Hace un tiempo,
no demasiado, asistí en el Círculo de Bellas Artes de Madrid a un «Curso de
Escritura Dramática» que en realidad era un curso-jornadas-encuentro sobre autores
de teatro del siglo XXI. El primer día rompió el fuego una joven profesora de la Universidad Carlos
III que, muy ilusionada, nos habló de (y mostró en diversos vídeos) lo que hacía
la modernidad por esos escenarios y escuelas de dios. Se habló de nuevos
autores y de nuevas formas de expresión. Hasta ahí todo bien, pero la encargada
del evento dijo, en un momento dado, algo así como que ése sería el teatro en el presente siglo. La ¿profesora? venía a
decir más o menos que toda la teoría aristotélica se había ido por el sumidero
de la modernidad.
De pronto algo se removió dentro de mí y repliqué argumentando que vale, se experimenta y hay determinados resultados de esos experimentos, pero de los corrales de comedias hasta nuestros días muy poco ha cambiado y la cosa sigue funcionando. La ¿profesora? se sintió atacada y puede que ofendida por mi intervención y tras un tenso cruce de palabras, el ¿curso? continuó su rumbo y yo empecé a cuestionarme el nivel de las personas que imparten conocimientos en los distintos foros académicos. Por dos motivos:
Primero porque
lo que la ¿profesora? nos había mostrado como el no va más de lo moderno, de lo
cool en el terreno de la creación y/o
representación (una señora rebozándose en una masa grasienta, un tipo dando
saltos y adoptando posturas imposibles e impensables para artríticos como un
servidor, una mujer marcándose el cuerpo con una cuchilla o unos actores
recitando palabras aparentemente inconexas) lo tiene uno visto desde hace
treinta o cuarenta años. El Body Art y
la performance más o menos
impactante, por ejemplo, son manifestaciones artísticas tan clásicas como Los
Beatles. O sea que de nuevas formas de expresión, tararí que te vi.
Y en segundo
lugar porque, y así se lo dije a la ¿profesora? sólo en ese año, el que
suscribe llevaba vistas más de diez obras (había sido una magnífica temporada) en
las que, salvo algún que otro complemento audiovisual, el espectáculo constaba
nada más (y nada menos) que de personas que hablaban y se movían sobre un
escenario, simulando diversas situaciones más o menos dramáticas en la vida de
los personajes. Y así desde hace un montón de siglos. No quiero decir que sólo
así se pueda hacer teatro (muy apropiado, por ejemplo, el uso del vídeo en la
obra «SUBPRIME» de Fernando Ramírez Baeza), sino que el teatro es básicamente
ESO, con más o menos adornos. Por supuesto que hay muchas formas de expresión escénica
(la performance, el happening, etc.) tan respetables, pero no
creo que se las pueda considerar teatro por el mero hecho de que sucedan en un
escenario.
Me horroriza pensar
que una ¿profesora? les diera a entender a los jóvenes asistentes al ¿curso?
que lo representado cada día en miles de salas de todo el mundo está tan
anticuado como escribir con cincel. Estoy convencido de que siempre habrá
personas que se reúnan en una sala para representar HISTORIAS en vivo y en
directo. DRAMAS. Si no, ¿para qué hablar de «escritura dramática»? ¿Para qué
poner ese cebo en el título del curso? Los seres humanos llevamos algo metido
en el ADN que nos hace emocionarnos cuando una tragedia es representada ante nosotros
por seres de carne y hueso, y les oímos respirar y vemos sus escupitajos saltar
por el aire al hablar cuando la obra alcanza su clímax. Si la actuación es
buena, los espectadores percibimos los latidos de sus corazones y cómo se le
hinchan las venas, y al mismo tiempo los actores sienten el feedback de los espectadores. La magia
de la representación no es sólo intelectualidad; es además coraje, bombeo de
sangre, carnalidad… A pesar de mis muchos años de espectador todavía sigo preguntándome
por qué me quedo pegado a la butaca como si fuera parte de mí, suspendido en el
tiempo, narcotizado, inmerso en la acción que transcurre sobre las tablas.
Las diferencias
entre los actores y espectadores del teatro romano de Mérida en el siglo I a.C.
y los de hoy son meramente formales, técnicas, y no demasiado acusadas. El
teatro tal y como se ha concebido durante mucho tiempo goza de excelente salud.
No precisa de médicos ni curanderos y no me gusta que nadie venga a decirme que
soy un «antiguo» y que ese tipo de teatro ya es historia; entre otras razones
porque no es cierto. Lo de teatro; lo mío, tal vez.
JUAN M. QUEREJETA, habitante del ático
No hay comentarios :
Publicar un comentario