12/11/14

TATUAJES, por Heterodoxa


        Los que me siguen, si es que alguien lo hace, saben de mi afán por el futuro y mi afición por la ciencia ficción. En otro mundo y otro tiempo hasta me animé a hacer algún pinito.  Luego, la realidad de esta época tan parecida a un relato distópico del futuro me ha hecho abandonar temporalmente esa senda. Pero el otro día, una noticia me hizo concebir el argumento para un relato. La noticia era esta: La próxima generación de dispositivos portables podría no estar en la muñeca, sino en el interior del cuerpo mediante pequeños tatuajes o sensores. Underskin del inglés bajo la piel es un tatuaje digital que se implanta bajo la piel de la mano y se carga con el propio calor corporal.

        Hace tiempo que se viene hablando de dispositivos portables, aunque hasta ahora más bien se referían a llevarlos insertos en la ropa o el calzado para ayudarnos a controlar la pisada, la velocidad de marcha o hasta la tensión y la temperatura. También se anunciaban dispositivos en el reloj o en la sortija o hasta en broches o en las uñas. Ahora la noticia es que se implantarán bajo la piel. Se comenta ya como una realidad y hasta se le pone fecha, unos cinco años. Ya se sabe que en esta evolución exponencial a la que estamos asistiendo, bien al contrario que hace una década, cuando se marca un periodo de tiempo nunca aciertan porque casi siempre ocurre antes.        
      ¿Os imagináis un pequeño tatuaje que lleve insertado un sensor y nos permita abrir puertas, utilizar monederos portátiles, avisarnos de la cita con el médico o con la peluquería por ser más livianos? Pero también controlarnos las subidas bruscas de tensión o las pequeñas arritmias. Hasta aquí todo bien. Pero un dispositivo como ese puede comunicar información que no nos interese que se conozca, como dónde estamos en cada momento, qué encuentro hemos tenido que nos ha provocado esa taquicardia súbita… o cuanto hemos bebido el día anterior y otras muchas situaciones que dejo a la imaginación del lector. En cualquier caso aún tenemos unos años para irnos preparando. Y en esas estaba, imaginando cómo prepararme para ese futuro, cómo conseguir el on–off, qué información restringiría y cómo, bueno, ese tipo de cosas… cuando se me ocurrió el argumento. 

       La historia comenzaría con el aterrizaje de terrestres del futuro, o sea nosotros dentro de unos años, en un pasado incierto, en un paraje de selva verde manzana con olor de cocoteros  y sabor  a mango maduro. El motivo de ese viaje a nuestro pasado lo dejo a vuestra elección: búsqueda de especies en extinción, de plantas terapéuticas, de un determinado gen que protege de ciertas enfermedades o de un viaje programado en pos de  otros  mundos más libres… El caso es que esos humanos llegarían con cara y manos marcados con una especie de tatuajes que les permitirían hacer cosas impensables para los habitantes de la zona: comunicarse entre ellos sin necesidad de la cercanía, abrir puertas de vehículos con solo la voz, curarse heridas mediante movimientos de manos o esa capacidad adivinatoria que conseguía encontrarles en el escondite más recóndito. 

       Todo eso lo hacían esos humanos llegados del cielo solo susurrando o tocando unos pequeños dibujos de líneas de puntos que les sobresalían del cuerpo. Qué pasó con ellos, qué les enseñarían a los locales, qué aprendieron de ellos y si sobrevivieron años, décadas o siglos en ese espacio-tiempo es una parte del relato. Pero la clave de su presencia, el final del relato, estaría en esos tatuajes que cubren el cuerpo de determinadas tribus, tatuajes transmitidos en ceremonias de iniciación de padres a hijos y que presumen les confieren un halo de protección, de poder, de distinción de jerarquía y hasta, dicen algunos, de energía cósmica…; o también en esos pergaminos de líneas de puntos de los aborígenes de Australia que según dicen son mapas de sueños… De sueños de quién, de quienes, de cuándo, de dónde.
               HETERODOXA 

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