Los que me siguen, si es
que alguien lo hace, saben de mi afán por el futuro y mi afición por la ciencia
ficción. En otro mundo y otro tiempo hasta me animé a hacer algún pinito. Luego, la realidad de esta época tan parecida
a un relato distópico del futuro me ha hecho abandonar temporalmente esa senda.
Pero el otro día, una noticia me hizo concebir el argumento para un relato. La
noticia era esta: La próxima generación
de dispositivos portables podría no estar en la muñeca, sino en el interior del
cuerpo mediante pequeños tatuajes o sensores. Underskin —del inglés bajo la
piel— es un tatuaje digital que se implanta bajo la piel de la mano y se carga
con el propio calor corporal.
Hace tiempo que se viene hablando de dispositivos portables, aunque
hasta ahora más bien se referían a llevarlos insertos en la ropa o el calzado
para ayudarnos a controlar la pisada, la velocidad de marcha o hasta la tensión
y la temperatura. También se anunciaban dispositivos en el reloj o en la
sortija o hasta en broches o en las uñas. Ahora la noticia es que se implantarán
bajo la piel. Se comenta ya como una realidad y hasta se le pone fecha, unos
cinco años. Ya se sabe que en esta evolución exponencial a la que estamos
asistiendo, bien al contrario que hace una década, cuando se marca un periodo
de tiempo nunca aciertan porque casi siempre ocurre antes.
¿Os imagináis un pequeño tatuaje que lleve insertado un sensor y nos
permita abrir puertas, utilizar monederos portátiles, avisarnos de la cita con
el médico o con la peluquería por ser más livianos? Pero también controlarnos
las subidas bruscas de tensión o las pequeñas arritmias. Hasta aquí todo bien.
Pero un dispositivo como ese puede comunicar información que no nos interese que
se conozca, como dónde estamos en cada momento, qué encuentro hemos tenido que
nos ha provocado esa taquicardia súbita… o cuanto hemos bebido el día anterior y
otras muchas situaciones que dejo a la imaginación del lector. En cualquier
caso aún tenemos unos años para irnos preparando. Y en esas estaba, imaginando
cómo prepararme para ese futuro, cómo conseguir el on–off, qué información restringiría
y cómo, bueno, ese tipo de cosas… cuando se me ocurrió el argumento.
La historia comenzaría con el aterrizaje de terrestres del futuro, o sea
nosotros dentro de unos años, en un pasado incierto, en un paraje de selva
verde manzana con olor de cocoteros y
sabor a mango maduro. El motivo de ese
viaje a nuestro pasado lo dejo a vuestra elección: búsqueda de especies en
extinción, de plantas terapéuticas, de un determinado gen que protege de
ciertas enfermedades o de un viaje programado en pos de otros
mundos más libres… El caso es que esos humanos llegarían con cara y manos
marcados con una especie de tatuajes que les permitirían hacer cosas
impensables para los habitantes de la zona: comunicarse entre ellos sin
necesidad de la cercanía, abrir puertas de vehículos con solo la voz, curarse heridas
mediante movimientos de manos o esa capacidad adivinatoria que conseguía encontrarles
en el escondite más recóndito.
Todo eso lo hacían esos humanos llegados del
cielo solo susurrando o tocando unos pequeños dibujos de líneas de puntos que
les sobresalían del cuerpo. Qué pasó con ellos, qué les enseñarían a los
locales, qué aprendieron de ellos y si sobrevivieron años, décadas o siglos en
ese espacio-tiempo es una parte del relato. Pero la clave de su presencia, el
final del relato, estaría en esos tatuajes que cubren el cuerpo de determinadas
tribus, tatuajes transmitidos en ceremonias de iniciación de padres a hijos y
que presumen les confieren un halo de protección, de poder, de distinción de
jerarquía y hasta, dicen algunos, de energía cósmica…; o también en esos
pergaminos de líneas de puntos de los aborígenes de Australia que según dicen
son mapas de sueños… De sueños de quién, de quienes, de cuándo, de dónde.
HETERODOXA
No hay comentarios :
Publicar un comentario