29/10/14

AUTO… ¿QUÉ?, por Juan M. Querejeta


      Lo confieso. Tras mucho tiempo de darle al coco y de consultar a mi conciencia sobre si estaba bien o estaba mal el procedimiento, acabo de autopublicar una obra de teatro. Y me ha hecho mucha ilusión. Lo siento por los puristas, pero si quería tener la obra en papel y dispuesta para darla a conocer, para que fuera «visible», no tenía otra manera de hacerlo. Previamente había consumido horas leyendo artículos en Internet sobre la autopublicación, o la autoedición, o como quieran llamarlo, porque en el fondo y en lo que a mí me importa, me daba igual como llamen al asunto. Lo que algunos autores llaman autoedición es en realidad «edición por encargo». Tú pagas a un editor para que sus profesionales te corrijan, diseñen, maqueten, impriman y publiciten tu obra. Esa ha sido mi opción. En adelante hablaré de autoedición para referirme a cualquiera de las tres variantes, ya que sólo pretendo diferenciarlas de la edición clásica en la que una editorial corre íntegramente con el coste de la publicación de tu obra.
       Como fruto de mis pesquisas en la red sobre el tema destacaré dos artículos que me han aclarado muchas cosas. La más importante, que tal vez haya mucho divismo y mucho rencor escondidos tras una supuesta «profesionalidad» del autor literario. Los artículos son: «Autoedición vs publicación de vanidad», de Antonio Castro, publicado en junio de 2009 en su blog multi-temático, y «Cuando publicar no vale nada», de José Antonio Francés, publicado en febrero de 2014 en la revista digital VÍSPERAS Revista contemporánea de reseñas literarias.      
      Todo el mundo sabe que hoy día, publicar a la antigua usanza sólo está al alcance de los autores consagrados, los ganadores de concursos y pocos más. Esperar a que en una editorial lean tu manuscrito y lo publiquen es como esperar a que la Luna deje de girar alrededor de la Tierra. Por otra parte, la mayoría de los concursos parecen diseñados para que los gane fulanito o menganita. En todo caso, serían muy pocos los agraciados con un premio que conlleve la publicación de la obra. De ahí el éxito de la autoedición, sea en soporte digital o en papel.

       Si hablamos de la edición en papel, muchos autores que dicen haber recurrido a la autoedición, realmente se han limitado a pagar a una editorial para que saque su obra (edición por encargo). Es la opción más cómoda y profesional. A estos escritores Antonio Castro los denomina escritores consumidores, y dice de ellos: «Me refiero a aquellos que se contentan con ver su obra impresa y se limitan a comprar unos pocos ejemplares para regalarlos…» Y más adelante: «A la actividad de los escritores autoconsumidores Wendy (aquí A. Castro se refiere a Wendy J. Woudstra) la llama acertadamente publicación de vanidad y al igual que yo lo ve como algo totalmente lícito pero muy distinto de la autoedición.» Y añade Castro: «Un autoeditor que merezca ese nombre ha de controlar personalmente la distribución y comercialización de su obra.»
       Ya empezamos con las tiranteces.
       Por su parte, José Antonio Francés adopta una postura muy crítica con la autoedición. Entre otras cosas mantiene que el escritor, siempre, debe elegir quién lo juzga. La publicación, históricamente, ha tenido sus mecanismos de selección, con filtros como la propia industria editorial, los críticos y los medios de comunicación, «…depositarios del canon literario, el órgano que decide qué literatura merece la pena ser publicada y cuál no.» Según él, «Cualquier escritor con oficio y perseverancia, acababa encontrando su lugar en ese complejo engranaje.» Vamos, que quien no consigue publicar por los medios tradicionales, es porque no vale o porque no quiere.     
  A dicha tradición J.A. Francés contrapone la facilidad aportada por Internet y la publicación digital, que «…encumbra a autores desconocidos que publicaron desde el sofá de su casa y que vendieron miles de ejemplares en el misterioso laberinto de la red», mucho más caprichosa, injusta y disparatada, «…una red de internautas que igual ensalzan a Paquirrín con millones de seguidores en Twitter, que convierten en trending topic cualquier video chorra grabado en un garaje imitando a un cantante de moda.»

       Aquí me parece que Francés confunde churras con merinas. Una cosa es la proliferación de libros digitales fáciles y baratos de publicar (buenos o malos) y otra que el medio en el que aparecen sea también vehículo de millones de chorradas. Por la misma razón podríamos denostar la publicación en papel (no hay más que ver cuánta idiotez se acumula en los estantes de las librerías.) Por cierto, Francés ha publicado su artículo en una revista digital para que surque los mares electrónicos, en lugar de esperar a que los filtros de la industria le permitan publicarlo en una revista de papel. Será que no ha perseverado lo suficiente o bien que se mueve en un nivel que le permite publicar donde le plazca sin menoscabo de su prestigio. Es lo que tienen las élites.

        JUAN M. QUEREJETA

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