El programa Òpera Oberta se
encargó de convertir otra vez el Aula Magna de la Escuela de Teleco en el Liceu
de Barcelona. En esta ocasión ni siquiera me mosqueó ni un poquito el que en el
palacio del Bajá Selim, en la Turquía del XVIII, hubiese un ventilador; me
pareció muy razonable que Pedrillo ocultase a su amo Belmonte de los ojos de
Osmin tras la enorme sábana impresa del Herald
Tribune.
En la ópera —tampoco en el singspiel, así se llama la forma operística que incluye diálogos en lugar de
recitativos y a la que pertenece El rapto en el serrallo—, no importan ni la falta de
rigor histórico, ni el revelar trama, ni que no coincida del todo la edad de
los intérpretes con la de los personajes a los que representan, ni que el exotismo
oriental de un singspiel de Mozart se torne en escenarios que nos llevan al cine de los años
cuarenta. Nada de todo eso importa, supongo, mientras la música, la poesía y el
drama sean fieles al original.
En El rapto en el serrallo, Konstanze (una joven dama española), su criada inglesa Blonde y
Pedrillo son capturados por los turcos en alta mar. Todo empieza cuando
Belmonte llega a Turquía, a los alrededores del palacio del Bajá Selim, con el
propósito de rescatar a su amada Konstanze. Musicalmente, no es necesario ser
un entendido para disfrutar de los terribles agudos de Blonde o del aria Toda clase de
suplicios, de su contraste entre
violencia y petición de clemencia.
Sin embargo, me quedo con
la profundidad psicológica de los personajes, sobre todo si comparamos esta
obra con música de Mozart y libreto de Gottlieb Stephanie con la anterior
proyección, La coronación de Popea, una
ópera italiana. Aunque el texto de El
rapto… siga el tradicional esquema de parejas simétricas de enamorados procedentes
de estratos sociales distintos (Belmonte y Konstanze, Pedrillo y Blonde), en
este caso el amor ya no es sólo el designio de un dios caprichoso: es la causa
del tormento del Bajá, de la angustia que desprende su mirada y de todas sus
contradicciones —ni las riquezas, ni el poder, ni la veneración de su añorada
Konstanze, ni el resto de mujeres a las que puede poseer parecen servir de
consuelo y alivio a su corazón. El tormento de ese amor es lo que explica en el
fondo —aunque también aparezca la cuestión de la vileza del padre de Belmonte y
todo encaje con el carácter del personaje— su decisión de, soslayando sus
planes de fuga, dejar finalmente regresar a España a Belmonte, Konstanze,
Blonde y Pedrillo.
También me gustaría
detenerme en la atrevida, decidida y feminista Blonde —la crítica a las
costumbres orientales, a veces también quizá a las occidentales, planea todo el
rato sobre la obra— y su canto a una Europa que tiene otra manera de tratar a
las mujeres. Comparto mucho de lo que viene a decirnos Blonde, aunque no todo.
En cualquier caso, me cuesta encontrar mejores soluciones que las que propone
Mozart a los eternos conflictos entre hombres y mujeres, entre culturas, entre
razas o entre religiones: el amor y la generosidad totalmente desprendida.
PETER REDWHITE, habitante del ático.
Hay dos maneras de
difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja.
LIN YUTANG
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