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¿Pero por qué Rousseau, un pintor naif?
En mi opinión, nada hay
menos naif, menos ingenuo, que
algunos de los cuadros que pintó Rousseau; y es precisamente el lado oscuro que
se barrunta bajo la aparente ingenuidad lo que conecta Belígero con el mundo pictórico del francés.
Salvando las distancias entre los campos nevados en el relato
de Bilbao y las selvas exuberantes de Rousseau, su denominador común es la
ferocidad, la amenazante atmósfera que —bajo un velo pintoresco la una, exótico
la otra— caracteriza a ambas escenografías naturales. No son paisajes inocentes
los que plasman pintor y escritor, sino entornos salvajes y siniestros (calles
en pendiente y campos tupidos de nieve, tan resbaladizos, tan azarosos; junglas
verdes, frondosas, impenetrables, tan manzana del paraíso) representados en el
mismo plano que las figuras humanas que en ellos se desenvuelven y, por tanto,
equiparables a las mismas en protagonismo y simbolismo.
La joven protagonista de Belígero,
retirada a una casa de campo aislada en pleno invierno, recibe cada noche la
visita de un zorro y, dice el texto, solo logra conciliar el sueño gracias a que el zorro
velaba por ella. Esta fantasía de hallar en la naturaleza un ser al que el
personaje atribuye un poder mágico o místico, en este caso protector (la función apotropaica, tan presente en el
mundo del arte), también sincroniza con algunas de las obras de Rousseau, como El sueño, de la que el pintor explica que “la mujer en
el sofá sueña que ha sido trasladada a este bosque y escucha el sonido de la
encantadora de serpientes".
Las dos mujeres, la del relato y la del cuadro, se han trasladado
a un lugar ajeno a su realidad habitual, a un lugar real pero irreal a un
tiempo, por verse adulterado, bien por el anhelo, bien por el sueño,
respectivamente, y a cuya influencia no pueden sustraerse. Si bien tanto relato
como pintura se mantienen en un registro realista, el ilusionismo y la
ensoñación les dotan de un tono poético con tinte “solo en principio”
candoroso, pues zorro y encantadora de serpientes son presencias que en el
mundo de lo irracional puede que protejan, pero en el mundo real acechan y
agreden —son tan encantadores como letales, como en un momento del relato se
dice del oso polar en su blancura.
Pero los paralelismos entre Rousseau y Bilbao no terminan ahí.
En Belígero, la relación
de codependencia que se establece entre la protagonista y el zorro —el animal
la visita sólo porque es ella y no otra persona; ella a su vez le deja comida
en la puerta por las noches—, así como la naturaleza agreste que los acoge acaban
provocando su mutua identificación, el reflejo recíproco de mujer y animal, una
avenencia entre sus mundos respectivos que se concreta en una suerte de asimilación,
contagio, transferencia de rasgos o de temperamento, de forma muy llamativa del
animal a la joven. Es poderosa a este respecto la imagen de ésta última entrando
de cabeza por el ventanuco de la casa, o la afirmación de que “la partida del zorro también implicaba la
de ella”, pero sobre todo y muy especialmente el siniestro final de la
historia.
Ese mismo efecto pero a la inversa —es el animal quien en este
caso se impregna del talante humano—, había conseguido años antes Rousseau por
medios pictóricos. El tratamiento, tanto de fondos como de figuras humanas, con
idéntico relieve y prestancia, situándolos en un mismo plano al prescindir de
cualquier tipo de perspectiva, da lugar a lo que el artista llamó retrato-paisaje, donde todo posee
idéntica preeminencia, donde la relación de los elementos es de este modo entre
iguales, por lo que se reflejan unos a otros y se asimilan entre sí. Es el
subtítulo de una de las obras más relevantes del pintor, La gitana dormida, el que subraya de forma explícita la naturaleza
de la asimilación o transferencia de humano a animal, como decíamos, sugerida
en esta pintura: “La fiera, aunque
salvaje, duda si lanzarse sobre su víctima, profundamente dormida de
cansancio", siendo incluso el rostro de mujer y fiera apenas
distinguibles uno de otro.
Lo racional y lo irracional se imbrican así en las obras de
Rousseau y Bilbao, generando un nuevo orden de cosas que conserva el aliento de
lo cotidiano pero ya no es lo cotidiano. No sabemos de dónde procede ninguna de
esas mujeres ni qué les ha llevado al lugar donde se hallan, pero sí que en ese
momento concreto son y viven como reflejo de las criaturas seudomágicas con las
que comparten lienzo o relato, y en un entorno que siendo humano no lo parece
del todo. Ambos, pintor y escritor, evidencian que tanto se puede pintar con
letras como escribir con pinceladas, al lograr que recursos procedentes de
lenguajes distintos se traduzcan en efectos y sensaciones verdaderamente próximas
entre sí.
MAR REDONDO, habitante del ático
“Jamás leo
los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.”
Oscar Wilde
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