“Ninguna
valla encierra épocas pasadas”. El
narrador de ¡Qué verde era mi valle!
(John Ford, 1941) se pregunta por qué los recuerdos lejanos siguen ahí mientras
los inmediatos se desvanecen. Todavía se ve, muy niño, de la mano de su padre
recorriendo los campos galeses, de Irlanda, supongo, en la mente de Ford; sigue
convencido de que su padre nunca se equivocó en nada.
John
Ford decía que ser director era un oficio como otro cualquiera. Cuando le
preguntaban que cómo rodó tal escena, él aseguraba que con la cámara. “En
tren” era la respuesta a “¿Cómo llegó al cine?”. Ford hacía que los actores trabajasen
para la cámara (jamás la movía), algunos aseguran que apenas los dirigía (“lo
hacía con la suavidad de quien toca un arpa”); con otros no
le importaba ser cruel. Para Ford, el secreto consistía en no dejarles hablar a
no ser que tuvieran algo que decir. Confiaba más en el sentido común que en la
intuición.
En Centauros del desierto (1956) no se
aclara la relación de Ethan, el personaje de John Wayne, con la mujer de su hermano:
ella acaricia sus ropas poco antes de que éste aparezca por la casa, ni siquiera
hace falta una mirada; él persigue sin descanso a un grupo de indios que han
raptado a su sobrina, todo para acabar en el mismo lugar en el que empezó. La
chica mejicana de Dos cabalgan juntos
(1961) encontró más humanidad entre comanches que entre hombres blancos.
También es cierto que a veces la amistad y el amor pueden ser asuntos tan
complejos como lo son en El hombre que
mató a Liberty Valance (1962).
En las
películas del conocido como periodo clásico, nada distorsiona el desarrollo
lógico, causal, de los acontecimientos. Hay una escena de La legión invencible (1949) en la que la sombra de la chica a la
que ahora ama el capitán Brittles se proyecta de manera imposible (si tenemos
en cuenta los planos anteriores) sobre la lápida de su difunta esposa. Cuesta
creer que Ford hiciera esto sin querer, sin ser consciente de que estaba rompiendo
con todo lo anterior. De la misma manera, es difícil asumir el carácter de
irlandés despreocupado y pendenciero de uno de los directores más valorados de
la historia.
John
Ford pensaba el cine en escenas, un estilo más lírico que narrativo. En sus
películas se dignifica el papel de las madres y los mineros están orgullosos de
serlo. Recuerdo que en La diligencia (1939)
Ringo Kid se declara a una prostituta, en They
Were Expendable (1945) se asume la tragedia sin derrotismo. Según Maureen
O’Hara, la pelirroja de El hombre
tranquilo, John Ford podía ser cariñoso, generoso, amable, vengativo y
malo. Sólo te quedaba aceptarlo, amarlo,
decía O’Hara entre lágrimas.
PETER REDWHITE
PETER REDWHITE
Buenos días, el apartado de contacto no me funciona y me gustaría ponerme en contacto con el editor del blog para informarle sobre un proyecto relacionado con los libros y la cultura (TuuuLibrería). Dejo aquí mi correo por si les interesa ponerse en contacto conmigo : sara@yooou.org
ResponderEliminarUn saludo,
Sara Choya
Buenos días, puedes contactar conmigo en elaticorevista@gmail.com
ResponderEliminarEl botón de contacto funciona pinchando en el sobre.
Saludos,
Mar Redondo