Laguardia, capital de la Rioja Alavesa , ya es de por sí un lugar de visita
recomendable. Al fondo de una de sus calles, cortadas a escuadra y cartabón, el
pórtico de la iglesia de Santa María de los Reyes es literalmente un rincón
escondido y, para mí, objeto de veneración laica desde que lo descubrí.
Una fachada exterior común no da ningún indicio de que al otro lado exista
una maravilla hecha portada. Esa fachada exterior es la tapa de un cofre en el
que el tesoro lo constituye la deslumbrante decoración escultórica de la portada
primitiva, tallada en un gótico del siglo XIV, mientras que el color que da
vida a las figuras se repuso en el último suspiro del siglo XVII. Quienes
hicieron la portada exterior seguramente quisieron proteger la interior de la
intemperie, que hubiera llevado al deterioro de la piedra y a la desaparición
del color.
Acostumbrado a ver los monumentos o esculturas antiguos desnudos de color, cada vez que encuentro
—siempre ha sido un encuentro, no una búsqueda— una iglesia con algún muro decorada
con pinturas, me deleito. Y mucho más aún cuando se trata de esculturas policromadas,
cuya escasez realza su valor.
Decoradas las entradas de las iglesias románicas o góticas con
esculturas para adoctrinar al pueblo iletrado, parecen poco convincentes privadas
de la expresividad del color. Pero estas de Santa María de los Reyes permiten
acercarnos al sentimiento de hombres y mujeres medievales que, bajo ese arco
apuntado, entraban buscando consuelo espiritual para su desasosiego terrenal. En
una época en que el Cielo estaba muy presente en la Tierra , una buena talla
sustentada con una rica policromía podía tambalear la firmeza ideológica del
más recalcitrante de los escépticos.
El cromatismo de estas figuras
nos hace sentirlas más cercanas, menos celestiales; aun faltándoles los
contrastes que proporciona la luz solar, adquieren una vividez alejada de las glaciales
esculturas griegas y romanas, con esos ojos ahuecados, faltos del cristal o la
pintura que les insuflaba vida y que me inquietaban incluso de adolescente.
Seis apóstoles a cada lado de la puerta, con la mirada y una ligera
inclinación de la cabeza invitan a entrar a un edificio en el que no son sino
figurantes. Custodian la posición principal de la Virgen en el parteluz,
dialogando con el Niño en una actitud claramente gótica. El tímpano muestra en
la primera de sus franjas episodios de la vida de la Virgen —desde la Anunciación , la Visitación , la Adoración de los Reyes
Magos…—, mientras que en el piso intermedio los doce apóstoles son testigos de la Asunción de la Virgen después de haberla
asistido en su Dormición. Su Coronación culmina estos episodios, en tanto unas
arquivoltas en las que santos y ángeles se alternan con representaciones
vegetales y enmarcan el tímpano.
Como todo lo que deja huella, este derroche cromático me hizo
reflexionar sobre si realmente valoramos la importancia del color en nuestras
vidas. Concluí que, al menos, presente sí está: cuando decimos que tenemos buen color de cara es que tenemos buena
salud; por el contrario, cuando nos surge un contratiempo, la cara nos cambia de color; la
vida es según el color del cristal con que se mira y cuando la vida nos va
bien, la vemos de color de rosa; para gustos, los colores; el hecho mismo
de vestir con colores alegres va
bastante ligado a nuestra felicidad o buen estado de ánimo; cuando las cosas
mejoran es que eso tiene ya otro color,
y cuando son comparativamente diferentes, no
hay color. Simbólicamente, la luz que crea los colores es la vida, y su
ausencia, la oscuridad y la muerte. Por algo será.
ÁNGEL SÁNCHEZ, habitante del ático.
Nuestro destino de viaje
nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas.
HENRY MILLER
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