AZAR
Los niños cantaron mi número y se
restregaron los ojos enrojecidos. Por fin. No había sido un número madrugador.
Salió después del 3257 y antes del 0114 que la niña no hubo ya de cantar. Entre
bostezos me felicitaron y yo me emocioné al agradecerles. Fuera del salón nos
esperaba un cielo sin luna, de nieve. Me ofrecí a acompañarles a casa en coche,
después de todo era lo mínimo que podía hacer. Pero el nocturno 223 pasaba
justo por allí, y no había razón alguna para pensar que fuese a fallarles
precisamente a los niños de la suerte.
NAVEGACIÓN
El centro comercial había quedado en penumbra. De pronto, como previsto
en el protocolo de emergencia, el techo del edificio se enrolló sobre sí mismo
igual que una lata de sardinas en la llave, provocando un ¡ah! de alivio que
serpenteó entre los pasillos encerados. Aquello al menos dejaba el recurso de
las estrellas para orientarse.
Alguien, tal vez mujer o quizá hombre, agravando el tono —parecía saber
bien de lo que hablaba—, indicó que la esquina de la sombrerería era sin duda
el lugar desde el que divisar la
Osa de los navegantes. Resuelto y algo temerario emprendió el
paso en medio de la penumbra con el deseo infinito de estar moviéndose en buena
dirección. Al topar con lo que supuso la tienda de sombreros, miró arriba y
distinguió con claridad el puntito que marcaba el norte.
—A partir de aquí —gritó para que se le oyese—, con no perderla de vista
encontrar la salida es empresa fácil. Pero apenas se movió del sitio la luz
regresó inesperada y el techo, tácita y lentamente, comenzó a cerrarse de nuevo
sobre la superficie del centro comercial, vacía, helada.
¡SHHHH!
Un agente con silbato, una cría a quien le ha explotado el globo en la
cara, varios congregados con y contra el trasvase interregional de partículas
alfa en suspensión, un chapuzas de pico y pala, dos recién atracados, varios
niñatos con MP3, una filarmónica de ancianos con tos asmática, 1808 japoneses
en corrillo a la búsqueda de tesoros, el equipo local de fútbol en traje de
celebración…
Pasaban a su lado y él, dueño de su silencio, leía el reproche en sus caras.
Pasaban a su lado y él, dueño de su silencio, leía el reproche en sus caras.
Finalista del Concurso de Microrrelatos Madrid 1808
MAR REDONDO, habitante del ático.
Jamás leo
los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.
ÓSCAR WILDE
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