18/2/15

MONSTRUOS, por Bruno Ruano

Infierno, miniatura s. XII
              A través de la televisión, de los diarios, de Internet no cesan de llegarnos noticias sobre asesinos brutales, crímenes de guerra, desprecio de las grandes corporaciones hacia la vida de sus trabajadores... No dudamos en calificar a quienes los perpetran de monstruos y a sus acciones de monstruosas. Sin embargo, en las colas para ver una película de terror, el deseo de contemplar los instantes del monstruo y de pasar miedo nos fascinan. ¿Cómo es posible que una emoción que detestamos en la vida real sea lo que nos lleve al cine a ver películas de terror? Y en la ficción escrita ocurre algo parecido. En la colección de InvinzAnimals o en la baraja de Black Magick las cartas en su mayoría representan monstruos, derivaciones de la mitología clásica y el folklore a los que se dota de una biografía propia y un valor dependiente de su capacidad para destruir o proteger. En los sticker que compro para mi hija aparecen fantasmas, unicornios, dragones, seres de tres cabezas… Más: en los juegos de las Play-Station, criaturas de apariencia fantástica y monstruosa no son más que objetivos a abatir, descuartizar y dar muerte, y aquí somos nosotros quienes nos convertimos en monstruos asesinos y además pasamos la tarde entre balas virtuales.
       Por si no está claro, esto va de nuestro amigo el monstruo, del monstruo en sus formas manifiestas de existir en la cultura contemporánea, formas manifiestas —para las no manifiestas ya tenemos nuestros monstruos interiores— pues nunca el monstruo ha existido con la misma forma, ni con el mismo comportamiento, ni en los mismos lugares, ni con los mismos hábitos alimentarios. Digamos que jamás ha dejado de acompañarnos: la especie humana nació y se fue desarrollando con él, en su mismo amanecer allí estaba, confundido con y detrás del homo y sus primeras expresiones, sentimientos, de sus primeros esfuerzos por descifrar el mundo.

Colección particular Bruno Ruano de pins centroeuropeos

       Lovecraft, acostumbrado al terror cósmico, el tipo de terror en el cual el hombre siente su insignificancia y vacío bajo universos dominados por dioses gelatinosos y gigantescos anteriores a la humanidad, afirmó —cito de memoria— que la primera emoción del hombre fue el miedo y el mayor de estos el miedo a lo desconocido —Freud añadió, con razón, el miedo a ser comido—, sentimientos que cuadran perfectamente si tenemos en cuenta que, en tan enorme lejanía no solo temporal, el hombre no era aún “homo-cazador” sino “homo-cazado”, “homo-presa” que huye desesperadamente necesitado de un refugio que la mayoría de la veces no encuentra. Supervivencia desconocedora de todas las fuerzas que operan en su mundo no abierto, y unas emociones y sentimientos aún sin nombre que, como tales, luchan con la exigente necesidad de ser proyectados al exterior, de ser exorcizados, de ser expresados en símbolos y formas intuidas. Las primeras de estas manifestaciones del monstruo podemos encontrarlas en los monstruos pintados en cuevas, en ese espacio que precede propiamente la entrada al espacio sagrado de los ritos y llamadas propiciatorias.

Mantícora, Workshop Bestiary
       Desde tan oscuros tiempos del origen hasta el presente, tiempo híbrido, el monstruo o el animal fantástico ha estado a nuestro lado, ha sido uno de los nuestros, no porque el hombre sea precisamente un monstruo, sino porque sus dioses sí lo han sido y tienden —en el fondo todo busca su propio existir aunque perezca— a incrustarse como sanguijuelas en las redes del Ello. El monstruo, agazapado en el inconsciente y siempre dispuesto a mostrarse según lo necesitemos. Animales-dioses-monstruos somos que no podemos prescindir de lo que necesitamos.

     Persistir en el tiempo, como lo hace el monstruo, es tarea de adaptación a las transformaciones propias de toda cultura, desde las ideologías religiosas a la razón, al mundo concreto de los deseos y necesidades cotidianas. Y también, y quizá más, es tarea del mundo del “homo-imaginans”, que igualmente con los tiempos cambia. Y, así, el monstruo persiste. Y hoy mismo, ahora, continúa persistiendo, aunque a partir del siglo XX sufre una de sus más radicales metamorfosis: la irrupción de las masas y los medios de masas —cine, televisión, diarios, propaganda, comic, internet— las dos Guerras, la ciencia, etcétera, exigen al monstruo nuevas formas de vida, forma, personalidad, con la consecuencia inevitable del desvanecimiento y ruptura con los monstruos anteriores, dejando en su lugar —dejo al margen a amigos de la talla de Frankenstein, Alien, King-Kong…— al monstruo vacío de contenido, al monstruo de carnechicle o primera cara de marcas comerciales (Seguros La Esfinge, cervezas Dyonisos, sopas Centauro…).

    Nos quedará, infierno y paraíso, el más cercano monstruo cyborg, que en lo más profundo nos inquieta y fascina, se propone ser espejo. Nos quedará el que susurra al otro lado del silencio. Algo-alguien, así tal aquel replicante —un esclavo rebelde con tiempo de caducidad, cuyo destino es ser cazado, y que busca a su creador para suplicar más tiempode vida— que tras su metal, su carne y sangre, ve nacer un primer sentimiento: el de salvar de la muerte a quien pretende darle muerte. Nos quedará, para decirnos bajo la lluvia y la sangre, el monstruo-amigo: “Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.” 

                         BRUNO RUANO

Infierno (Miniatura s. XII). Se acostumbraba a representar el Infierno con dos cabezas que comparten una inmensa boca, los condenados dentro y un ángel custodio en la puerta.

Mantícora (Worksop Bestiary). El primero en mencionar a la mantícora es Ctesías, médico griego en la corte persa, s. V a. c. Según él tiene tres filas de dientes, el  cuerpo color cinabrio, cabeza humana con un aguijón de escorpión en la cabeza (aquí se ve un gorro frigio) y otros dos aguijones más en su cola. Su herida es mortal. Su nombre significa "man-eaters" (comedor de hombres). Como se puede observar, el monstruo se transforma desde Ctesías hasta s. XI más o menos.


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