15/1/14

LA SABINA MILENARIA DE CHIRIVEL (ALMERÍA), por Ángel S. Redondo

Las fotografías pueden plasmar la belleza o fealdad de un motivo, e incluso lo pueden embellecer o afear y viceversa, pero difícilmente llegan a captar la esencia del mismo, y la sabina milenaria de Chirivel, en Almería, es el caso. El espacio inerte, casi desértico, lejano y desamparado donde aparece plantada, como en un oasis, no es un rincón escondido que se recuerde por su belleza. Es uno de los lugares que se perpetúa en la memoria por las sensaciones, y eso las fotografías que acompañan a este texto no lo pueden transmitir.
La sabina quizá tampoco sea bella en sí misma. La belleza, en todo caso, se la otorgan el contraste con el espacio donde destaca sobremanera y su porte espectacular, con una copa que arrastrándose casi hasta el suelo la cubre con amplitud, no deja ver el cuerpo retorcido que la sostiene. Contemplando su copa llena de juventud y vida no podemos imaginar sus años. La naturaleza parece haber hecho un lifting en la parte que se nos muestra a la vista. Pero el tronco sí delata su senectud. Parece que el duende del bosque que debió ser hubiera otorgado a medias a este ejemplar el don de la eterna juventud.


Si pensamos que este árbol ha sido al menos coetáneo de alguna de las grandes pestes de la plena Edad Media, por tomar un ejemplo, uno no puede por menos que sobrecogerse. A alguien como a mí, cuyo trabajo consiste en contar la Historia, le produce envidia ese privilegio. No por haber vivido cuando las pestes, sino por haber sobrevivido a ellas y a otros hechos, y por haber conocido un mundo duro, muy duro, pero sin duda dinámico, puro y fascinante. Y siempre que pienso esto —me ha pasado también con yacimientos romanos, castillos, iglesias románicas, etcétera—, cierro los ojos aunque sea mentalmente y veo pasar toda aquella vida que solo he visto recreada en películas que, aunque puedan gustarme, siempre me transmiten la falsedad del cartón piedra.
En estos días, precisamente, me reencuentro con las teorías de Stephen Hawking sobre las posibilidades de viajar en el tiempo. Plantea teóricamente factible hacerlo hacia el futuro pero no alcanza a ver la posibilidad de retornar al pasado. ¡Lástima! El apabullante desarrollo tecnológico casi me había hecho concebir esperanzas de llegar a tiempo de poder conocer la Historia in situ y de hacer con los alumnos excursiones mucho más didácticas y divertidas.


Después de la sabina de Chirivel he visto después otros árboles singulares y casi ninguno me ha dejado indiferente. No sé si producen en mí admiración o sorpresa por su grandiosidad; o, tal vez, incertidumbre por la falta de explicación al hecho de su supervivencia en un mundo tan depredador. En torno a cada uno de estos árboles existe una leyenda. Recuerdo con cariño la referida a unos milenarios olivo (sorpresivamente enhiesto) y tejo —ya seco, por cierto—, con que una amena guía ameniza la visita a la iglesia románica de Nuestra Señora de Lebeña, en el valle de Liébana. Si los árboles milenarios —o centenarios— tienen siempre una leyenda unida a su existencia, es porque han sido testigos de muchas historias, y cuando las historias se desvirtúan les lleva inevitablemente a convertirse en legendarios. Raro es el lugar que no tiene un árbol “mágico” o “sagrado” o simplemente singular del que enorgullecerse o al que llorar —como en mi caso “El Álamo”, que dio sombra a mi niñez y juventud, como la había dado a muchas generaciones anteriores.
Hay, también, quien piensa que estos árboles están cargados de energía y que un abrazo alrededor de su tronco —para desesperación de algunos amigos biólogos que ven en ello una amenaza para su integridad—, te transmite parte de ella. En unos magníficos ejemplares de carballones en el parque natural de Redes, en Asturias, se hacía cola para dar esos abrazos, frente a la desesperación de dichos amigos.
Me fascinan los bosques llenos de árboles —donde siempre alguno destaca por su singularidad—, pero tanto o más me atraen los árboles solitarios que, como la sabina de Chirivel, han conseguido sobrevivir a la degradación que se manifiesta a su alrededor. Ya es llamativo su aislamiento en el entorno pero cobijarse bajo su amplio parasol, aunque sea momentáneamente, es muy especial. Allí había algo que se sentía.



En torno a cada uno de esos árboles singulares que he tenido la fortuna de contemplar, he captado algo latente en el ambiente. Y, no siendo mis sentidos tradicionales los que me informaban de ello, a menudo me pregunto cuándo se atreverán formalmente los científicos a ampliar la relación de sentidos con que percibimos las cosas. Yo no sé si será energía o qué otra esencia o cualidad pueda ser. No sé siquiera si realmente ese algo existe o si es mi mente la que crea esa sensación. Pero para el caso es lo mismo. Lo cierto y real es la sensación de bienestar y fuerza.
Por eso seguiré buscando árboles singulares en las guías que de ellos existen. Y me seguirán asaltando preguntas: ¿por qué la mente crea o capta esas sensaciones en este tipo de lugares y no en otros? Por algo será. ¿La existencia de estos ejemplares es la causa de ese tipo de energía o, más bien al contrario, es esta energía la que favorece que estos ejemplares pervivan? Pero que nadie piense que elucubro con cuestiones espirituales. Presumo de tener los pies muy firmes sobre la tierra. Y, por cierto, ¿no estaremos hablando simplemente de efluvios de la Madre Tierra, de la que procedemos? Seguramente James Lovelock, con su teoría sobre Gaia, lo afirmaría. Pero ni él quizá haya encontrado respuesta a las preguntas que ya se hacían los griegos sobre el hogar que habitamos. De las sensaciones que he mencionado, quien haya visitado algún lugar así entenderá de qué estoy hablando, y quien no, sin duda lo sabrá cuando acuda a ellos.
ÁNGEL S. REDONDO
Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas.
HENRY MILLER

5 comentarios :

  1. Muy atrayente esa sabina y también el lugar. Tal vez también influya en esas sensaciones la forma en que cada uno está y se relaciona con los sitios y las cosas. Como en la teoría de Gaia, las condiciones de uno se extienden al entorno. Me ha gustado el artículo.

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    1. Muchas gracias. Efectivamente puede haber también algo de lo que dices. Cuando me encuentro en un sitio de estos tengo una predisposición a vivir sensaciones. Además, el sentimiento de querer el contacto con la naturaleza lo noto acentuándose en mí según pasan los años. Curiosamente, oyendo ayer a Soledad Puértolas en la televisión dijo exactamente lo mismo de ella.

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  3. Me ha gustado tu artículo, te felicito por ello.

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  4. Muchas gracias. Seguiremos mostrando rincones y sensaciones escondidas.

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