De Tom
Sawyer recuerdo sólo lo de "pintar la valla”, supe enseguida que era ése el espacio de Mud (Jeff Nichols, 2012). El
relato del paso de dos adolescentes —río Mississippi arriba, río Mississippi
abajo— a la edad adulta lleva inevitablemente a Twain; sólo que Ellis y Neck, así
se llaman los muchachos de la película, no dejan atrás la infancia a finales
del XIX: en Mud los chicos rondan a las chicas en el parking
del súper.
Nichols no duda en mostrar lo difícil que es a veces
comunicarse con las personas a las que se ama, esas ocasiones en las que las
heridas del alma son incluso peores que las provocadas por la mordedura de una
serpiente. Las pasiones propias de la adolescencia, la forma de narrar —tan
pausada— y la inmensidad sobrecogedora de un río símbolo de la vida sin cuyas aguas
—siempre iguales, siempre cambiantes, la necesaria dialéctica entre creación y
destrucción— nada tendría sentido me recordaron a El río (Jean Renoir, 1951). Sorprende la atmósfera de cuento (todo
empieza cuando Ellis y Neck descubren un bote atrapado en la copa de un árbol)
que rodea a esta película, tan alejada de las tendencias del cine que suele verse
en los festivales (Mud fue la última película proyectada en la
sección oficial del pasado Festival de Cannes).
En un capítulo de Las
preguntas de la vida, Savater
reflexiona sobre ética y estética, sobre la posible existencia de un vínculo
entre lo bueno y lo
hermoso, un nexo que vaya más allá del hecho de que tanto lo bueno como lo
bello comparten la tarea de lograr que, de alguna manera, haya más vida y menos
muerte entre los mortales. Explicando el menosprecio de Platón y
otros grandes filósofos por la belleza a la que aspiran los artistas (en
la República, Platón afirma que “si
a su ciudad llegase un poeta dramático sería acompañado con firmeza
cortés a la frontera y devuelto sin más trámite a su casa”), Savater resalta el atractivo de
los “malos” —pues de
los “buenos” sabemos
de antemano cómo deben ser—, de lo sorprendentes y transgresores que resultan,
llevando a uno a preguntarse desde una perspectiva más bien clásica —cuando la
idea de felicidad era estética y la noción de belleza era moral, nada que ver
con el punto de vista actual; ahora no sorprende que algo “feo” sea considerado
arte— si una cosa fea puede ser completamente buena, si una cosa buena debe ser
por fuerza hermosa.
Enlaza toda esta disquisición con Mud, el personaje
interpretado por el guaperas Matthew McConaughey, un asesino profundamente
enamorado, sin duda el héroe que necesitan Neck (huérfano) y Ellis (con padres
a punto de separarse) en este momento en el que se están empezando a dar cuenta
del significado del honor, de la familia, de la amistad, del amor. Reconozco
que Mud no me entusiasmó demasiado,
salí de la sala pensando en los ratos en los que el ritmo pausado lo era en
exceso. Ahora, han pasado ya varios días, creo que Nichols, sin ser minimalista
ni grandilocuente, consigue hacer
creíble e incluso admirable cualquier tipo de vida, algo casi imposible
de lograr con una argumentación puramente teórica. Y entiendes entonces por qué
Platón temía tanto a los artistas.
PETER REDWHITE, habitante del ático
"Hay dos maneras de
difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja."
Lin
Yutang
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