12/11/13

TSODILO HILLS, las Montañas de los Dioses

“Todo pasa y todo cambia”, decía Machado, pero lo cierto es que no todo acusa igual el paso del tiempo. Si uno quiere retroceder en él, “solamente” tiene que volar al África Austral, subirse a un 4x4 o a un camión y llegarse hasta la Reserva de Caza del Kalahari Central, un rincón escondido donde se asientan alrededor de 50.000 bosquimanos: al parecer, el pueblo indígena más antiguo de la Tierra y que ha perpetuado en el siglo XXI un modo de vida anclado en usos del Paleolítico Superior.

Hacemos un poco de Historia. Los bosquimanos fueron diezmados a mediados del siglo XIX por los bantús y, posteriormente, obligados por el gobierno botsuano a abandonar la Reserva y desplazarse a Sudáfrica en sucesivos desalojos entre los años 80 —cuando se descubrieron diamantes en sus tierras, así como la atracción que la zona ejercía sobre el turismo— y 2005. En 2006 se les reconoció judicialmente el derecho a regresar y, pese a la prohibición de cazar en el interior de la Reserva y de ser privados hasta el 2011 del único pozo de agua de la misma, hoy el pueblo indígena más antiguo del mundo sigue manteniendo, además de en el Kalahari y el sur de Angola, también en los pantanos del Okavango, Botsuana, una sociedad de cazadores-recolectores cuya convivencia se rige por patrones sacralizados y ritualizados, como en tiempos prehistóricos.




A bordo de un camión y, tras recorrer la recién bautizada “Región del Zambeze” (más conocida como franja del Caprivi), en territorio namibio, dejamos atrás más de 400 kilómetros de línea recta con poblados de chozas de madera y paja a ambos lados de la misma, y finalmente, pisando tierras botsuanas, divisamos a lo lejos Tsodilo Hills, las Montañas de los Dioses, el lugar sagrado de los bosquimanos, formado por cuatro colinas de cuarcita o “inselbergs” (el Hombre, la Mujer, el Niño y una cuarta sin nombre) en medio de un paraje seco y solitario.




Nos guía por las faldas de este santuario rocoso, una mujer a la que es difícil adivinarle la edad pero fácil reconocerle los rasgos característicos de un físico adaptado al medio natural y al modo de vida del pueblo bosquimano: las nalgas ampliamente desarrolladas —almacén de grasa para épocas de escasez alimenticia—, la piel lampiña y los párpados grandes para protegerse del exceso de luz solar. Viste camiseta y habla inglés, pero hay en ella algo ancestral que tal vez proviene del aire reverente con el que asciende y nos conduce por las montañas de los dioses, y de la voz suave y ceremoniosa —como quien teme despertar a los espíritus de su sueño eterno— con la que nos explica cada detalle del museo rupestre más significativo de toda África.

De su boca, nos enteramos de curiosidades como que el geranio procede de Botsuana y que los chamanes lo maceraban en agua y lo bebían para “colocarse” cuando celebraban sus rituales; que las mujeres pulverizaban la moscovita, piedra protegida como todo el lugar por ser Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y el grupo entero se untaba el cuerpo con ella para brillar como si fuesen seres de otro mundo en sus danzas bajo la luz de la luna; que algunos animales se alimentan de las heces de la hiena, por su alto contenido en calcio (como carroñera, la hiena come tanto la carne como los huesos de sus presas); que la silueta del mapa de África fue esculpida por los dioses en la pared rocosa de una de aquellas colinas, etc.

     Además de los tesoros legendarios que la guía nos cuenta, Tsodillo Hills encierra como todo santuario piezas de gran valor artístico: en concreto más de 4500 pinturas rupestres, la mayoría en cuevas y abrigos de la colina “Mujer”. Aquí, como en tantos yacimientos, encontramos imágenes inspiradas en la realidad cotidiana de sus habitantes; los bosquimanos observaban y, en tonos rojos, ocres y blancos trataban de imitar, con figuras aisladas o formando escenas, lo que veían en su entorno y también aquello que les permitía contar sus creencias más profundas —kudus, jirafas, rinocerontes, hombres danzando con el pene erecto. Son éstas imágenes cercanas, conocidas, de un día a día plasmado en las paredes como evocación, recreación o invocación de una realidad habitual.




      Pero como cazadores-recolectores que eran, cuando no había qué cazar o la climatología hacía escasear los alimentos, los bosquimanos se separaban en grupos distintos para literalmente buscarse la vida. El nomadismo brindaba a algunos la oportunidad de conocer otras realidades que, de vuelta, transmitían al resto a través de sus pinturas. Eso explica la presencia de imágenes de animales de mar, como el pingüino o la ballena, junto a animales de tierra como el hipopótamo. Seguramente, algunos bosquimanos viajaron hasta las costas de Namibia y Sudáfrica, y con sus dibujos trataron de explicar que existía un animal en el mar que al igual que el hipopótamo también echaba agua. 


 Nosotros hoy llenamos álbumes fotográficos de nuestros viajes que compartimos con nuestro entorno y que gracias a la tecnología digital apenas acusan el paso del tiempo. Ellos llenaban sus paredes de pinturas con las que mostrar al grupo sus descubrimientos más exóticos; pinturas que cientos de miles de años no han conseguido borrar —como mucho difuminar—, lo mismo que no han borrado un modo de vida en el que las normas de convivencia no son sino enunciados orales siempre actualizados por el mero uso y donde la idea de grupo prevalece por encima de la de individuo.

                      
MAR REDONDO, habitante del ático.

“Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas.” 
HENRY MILLER

2 comentarios :

  1. Estimada Mar, me has hecho revivir aquellos días pasados en que recorrimos los parajes que tan bien describes, convirtiéndolos en presente, aderezados, además, con detalles y datos investigados por ti, lo que enriquece la experiencia. Es como vivir dos veces. Muy buen labor la de vuestro Ático.

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  2. Antonio, no sabes qué alegría me da saber de ti. Fue un viaje estupendo que nos dejó maravillosos recuerdos. Me alegro de que te haya gustado el artículo y de saber que nos sigues. Espero que esa cirujana tan querida para ti esté también bien. Ojalá volvamos a compartir viaje pronto. Un abrazo fuerte a los dos.

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