Veinte mil millones. ¿Os imagináis veinte mil millones o
cuarenta mil o sesenta mil millones en moneda social, de esa que solo pueda
utilizarse en monederos de bytes, de esa que no pueda dedicarse a otra cosa…? ¿Os
imagináis que al aprobar los presupuestos se habilitasen determinadas partidas,
o todas, únicamente en monederos sociales? ¿Os imagináis la cara de algunos
cuando se les comunicara que parte de su presupuesto iba a estar en ese tipo de
moneda? Todos esos millones, estaba claro que no podían ser fruto únicamente de
hipotecas fallidas…, que para llegar a esa cantidad había algo más, mucho más.
Un complejo juego de trileros del ahora está aquí y ya no está. Mucho más que
las tarjetas black. Que puede que se
deba también a créditos sin intereses, a créditos no devueltos y anotados en
fallidos, transferencias de capital a empresas pantalla offshore, blindajes, planes
de pensiones desorbitados… Ahí, ahí estaba lo de vivir por encima de las posibilidades.
Además no es lo mismo, digo yo, llevar a cabo ese
ingenioso engranaje de ingeniería financiera
—juegos de trileros—, contando con una población de unos cuarenta
millones que, de venir mal dadas. se harían cargo de las deudas —como así ha sido—,
que perpetrarlo en un país pequeño donde supondría su quiebra. Ese fue el caso
de Islandia e hizo lo único que podía hacer, declarar su imposibilidad de hacer
frente al pago. Esa fue su suerte y quizás esa haya sido nuestra
desgracia. El tamaño. Bueno, el tamaño y
puede que la falta de mentalidad garantista que se da en otros países más al
norte del nuestro. Intentad, si no, comprar o vender un piso en Francia por
ejemplo y comprobaréis que antes de realizar la operación comprueban los más
mínimos detalles, hasta va una cuadrilla de inspectores de edificios para
chequear la posible existencia de termitas o cómo están los desagües del cuarto
de baño. Hasta eso. Por no hablar del análisis exhaustivo de las condiciones
del crédito o de prevenir que el que venda pueda estar realizando una operación
encubierta para librarse de activos antes de declararse en concurso de
acreedores.
No nos engañemos, en este juego de trileros todos hemos
sido y aún somos sus avales, quizá por demasiado ingenuos o demasiado
confiados, o quizá por tener demasiadas normas pero pocos cortafuegos, no sé. El
caso es que mientras haya una población detrás que repare los daños, mientras
que no haya lindes claras entre lo que un ciudadano por el simple hecho de
vivir en un determinado país deba asumir como carga ,seguiremos en un
equilibrio inestable, por mucho que nos cuenten.
Ahora ya, sumergidos
como estamos entre los recortes y la deuda, puede que no nos quede otra que
intentar que el tablero del juego de trileros sea transparente y podamos ver qué
esconde cada cubilete. En agricultura y en el mundo farmacéutico existe la
denominada trazabilidad del producto; es decir, su seguimiento desde que se
fabrica hasta que se comercializa. Así, en caso de fallos o lotes con efectos
indeseables se puede detectar en qué momento de la cadena se ha producido el
error. Lo mismo pasa con los alimentos, se controlan desde la granja a la mesa.
Se me ocurre que para cuándo un seguimiento igual de los presupuestos. De ese
dinero que pagamos a través del IBI, del IRPF, del IVA, un dinero cuya
trazabilidad debería ser exhaustiva, monederos sociales finalistas, sin gastos
en intermediarios: de la tesorería al hospital, a la guardería, a la residencia
de ancianos, a la universidad, a la escuela, sin rendijas hacia las cloacas,
marcados con colores virtuales.
Yo de eso sé poco, pero estoy segura de que hay genios
informáticos que podrían marcar con un código cada transacción, algo así como
códigos informáticos específicos que permitieran su rastreo en caso de
dedicarse a fines distintos a los fijados o en cantidades distintas a las
habituales. Para cuándo poner algo así en marcha… Para cuándo detectar si esos
ahorros que nos anuncian en determinados concursos se destinan a mejoras en la
eficiencia o, bien al contrario, se traducen en recortes de salarios y aumento
de beneficios. ¿Os imagináis un futuro en que cada partida presupuestaria
tuviera un Código? Código verde, por ejemplo, presupuesto sanidad, código verde
detectado transferencia a empresa matriz, destino a país con IVA reducido.
Riingg, Riingg, saltaría la alarma ¡¡¡ALARMA, ALARMA!!!, luces verdes en el centro de control de
gasto, rastreo a tiempo real de la operación para comprobar su idoneidad…
Mejor, mucho mejor, a esperar seis, siete, ocho años a que quizás se detecte,
digo yo. ¿Para cuándo terminar con este endemoniado juego de trileros?
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