5/11/14

EL TIEMPO QUE CREEMOS HABER DEJADO ATRÁS, por Peter Redwhite


En La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), todo sucede en 1980, a pocos kilómetros de Sevilla. La vi hace unos días y aún me siento incómodo al recordar aquel paseo por las marismas del Guadalquivir: allí, en la butaca de un cine, intentando ayudar a la pareja de policías interpretada por Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez (Concha de Plata en el último Festival de San Sebastián) a aclarar la desaparición de dos chicas.
Como en esas ocasiones de la vida en las que pasamos página sin haber cerrado del todo el episodio anterior, en La isla mínima hay detalles del presente que nos advierten de que el tiempo que viene no dista tanto del que creemos haber dejado atrás. De la misma manera que esos cuadros que, a primera vista, parecen inacabados pero en los que te acabas por dar cuenta de que hay más verdad que en otros en los que la realidad se representa como la percibimos a diario, los personajes de la película de Alberto Rodríguez permanecen misteriosos, ambiguos: sus caminos, opuestos, acaban por converger más a menudo de lo que les gustaría.

Las niñas han sido asesinadas, violadas y torturadas, los cuerpos no tardan en aparecer. Lo que se cuenta interesa y espanta, pero quizá lo que haga distinto a este thriller sea la fotografía —los títulos de crédito ya nos muestran desde arriba un mundo que creemos conocer pero del que no sabemos nada—, imágenes capaces de emancipar la historia de lo concreto, aunque a simple vista la trama parece indisoluble de las peculiaridades de este paisaje, de los infiernos íntimos de los dos policías, de esos años de la Historia de España.

La película consigue asfixiar durante algo más de hora y media, creo que sin importar si la circunstancia del espectador tiene o no algo que ver con el lugar y el tiempo de La isla mínima. Es como si Alberto Rodríguez nos quisiese dejar claro que las cosas a las que dedicamos tanto esfuerzo acaban por dar igual al cabo del tiempo: nuestras contradicciones y nuestros fantasmas son muy parecidos a los de unos personajes que, condicionados por lo opresivo del entorno, actúan de una manera que nos aterra.
PETER REDWHITE



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