4/12/13

NADA ESTÁ PERDIDO, de Susana Martín Belmonte

Hace poco presentábamos de forma somera Nada está perdido (Icaria Editorial, 2011), el libro de Susana Martín Belmonte, y prometíamos una reseña más completa del mismo. Empezaré por decir que conozco a la autora desde hace años y que la teoría financiera que finalmente ha acabado materializándose en una verdadera propuesta alternativa al sistema monetario y financiero actual, recogida en este libro, se la escuché por primera vez una tarde en una simple conversación de amigas, mucho antes del estallido de la crisis y con grandes dotes visionarias por parte de la autora.

A nadie a estas alturas le cabe ya duda de que el capitalismo ha entrado en colapso. Las soluciones puestas en marcha para salvarnos de la quiebra han provenido todas, sin embargo, del mismo poder que ha conducido a ese colapso, el poder financiero; soluciones que hoy por hoy no han resuelto nada, pues como demuestra Susana Martín en su libro, son los propios principios del sistema —defendidos falsamente como requisitos imprescindibles para su buen funcionamiento—, los cuestionables no solo por su invalidez para el momento actual, sino porque de ellos resulta la exclusión de los ciudadanos del derecho a cualquier decisión económico-financiera y, por consiguiente, su sumisión sin escape a las directrices de un poder depredador que restringe sus expectativas y los estafa.

Nada está perdido desmonta muchos de esos principios para ofrecer una solución alternativa al sistema monetario y financiero actual.

El dinero ha dejado de ser una mercancía para convertirse en un instrumento. Se crea de la nada en el momento que un banco lo presta a interés, y ese préstamo implica la necesidad de devolver el principal más los intereses. Pero ese interés generado por el préstamo no existe —no fue prestado por el banco y en consecuencia no es dinero creado—; lo que significa que no es dinero en circulación y, por tanto, para poderlo devolver es necesario recurrir a un nuevo préstamo por esa cantidad que, ahora sí, se convertirá en dinero pero también generará nuevos intereses: más endeudamiento y la obligación de seguir creciendo económicamente —incrementando la productividad a costa de aumentar cada vez más la jornada laboral— para poder satisfacer las exigencias financieras derivadas de los préstamos.

Y así hasta el infinito en el conjunto de la sociedad, donde algunos  —los financieramente más fuertes— podrán seguir creciendo y devolviendo intereses, pero otros no y lo perderán todo, y con ello su capacidad de compra, lo que lleva al sistema a un desequilibrio entre la oferta y la demanda. Los que no poseen dinero dejan de adquirir bienes y servicios, y los que los producen no pueden venderlos, con la pérdida de beneficios que eso conlleva y consigo la destrucción de empleo y una aún mayor disminución de la demanda y, etc., etc.


Partiendo de la idea de que el dinero, a la vista de las consecuencias, no puede ser creado como préstamo con interés, Susana Martín Belmonte establece las bases de un nuevo sistema monetario y financiero de dinero digital, acorde a las necesidades de la economía real donde el crecimiento constante no es imperativo y, por consiguiente, el endeudamiento permanente e insostenible tampoco. Este sistema, denominado R-economía (R de Real, Registrada y Responsable), tiene como fundamento un concepto esencial, la soberanía financiera, que otorga a los ciudadanos la capacidad de participar en la toma de decisiones relativas a la gestión de los recursos financieros y el crédito, derechos que se ejercen en el llamado premercado, el lugar virtual colectivo donde mediante la deliberación y el consenso acerca de los proyectos a emprender, su utilidad social, su viabilidad, su conveniencia y sus desventajas se responde a una pregunta crucial: “¿Qué producir de forma económica y cómo?”.

En la R-economía, la “inteligencia colectiva” tomaría las decisiones, y las herramientas digitales serían el vehículo que lo permitiría mediante sistemas de voto electrónico con deliberación previa sobre talentos, proyectos, apoyos a los cuales las redes sociales servirían de máximo soporte y difusión. Los proyectos emprendidos atenderían a los intereses reales de las personas, serían cada vez más adecuados a las necesidades verdaderas del ser humano y no a las necesidades creadas por otros poderes en función de intereses privados.

En este nuevo sistema de mercado, no desaparece el dinero convencional, sino que se crea un dinero alternativo al del sistema capitalista hegemónico. Cada grupo de personas bajo la potestad únicamente de la inteligencia colectiva, crearía su propia moneda para efectuar transacciones y autogestionarse económica y financieramente; esta moneda se generaría en la renta producida en la R-economía y sería complementaria a la moneda hegemónica pero admitida como medio de pago de impuestos, etc. No es ninguna utopía. Existen ya en España monedas sociales virtuales alternativas al euro (eco, boniato, puma…) y que favorecen los intercambios en zonas locales concretas, impulsadas por colectivos sociales, bancos de tiempo, cooperativas y también algunos ayuntamientos, especialmente en Cataluña.

     ¿Algunos beneficios de esta R-economía? La eliminación del interés del dinero y en definitiva de la especulación, pues con ella solo se financiaría la economía real o productiva; la transparencia del sistema frente a la corrupción; el pleno empleo mediante la reducción de la jornada laboral; la autogestión con independencia de poderes ajenos a los intereses de la ciudadanía; la colaboración y promoción —no exactamente igual a inversión— en proyectos acordes a las motivaciones vitales de las personas, y la posibilidad de desvincularse de aquellos que no lo son o representan intereses espurios o deleznables, como el tráfico de armas o de personas. Solo hemos enumerado algunas, pero por el momento, al sistema promovido en Nada está perdido  —no solo viable sino además muy oportuno dadas las circunstancias económico-financieras globales—, solo podemos encontrarle ventajas frente a lo que actualmente tenemos y nos viene impuesto.

MAR REDONDO, habitante del ático.

Jamás leo los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.
        ÓSCAR WILDE 

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