11/12/13

LAS SOLUCIONES DE MOZART

El programa Òpera Oberta se encargó de convertir otra vez el Aula Magna de la Escuela de Teleco en el Liceu de Barcelona. En esta ocasión ni siquiera me mosqueó ni un poquito el que en el palacio del Bajá Selim, en la Turquía del XVIII, hubiese un ventilador; me pareció muy razonable que Pedrillo ocultase a su amo Belmonte de los ojos de Osmin tras la enorme sábana impresa del Herald Tribune.

En la ópera —tampoco en el singspiel, así se llama la forma operística que incluye diálogos en lugar de recitativos y a la que pertenece El rapto en el serrallo—, no importan ni la falta de rigor histórico, ni el revelar trama, ni que no coincida del todo la edad de los intérpretes con la de los personajes a los que representan, ni que el exotismo oriental de un singspiel de Mozart se torne en escenarios que nos llevan al cine de los años cuarenta. Nada de todo eso importa, supongo, mientras la música, la poesía y el drama sean fieles al original. 

En El rapto en el serrallo, Konstanze (una joven dama española), su criada inglesa Blonde y Pedrillo son capturados por los turcos en alta mar. Todo empieza cuando Belmonte llega a Turquía, a los alrededores del palacio del Bajá Selim, con el propósito de rescatar a su amada Konstanze. Musicalmente, no es necesario ser un entendido para disfrutar de los terribles agudos de Blonde o del aria Toda clase de suplicios, de su contraste entre violencia y petición de clemencia.


Sin embargo, me quedo con la profundidad psicológica de los personajes, sobre todo si comparamos esta obra con música de Mozart y libreto de Gottlieb Stephanie con la anterior proyección, La coronación de Popea, una ópera italiana. Aunque el texto de El rapto… siga el tradicional esquema de parejas simétricas de enamorados procedentes de estratos sociales distintos (Belmonte y Konstanze, Pedrillo y Blonde), en este caso el amor ya no es sólo el designio de un dios caprichoso: es la causa del tormento del Bajá, de la angustia que desprende su mirada y de todas sus contradicciones —ni las riquezas, ni el poder, ni la veneración de su añorada Konstanze, ni el resto de mujeres a las que puede poseer parecen servir de consuelo y alivio a su corazón. El tormento de ese amor es lo que explica en el fondo —aunque también aparezca la cuestión de la vileza del padre de Belmonte y todo encaje con el carácter del personaje— su decisión de, soslayando sus planes de fuga, dejar finalmente regresar a España a Belmonte, Konstanze, Blonde y Pedrillo.

Incluso Osmin, al que el propio Mozart definió como “basto, grosero, malvado”, presenta ciertos matices, o al menos eso me pareció o quise creer. Machista y cruel hasta la obsesión, es traicionado por el hábil Pedrillo (en el divertido y contenido aria ¡Viva Bacus! ¡Bacus Viva!), cuando decide bajar la guardia y confiar en alguien, aunque seducido por el vino, eso sí. El solitario Osmin, que llega a cantar que ama —no sólo desea— a Blonde, se tapa los ojos y se retira a una esquina del escenario durante los cantos al amor que protagonizan las dos parejas y que acaban conmoviendo al Bajá.

 También me gustaría detenerme en la atrevida, decidida y feminista Blonde —la crítica a las costumbres orientales, a veces también quizá a las occidentales, planea todo el rato sobre la obra— y su canto a una Europa que tiene otra manera de tratar a las mujeres. Comparto mucho de lo que viene a decirnos Blonde, aunque no todo. En cualquier caso, me cuesta encontrar mejores soluciones que las que propone Mozart a los eternos conflictos entre hombres y mujeres, entre culturas, entre razas o entre religiones: el amor y la generosidad totalmente desprendida.

PETER REDWHITE, habitante del ático.

Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja.
LIN YUTANG

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