Infierno, miniatura s. XII |
A través
de la televisión, de los diarios, de Internet no cesan de llegarnos noticias sobre
asesinos brutales, crímenes de guerra, desprecio de las grandes corporaciones
hacia la vida de sus trabajadores... No dudamos en calificar a quienes los
perpetran de monstruos y a sus acciones de monstruosas. Sin embargo, en las colas para ver una película de terror, el deseo de contemplar los instantes del
monstruo y de pasar miedo nos fascinan. ¿Cómo es posible que una emoción que
detestamos en la vida real sea lo que nos lleve al cine a ver películas de
terror? Y en la ficción escrita ocurre algo parecido. En la colección de
InvinzAnimals o en la baraja de Black Magick las cartas en su mayoría representan monstruos, derivaciones de la mitología clásica
y el folklore a los que se dota de una biografía propia y un valor dependiente de su capacidad para
destruir o proteger. En los sticker que
compro para mi hija aparecen fantasmas, unicornios, dragones, seres de tres
cabezas… Más: en los juegos de las Play-Station, criaturas
de apariencia
fantástica y monstruosa no
son más que objetivos
a abatir, descuartizar y dar muerte, y aquí somos
nosotros quienes nos convertimos en monstruos asesinos y además pasamos la
tarde entre balas virtuales.
Por
si no está claro, esto va de nuestro amigo el monstruo, del monstruo en sus formas
manifiestas de existir en la cultura contemporánea,
formas manifiestas —para las no manifiestas ya tenemos nuestros monstruos
interiores— pues nunca el monstruo ha
existido con la misma forma, ni con el mismo comportamiento, ni en los mismos
lugares, ni con los mismos hábitos alimentarios. Digamos que jamás ha dejado de
acompañarnos: la especie humana nació y se fue desarrollando con él, en su mismo amanecer allí estaba, confundido
con y detrás del homo
y sus primeras expresiones,
sentimientos, de sus primeros esfuerzos por descifrar el mundo.
Colección particular Bruno Ruano de pins centroeuropeos |
Lovecraft, acostumbrado al terror cósmico,
el tipo de terror en el cual el hombre siente su insignificancia y vacío bajo
universos dominados por dioses gelatinosos y gigantescos anteriores a la
humanidad, afirmó —cito de memoria— que la primera emoción del hombre fue el miedo
y el mayor de estos el miedo a lo desconocido —Freud añadió, con razón, el
miedo a ser comido—, sentimientos que cuadran perfectamente si tenemos en
cuenta que, en tan enorme lejanía no solo temporal, el hombre no era aún “homo-cazador”
sino “homo-cazado”, “homo-presa” que huye desesperadamente necesitado de un
refugio que la mayoría de la veces no encuentra. Supervivencia desconocedora de
todas las fuerzas que operan en su mundo no abierto, y unas emociones y
sentimientos aún sin nombre que, como tales, luchan con la exigente necesidad
de ser proyectados al exterior, de ser exorcizados, de ser expresados en
símbolos y formas intuidas. Las primeras de estas manifestaciones del monstruo
podemos encontrarlas en los monstruos pintados en cuevas, en ese espacio que
precede propiamente la entrada al espacio sagrado de los ritos y llamadas
propiciatorias.
Mantícora, Workshop Bestiary |
Desde tan oscuros tiempos del origen hasta
el presente, tiempo híbrido, el monstruo o el animal fantástico ha estado a
nuestro lado, ha sido uno de los nuestros, no porque el hombre sea precisamente
un monstruo, sino porque sus dioses sí lo han sido y tienden —en el fondo todo
busca su propio existir aunque perezca— a incrustarse como sanguijuelas en las
redes del Ello. El monstruo, agazapado en el inconsciente y siempre dispuesto a
mostrarse según lo necesitemos. Animales-dioses-monstruos somos que no podemos
prescindir de lo que necesitamos.
Persistir
en el tiempo, como lo hace el monstruo, es tarea de adaptación a las transformaciones
propias de toda cultura, desde las ideologías religiosas a la razón, al mundo
concreto de los deseos y necesidades cotidianas. Y también, y quizá más, es
tarea del mundo del “homo-imaginans”, que igualmente con los tiempos cambia. Y,
así, el monstruo persiste. Y hoy mismo, ahora, continúa persistiendo, aunque a
partir del siglo XX sufre una de sus más radicales metamorfosis: la irrupción
de las masas y los medios de masas —cine, televisión, diarios, propaganda,
comic, internet— las dos Guerras, la ciencia, etcétera, exigen al monstruo
nuevas formas de vida, forma, personalidad, con la consecuencia inevitable del
desvanecimiento y ruptura con los monstruos anteriores, dejando en su lugar —dejo
al margen a amigos de la talla de Frankenstein, Alien, King-Kong…— al monstruo
vacío de contenido, al monstruo de carnechicle o primera cara de marcas
comerciales (Seguros La Esfinge, cervezas Dyonisos, sopas Centauro…).
Nos
quedará, infierno y paraíso, el más cercano monstruo cyborg, que en lo más profundo nos inquieta y fascina, se propone
ser espejo. Nos quedará el que susurra al otro lado del silencio. Algo-alguien,
así tal aquel replicante —un esclavo rebelde con tiempo de caducidad, cuyo
destino es ser cazado, y que busca a su creador para suplicar más tiempode
vida— que tras su metal, su carne y sangre, ve nacer un primer sentimiento: el
de salvar de la muerte a quien pretende darle muerte. Nos quedará, para
decirnos bajo la lluvia y la sangre, el monstruo-amigo: “Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais:
Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la
oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán...
en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”
BRUNO RUANO
Infierno (Miniatura s. XII). Se acostumbraba a representar el Infierno con dos cabezas que comparten una inmensa boca, los condenados dentro y un ángel custodio en la puerta.
Mantícora (Worksop Bestiary). El primero en mencionar a la mantícora es Ctesías, médico griego en la corte persa, s. V a. c. Según él tiene tres filas de dientes, el cuerpo color cinabrio, cabeza humana con un aguijón de escorpión en la cabeza (aquí se ve un gorro frigio) y otros dos aguijones más en su cola. Su herida es mortal. Su nombre significa "man-eaters" (comedor de hombres). Como se puede observar, el monstruo se transforma desde Ctesías hasta s. XI más o menos.
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