27/11/13

PORTADA DE SANTA MARÍA DE LOS REYES, LAGUARDIA (ÁLAVA)

Laguardia, capital de la Rioja Alavesa, ya es de por sí un lugar de visita recomendable. Al fondo de una de sus calles, cortadas a escuadra y cartabón, el pórtico de la iglesia de Santa María de los Reyes es literalmente un rincón escondido y, para mí, objeto de veneración laica desde que lo descubrí.

Una fachada exterior común no da ningún indicio de que al otro lado exista una maravilla hecha portada. Esa fachada exterior es la tapa de un cofre en el que el tesoro lo constituye la deslumbrante decoración escultórica de la portada primitiva, tallada en un gótico del siglo XIV, mientras que el color que da vida a las figuras se repuso en el último suspiro del siglo XVII. Quienes hicieron la portada exterior seguramente quisieron proteger la interior de la intemperie, que hubiera llevado al deterioro de la piedra y a la desaparición del color.

Acostumbrado a ver los monumentos o esculturas  antiguos desnudos de color, cada vez que encuentro —siempre ha sido un encuentro, no una búsqueda— una iglesia con algún muro decorada con pinturas, me deleito. Y mucho más aún cuando se trata de esculturas policromadas, cuya escasez realza su valor. 




Decoradas las entradas de las iglesias románicas o góticas con esculturas para adoctrinar al pueblo iletrado, parecen poco convincentes privadas de la expresividad del color. Pero estas de Santa María de los Reyes permiten acercarnos al sentimiento de hombres y mujeres medievales que, bajo ese arco apuntado, entraban buscando consuelo espiritual para su desasosiego terrenal. En una época en que el Cielo estaba muy presente en la Tierra, una buena talla sustentada con una rica policromía podía tambalear la firmeza ideológica del más recalcitrante de los escépticos.

El cromatismo de estas figuras nos hace sentirlas más cercanas, menos celestiales; aun faltándoles los contrastes que proporciona la luz solar, adquieren una vividez alejada de las glaciales esculturas griegas y romanas, con esos ojos ahuecados, faltos del cristal o la pintura que les insuflaba vida y que me inquietaban incluso de adolescente.

Seis apóstoles a cada lado de la puerta, con la mirada y una ligera inclinación de la cabeza invitan a entrar a un edificio en el que no son sino figurantes. Custodian la posición principal de la Virgen en el parteluz, dialogando con el Niño en una actitud claramente gótica. El tímpano muestra en la primera de sus franjas episodios de la vida de la Virgen —desde la Anunciación, la Visitación, la Adoración de los Reyes Magos…—, mientras que en el piso intermedio los doce apóstoles son testigos de la Asunción de la Virgen después de haberla asistido en su Dormición. Su Coronación culmina estos episodios, en tanto unas arquivoltas en las que santos y ángeles se alternan con representaciones vegetales y enmarcan el tímpano.




Como todo lo que deja huella, este derroche cromático me hizo reflexionar sobre si realmente valoramos la importancia del color en nuestras vidas. Concluí que, al menos, presente sí está: cuando decimos que tenemos buen color de cara es que tenemos buena salud; por el contrario, cuando nos surge un contratiempo, la cara nos cambia de color; la vida es según el color del cristal con que se mira y cuando la vida nos va bien, la vemos de color de rosa; para gustos, los colores; el hecho mismo de vestir con colores alegres va bastante ligado a nuestra felicidad o buen estado de ánimo; cuando las cosas mejoran es que eso tiene ya otro color, y cuando son comparativamente diferentes, no hay color. Simbólicamente, la luz que crea los colores es la vida, y su ausencia, la oscuridad y la muerte. Por algo será.


ÁNGEL SÁNCHEZ, habitante del ático.

Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas. 
HENRY MILLER

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