Hace poco presentábamos de forma somera Nada está perdido (Icaria Editorial, 2011), el libro de Susana Martín Belmonte, y prometíamos
una reseña más completa del mismo. Empezaré por decir que conozco a la autora
desde hace años y que la teoría financiera que finalmente ha acabado
materializándose en una verdadera propuesta alternativa al sistema monetario y
financiero actual, recogida en este libro, se la escuché por primera vez una
tarde en una simple conversación de amigas, mucho antes del estallido de la
crisis y con grandes dotes visionarias por parte de la autora.
A nadie a estas alturas le cabe ya duda de que el capitalismo ha entrado
en colapso. Las soluciones puestas en marcha para salvarnos de la quiebra han
provenido todas, sin embargo, del mismo poder que ha conducido a ese colapso,
el poder financiero; soluciones que hoy por hoy no han resuelto nada, pues como
demuestra Susana Martín en su libro,
son los propios principios del sistema —defendidos falsamente como requisitos
imprescindibles para su buen funcionamiento—, los cuestionables no solo por su
invalidez para el momento actual, sino porque de ellos resulta la exclusión de los
ciudadanos del derecho a cualquier decisión económico-financiera y, por
consiguiente, su sumisión sin escape a las directrices de un poder depredador
que restringe sus expectativas y los estafa.
Nada está perdido desmonta muchos de esos principios
para ofrecer una solución alternativa al sistema monetario y financiero actual.
El dinero ha dejado de ser una mercancía para convertirse en un
instrumento. Se crea de la nada en el momento que un banco lo presta a interés,
y ese préstamo implica la necesidad de devolver el principal más los intereses.
Pero ese interés generado por el préstamo no existe —no fue prestado por el
banco y en consecuencia no es dinero creado—; lo que significa que no es dinero
en circulación y, por tanto, para poderlo devolver es necesario recurrir a un
nuevo préstamo por esa cantidad que, ahora sí, se convertirá en dinero pero también
generará nuevos intereses: más endeudamiento y la obligación de seguir creciendo
económicamente —incrementando la productividad a costa de aumentar cada vez más
la jornada laboral— para poder satisfacer las exigencias financieras derivadas
de los préstamos.
Y así hasta el infinito en el conjunto de la sociedad, donde
algunos —los financieramente más
fuertes— podrán seguir creciendo y devolviendo intereses, pero otros no y lo
perderán todo, y con ello su capacidad de compra, lo que lleva al sistema a un
desequilibrio entre la oferta y la demanda. Los que no poseen dinero dejan de
adquirir bienes y servicios, y los que los producen no pueden venderlos, con la
pérdida de beneficios que eso conlleva y consigo la destrucción de empleo y una
aún mayor disminución de la demanda y, etc., etc.
En la R-economía ,
la “inteligencia colectiva” tomaría las decisiones, y las herramientas
digitales serían el vehículo que lo permitiría mediante sistemas de voto
electrónico con deliberación previa sobre talentos, proyectos, apoyos a los
cuales las redes sociales servirían de máximo soporte y difusión. Los proyectos
emprendidos atenderían a los intereses reales de las personas, serían cada vez
más adecuados a las necesidades verdaderas del ser humano y no a las
necesidades creadas por otros poderes en función de intereses privados.
MAR REDONDO, habitante del ático.
Jamás leo
los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.
ÓSCAR WILDE
No hay comentarios :
Publicar un comentario