4/11/13

¿QUÉ ES TEATRO? ¿Y TÚ ME LO PREGUNTAS?


Hace un tiempo, no demasiado, asistí en el Círculo de Bellas Artes de Madrid a un «Curso de Escritura Dramática» que en realidad era un curso-jornadas-encuentro sobre autores de teatro del siglo XXI. El primer día rompió el fuego una joven profesora de la Universidad Carlos III que, muy ilusionada, nos habló de (y mostró en diversos vídeos) lo que hacía la modernidad por esos escenarios y escuelas de dios. Se habló de nuevos autores y de nuevas formas de expresión. Hasta ahí todo bien, pero la encargada del evento dijo, en un momento dado, algo así como que ése sería el teatro en el presente siglo. La ¿profesora? venía a decir más o menos que toda la teoría aristotélica se había ido por el sumidero de la modernidad.

 De pronto algo se removió dentro de mí y repliqué argumentando que vale, se experimenta y hay determinados resultados de esos experimentos, pero de los corrales de comedias hasta nuestros días muy poco ha cambiado y la cosa sigue funcionando. La ¿profesora? se sintió atacada y puede que ofendida por mi intervención y tras un tenso cruce de palabras, el ¿curso? continuó su rumbo y yo empecé a cuestionarme el nivel de las personas que imparten conocimientos en los distintos foros académicos. Por dos motivos:
Primero porque lo que la ¿profesora? nos había mostrado como el no va más de lo moderno, de lo cool en el terreno de la creación y/o representación (una señora rebozándose en una masa grasienta, un tipo dando saltos y adoptando posturas imposibles e impensables para artríticos como un servidor, una mujer marcándose el cuerpo con una cuchilla o unos actores recitando palabras aparentemente inconexas) lo tiene uno visto desde hace treinta o cuarenta años. El Body Art y la performance más o menos impactante, por ejemplo, son manifestaciones artísticas tan clásicas como Los Beatles. O sea que de nuevas formas de expresión, tararí que te vi.


 Y en segundo lugar porque, y así se lo dije a la ¿profesora? sólo en ese año, el que suscribe llevaba vistas más de diez obras (había sido una magnífica temporada) en las que, salvo algún que otro complemento audiovisual, el espectáculo constaba nada más (y nada menos) que de personas que hablaban y se movían sobre un escenario, simulando diversas situaciones más o menos dramáticas en la vida de los personajes. Y así desde hace un montón de siglos. No quiero decir que sólo así se pueda hacer teatro (muy apropiado, por ejemplo, el uso del vídeo en la obra «SUBPRIME» de Fernando Ramírez Baeza), sino que el teatro es básicamente ESO, con más o menos adornos. Por supuesto que hay muchas formas de expresión escénica (la performance, el happening, etc.) tan respetables, pero no creo que se las pueda considerar teatro por el mero hecho de que sucedan en un escenario.
 Me horroriza pensar que una ¿profesora? les diera a entender a los jóvenes asistentes al ¿curso? que lo representado cada día en miles de salas de todo el mundo está tan anticuado como escribir con cincel. Estoy convencido de que siempre habrá personas que se reúnan en una sala para representar HISTORIAS en vivo y en directo. DRAMAS. Si no, ¿para qué hablar de «escritura dramática»? ¿Para qué poner ese cebo en el título del curso? Los seres humanos llevamos algo metido en el ADN que nos hace emocionarnos cuando una tragedia es representada ante nosotros por seres de carne y hueso, y les oímos respirar y vemos sus escupitajos saltar por el aire al hablar cuando la obra alcanza su clímax. Si la actuación es buena, los espectadores percibimos los latidos de sus corazones y cómo se le hinchan las venas, y al mismo tiempo los actores sienten el feedback de los espectadores. La magia de la representación no es sólo intelectualidad; es además coraje, bombeo de sangre, carnalidad… A pesar de mis muchos años de espectador todavía sigo preguntándome por qué me quedo pegado a la butaca como si fuera parte de mí, suspendido en el tiempo, narcotizado, inmerso en la acción que transcurre sobre las tablas.
 Las diferencias entre los actores y espectadores del teatro romano de Mérida en el siglo I a.C. y los de hoy son meramente formales, técnicas, y no demasiado acusadas. El teatro tal y como se ha concebido durante mucho tiempo goza de excelente salud. No precisa de médicos ni curanderos y no me gusta que nadie venga a decirme que soy un «antiguo» y que ese tipo de teatro ya es historia; entre otras razones porque no es cierto. Lo de teatro; lo mío, tal vez.

JUAN M. QUEREJETA, habitante del ático

No hay comentarios :

Publicar un comentario