Lo confieso. Tras mucho tiempo de darle
al coco y de consultar a mi conciencia sobre si estaba bien o estaba mal el
procedimiento, acabo de autopublicar
una obra de teatro. Y me ha hecho mucha ilusión. Lo siento por los puristas,
pero si quería tener la obra en papel y dispuesta para darla a conocer, para que
fuera «visible», no tenía otra manera de hacerlo. Previamente había consumido
horas leyendo artículos en Internet sobre la autopublicación, o la autoedición,
o como quieran llamarlo, porque en el fondo y en lo que a mí me importa, me daba
igual como llamen al asunto. Lo que algunos autores llaman autoedición es en
realidad «edición por encargo». Tú pagas a un editor para que sus profesionales
te corrijan, diseñen, maqueten, impriman y publiciten tu obra. Esa ha sido mi
opción. En adelante hablaré de autoedición para referirme a cualquiera de las tres
variantes, ya que sólo pretendo diferenciarlas de la edición clásica en la que
una editorial corre íntegramente con el coste de la publicación de tu obra.
Como
fruto de mis pesquisas en la red sobre el tema destacaré dos artículos que me
han aclarado muchas cosas. La más importante, que tal vez haya mucho divismo y
mucho rencor escondidos tras una supuesta «profesionalidad» del autor literario. Los artículos son: «Autoedición vs publicación de vanidad», de Antonio
Castro, publicado en junio de 2009 en su blog
multi-temático, y «Cuando publicar no vale nada», de José Antonio Francés, publicado en
febrero de 2014 en la revista digital VÍSPERAS Revista
contemporánea de reseñas literarias.
Si
hablamos de la edición en papel, muchos autores que dicen
haber recurrido a la autoedición, realmente se han limitado a pagar a una
editorial para que saque su obra
(edición por encargo). Es la opción más cómoda y profesional. A estos
escritores Antonio Castro los denomina escritores consumidores, y dice de ellos: «Me
refiero a aquellos que se contentan con ver su obra impresa y se limitan a comprar
unos pocos ejemplares para regalarlos…» Y más adelante: «A la actividad de los
escritores autoconsumidores Wendy (aquí A. Castro se refiere a Wendy J.
Woudstra) la llama acertadamente publicación de vanidad y al igual que
yo lo ve como algo totalmente lícito pero muy distinto de la
autoedición.» Y añade Castro: «Un autoeditor que merezca ese
nombre ha de controlar personalmente la distribución y comercialización de su
obra.»
Ya empezamos con las tiranteces.
Por
su parte, José Antonio Francés adopta una postura muy crítica con la autoedición.
Entre otras cosas mantiene que el escritor, siempre, debe elegir quién lo juzga.
La publicación, históricamente, ha tenido sus mecanismos de selección, con
filtros como la propia industria editorial, los críticos y los medios de
comunicación, «…depositarios del canon literario, el órgano que decide qué literatura merece la pena
ser publicada y cuál no.» Según él, «Cualquier escritor con oficio y
perseverancia, acababa encontrando su lugar en ese complejo engranaje.» Vamos,
que quien no consigue publicar por los medios tradicionales, es porque no vale
o porque no quiere.
Aquí
me parece que Francés confunde churras con merinas. Una cosa es la proliferación
de libros digitales fáciles y baratos de publicar (buenos o malos) y otra que
el medio en el que aparecen sea también vehículo de millones de chorradas. Por
la misma razón podríamos denostar la publicación en papel (no hay más que ver
cuánta idiotez se acumula en los estantes de las librerías.) Por cierto,
Francés ha publicado su artículo en una revista digital para que surque los
mares electrónicos, en lugar de esperar a que los filtros de la industria le permitan publicarlo en una revista de
papel. Será que no ha perseverado lo suficiente o bien que se mueve en un
nivel que le permite publicar donde le plazca sin menoscabo de su prestigio. Es
lo que tienen las élites.
JUAN M. QUEREJETA
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