Siempre que descubro un rincón escondido acuden a mí sensaciones y
pensamientos aletargados. Ante un rincón sorprendente me dispongo a sentirlo,
no solo con los sentidos físicos, sino con los no sentidos: con el pensamiento
y el sentimiento. Después de la sorpresa me tranquilizo y me pongo un rato a
analizar qué la produce, y al otro rato me dejo llevar. Me duermo en vela y
veo, huelo, oigo… y siento. Y después…, pienso; en pensamientos adormecidos que
no han de tener que ver necesariamente con ese rincón en concreto, que vienen
aunque no los llame, estimulados no sé si por la tranquilidad del momento o por
el misterio —condición inherente, creo, a todo rincón escondido.
.
Y aquí estoy, presentándome para mostraros poco a poco algunos de esos
lugares y los sentimientos y pensamientos que surgieron con la complicidad de
sus contextos.
Elegir qué rincón escondido presentaros para inaugurar la sección no ha
sido fácil, pero mis pasos me han llevado antes que a ningún otro sitio a La Cimbarra , en Sierra
Morena; en lo alto —mirando desde
Andalucía—, en lo llano –haciéndolo desde la Meseta —, por donde Despeñaperros espera el sol.
No es un solo lugar escondido, sino tres en uno, que van subyugando por etapas,
y con la guinda de un cuarto que apenas mencionaré.
El término “cimbarra” significa cascada, y, en este caso, la nuestra se
encuentra en el término de Aldeaquemada, provincia de Jaén. “Despeñaperros”,
“Aldeaquemada”, qué nombres tan inquietantes para un lugar tan alejado de la
inquietud, aunque bien es cierto que no exento de cierto misterio, como decía
antes, pero es éste un misterio amable. Todo lo que sorprende posee algo de
enigmático, por lo diferente que se nos ofrece o por lo que nos invita a
descubrir. Y mientras conserve ese algo de sorprendente, una vez bien conocido
nunca perderá del todo para nosotros su
misterio.
Desde un lateral en lo alto de la Cimbarra , al suroeste, vemos la trenza de agua
que se precipita al vacío invitándonos a bajar por la cuesta, empinada y
pedregosa, adornada de encanto y de sorpresas: el molino abandonado, una rueda
del mismo que alguien ha dejado en mitad del camino por no comulgar con ella… Y
si desde arriba te atrae, contemplar la cascada desde abajo es un recreo. Las
altas paredes te envuelven y no consienten que uno se distraiga del espectáculo
del agua. El sonido arrulla y el frescor del agua te destapa y te hace tiritar;
las gotas huyen de la violencia de la caída y vienen a llamar en tu cara. A
media altura, esa cornisa por donde los más atrevidos se adentran en el corazón
de la cimbarra para sentir con más intensidad sus latidos. Tales de Mileto
consideraba al agua el origen de todas las cosas. ¿Será por eso que nos
quedamos embobados escuchando su sonido, como si desde el vientre de nuestra
madre estuviéramos oyendo su corazón? ¿Será porque una parte importante de
nuestro ser es agua?
Nos encaminamos ahora hacia el hermano chico de La Cimbarra , El Cimbarrillo,
a pocos cientos de metros, menos llamativo pero más cercano, menos imponente
pero más entrañable, más modesto. La Cimbarra es inalcanzable, el Cimbarrillo está al
alcance de la mano, es nuestro. Como las cosas espectaculares de nuestro
alrededor, que son distantes y soberbias, y las modestas, más cercanas. Y tras
ellos, salvando una escasa distancia, dejamos para el final El Negrillo, una
charca oscura como las entrañas de una cueva, donde se arroja una pequeña
cascada que la ilumina tenuemente.
Parece habernos guiado un duende: La Cimbarra nos ha atraído con su
espectacularidad; El Cimbarrillo nos ha
serenado y deleitado, preparándonos para conducirnos hasta el Negrillo que nos
ha prendado. Por hoy no nos queda más que ver aquí. Bueno, sí, a apenas unas
decenas de metros antes de La
Cimbarra nos esperan las pinturas rupestres de la Tabla del Pochico,
patrimonio de la Humanidad
para la UNESCO.
¡Casi nada! Quedan ahí para otro día. Hoy estamos disfrutando del agua y,
llegado a este punto: ¿Por qué no me quedo? ¿Hay fuera de aquí, en este
momento, algo que merezca más la pena? ¿Lo habrá siquiera después? No necesito
nada más. Momentos así, desearía perpetuarlos. No siento frío ni calor, no
tengo hambre ni sed. No echo en falta nada ni siento que nadie me echará de
menos. Me estorba el tiempo. Me siento bien, maravillosamente bien.
ANGEL SÁNCHEZ, habitante del ático.
"La naturaleza vuelve a los hombres elocuentes en las grandes pasiones y en los grandes intereses".
VOLTAIRE
¡Que bonita presentación!, gracias por haber elegido entre todos los rincones escondidos que seguro conoces, este pequeño gran rincón de mi tierra. Te seguiré.
ResponderEliminarManuela, es cierto que conozco bastantes rincones escondidos y si he elegido La Cimbarra es porque creo que se lo merece. No obstante, no por ello deja de haber lugares realmente interesantes y mágicos desde mi punto de vista, que os iré presentando.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Eliminar¡Que bonito lugar! no lo conozco, pero despues de esta estupenda descripción, me entran ganas de salir corriendo a este lugar.que Angel nos ha propuesto, Las Cimbarras o cascadas son de mis paisajes preferidos para experimentar paz, armonía y de esta manera poder respirar profundamente. Ya que en la urbe donde me encuentro,en ocasiones se me hace muy pesado.
ResponderEliminar¡Pues ya sabes Juanjo! !A coger la maleta si estás lejos, o la mochila si estás cerca, un libro y un bocadillo de tortilla y a relajarse un rato¡ No te arrepentirás cuando puedas hacerlo. Un saludo
ResponderEliminarEncantado de conocerte por esta vía Ángel y te seguiré con atención. un saludo
EliminarIgualmente. Muchas gracias. Nos vemos en el blog
ResponderEliminar