquella época, trasladados y adaptados al soporte en video. El formato díptico usado en tres de ellas, los fondos neutros, la luz violenta, el aunque ralentizado pero contorsionismo de las figuras, la composición que es descomposición y llevada al extremo dilución de la imagen, los colores contrastados, etcétera; todo ello conforma el vehículo expresivo fundamental de Viola para presentar “la fuente original de las emociones”, la emoción en estado puro y visible, la tangibilidad de estados del alma tan recónditos e intangibles como pueden ser la duda, la angustia, el miedo, el desconsuelo, el dolor y esos otros a los que a menudo ni siquiera podemos ponerles nombre.
Son fuerzas
interiores que en sus obras ganan corporeidad al ritmo levísimo que la
reproducción en video les imprime, que se abren camino y se expanden
paulatinamente hasta, unas veces, explotar y convulsionar para luego cerrarse
de nuevo, reencontradas y abrazadas las figuras a sí mismas (Dolorosa y Montaña silenciosa); otras, entrar en un bucle de transformación
permanente que les lleva a la abstracción, al abandono de la forma original para
volver a aparecer bajo una nueva imagen cada vez más informe, eterna e
irremisiblemente cambiante pero eternamente presente (Rendición);
otras, suscitar una reacción encadenada de movimientos, un aliento común a
partir de emociones individuales y diversas que, bajo el silencio y el tiempo casi detenido, subrayan, a un tiempo, la universalidad de las emociones y el aislamiento de cada figura en la suya propia pese a su proximidad
espacial con las demás (El quinteto de los
silenciosos).
Las cuatro obras del artista que se muestran en la Real Academia de
Bellas Artes no se han colado allí por casualidad. Yo diría que han
encontrado el sitio que en realidad les corresponde, el contexto al que verdaderamente
pertenecen, junto a las vírgenes dolorosas de Mena, los frailes arrobados de
Zurbarán, los ascetas de Ribera o El Greco, los Cristos de Cano y los retratos
psicológicos de Goya; porque las de Viola no son meras creaciones en video, sino
verdaderos cuadros animados, la esencia anímica del ser humano hecha
plasticidad sobre un soporte tecnológico que las convierte en arte y las hace merecedoras —al menos temporalmente— de un sitio junto a los más grandes.
Hay un sitio para cada uno de nosotros, y "El quinteto de los silenciosos" nos muestra claramente el lugar
ResponderEliminarSí, Angeles, es una obra inquietante tal vez por lo que dices, por ser una especie de reflejo de nuestro estar en la vida, en solitaria y necesaria proximidad a los otros.
ResponderEliminarInquientante visto desde fuera. Pero también puede invitarnos a ese viaje al centro de uno mismo, el viaje que tarde o temprano tenemos que emprender, y que pienso puede ser el mejor con diferencia
ResponderEliminarSin duda es un viaje complejo y no exento de riesgos. Por eso el vehículo artístico a veces puede hacérnoslo más fácil, además de la experiencia estética en sí misma.
ResponderEliminarLos vídeos de Viola son como la mirada de Dios-Nosotros. No sólo nos permiten mirar sin ser vistos, sino que además podemos calcular los movimientos de los personajes y casi hasta oír los pausados latidos de sus corazones. Da la sensación de que, incluso, podríamos "intervenir", alterar sus vidas indefensas.
ResponderEliminarMarcos Fonseca
Interesante lo que dices, Marcos. Sin duda son videos que mueven al espectador a no permanecer pasivo, al menos en su interior. Si no interviene, como dices, en las vidas de esos personajes es por prudencia, no por falta de motivación. Como poco, dan ganas de abrazarlos y consolarlos, que es lo mismo que decir, de abrazarnos y consolarnos a nosotros mismos.
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