La canícula veraniega llena mi moleskine de
notas fugaces, comentarios al dorso, reseñas evanescentes, artículos por
releer…, más o menos como creo nos pasa a casi todos, inmerso el cerebro en esa
misma fugacidad que acompaña a los días de estío. La lista de mi moleskine vuelve
llena de todas esas cosas que debería, tendría que haber hecho, pero que no he
tenido tiempo. Tiempo o ganas, no sé.
Entre los artículos efímeros que he ido moviendo
de una tumbona a otra, hay dos que no me resisto a comentar. Uno informaba de
la celebración de una convención que tiene lugar todos los años: Feria Virtuoso.
¡¡¡FERIA VIRTUOSO!!! Así se llama, no sé
si deriva de virtud o de virtuosismo, aunque supongo que ambas palabras tienen
la misma génesis —tengo que buscarlo, apunto
en mi moleskine—. Por lo visto, esa feria reúne a lo más granado del
turismo de lujo, una especie de meetmaching entre compradores (agencias de viaje) y
proveedores del “lujo”. La cita tiene lugar, por si hay alguna duda sobre el
tipo de lujo a que se refiere, en un hotel de las Vegas y el evento al parecer
consiste en múltiples citas por un breve periodo de tiempo, donde los posibles
compradores escuchan lo que el proveedor del lujo les ofrece. La foto que
acompaña la reseña habla por sí sola. Imaginaos una gran sala, sin ningún tipo
de separación, algo así como un salón para bodas monumental, con arañas
imitando cristal de bohemia que cuelgan de aquí y allá, poblada de mesas, pegadas
unas a otras, que si entrecierras los ojos recuerdan las celdillas de una
colmena, y el suelo, ¡oh, el suelo!, una moqueta entre mostaza y marrón con
arabescos que buscan imitar dibujos persas pero más parecen caleidoscopios de
pesadilla; una de esas moquetas que con solo mirarla uno puede sentir los
campos de electricidad que genera y las colonias de bichos que seguro la
pueblan.
Y ante ese escenario me dio por preguntarme
sobre el perfil de los compradores. De los proveedores me preocupé menos,
imagino que cualquiera, sea país desarrollado o emergente, empresa privada o
institución, querrá entrar a formar parte de esa categoría, otra cosa es lo que
a lo mejor tengan que hacer para poder entrar en ese exclusivo club. Si uno
decide buscar un viaje de lujo, pongo por caso, de verdad se dejaría aconsejar
por alguien que se siente cómodo en ese escenario. Aunque me da la impresión
que estos “compradores” decidir, decidir, deciden más bien poco, que todo está pre-configurado.
Claro, que si a mí me preguntaran qué considero un viaje de lujo no me
inclinaría por grandes cruceros rodeada de gente sin espacio para escuchar las
voces de otras culturas, ni hoteles que situados en “paraísos” lejanos te
encierran en una burbuja de comodidades, por eso de sentirte como en casa,
donde uno encuentra todo lo necesario, hasta exclusivas ofertas de artesanía de
la zona, y que con un poco de suerte a lo mejor vuelves sin ni siquiera haber
entrado en contacto con los pueblos de alrededor. Más bien me quedaría con la
otra acepción de lujo, “…cosa muy buena o extraordinaria”.
Está claro que ese mundo exclusivo tiene sus
adeptos, no hay más que ver las cifras, mueve unos 25.000 millones de euros. Y
es que el reclamo de estos tiempos parece regirse por las etiquetas de
exclusividad, exclusividad que da el dinero. Ese parece ser el criterio. Aunque
no me engaño, el verdadero lujo seguro que lo disfrutan los que mueven los
hilos, esos que compran islas remotas solo para ellos. Eso se anuncia poco,
claro, no facilitaría el movimiento de transacciones.
Al hilo de esta noticia, hubo otra que atrajo
mi atención. Por lo visto se ha puesto de moda un negocio dirigido a aquellos,
aquellas, que pertenecen a estratos socioeconómicos con muchos medios y poco
tiempo, y que dejan en manos de una especie de headhunters del plano sentimental, matchmakers les llaman, la búsqueda de su pareja. Vamos, un mix
entre nuestras antiguas celestinas y las organizadoras de matrimonios de las
sociedades indias y chinas. Dicen que la búsqueda de esos headhunters no está basada en bases de datos ni en algoritmos
específicos, pero no dicen cómo lo hacen. ¿Puesta en valor de networks especiales? Quizás. Otro tipo
de exclusividad. De repente me dio por visualizar, la imaginación me pierde,
una escuela de señoritas/señoritos del siglo XXI enfocada a responder a las futuras
demandas de los grandes líderes empresariales y decisores de opinión, pero que
a su vez recibieran formación en otro tipo de habilidades no buscadas, más de
tipo topo, para entendernos, de quién. ¡Aah, aah! Ya sé, ya sé, pero un poco de ciencia ficción
de vez en cuando tampoco viene mal… y casi, casi, que yo de tener esa necesidad
me quedaría con las casamenteras de toda la vida, por si acaso.
Unos y otros al parecer prefieren delegar en
terceros la búsqueda de su felicidad, de su ocio, de sus placeres. Como si en
la confirmación del otro, en su plácet, en su valoración, encontraran aquello
que les reafirma que les permite pertenecer a un cierto estrato, como si en esa
pertenencia encontraran su razón de ser y estar. Quizás a ellos habría que
recomendarles la visita a la exposición de Richard Hamilton, no solo por su
análisis esclarecedor sobre el poder de la cultura de masas, sino por su papel
de precursor, de generador de tendencias y esa habilidad para la reflexión
crítica entre el juego, el guiño y la ironía. En particular un pequeño cuadro se
me ha quedado agazapado entre los pliegues de la memoria, es un collage de una cara
con las etiquetas think, smell, touch, feel… Quizás es
eso lo que habría que recordar, que en eso consiste el viaje, el encuentro, la
búsqueda, la vida: en el pensar, oler, sentir, tocar…
P. D.:
- Cuando ya había escrito el texto, fui a ver la película Viajo sola y hay una escena en un spa de un hotel de lujo, con un dialogo muy interesante, que os recomiendo, viene mucho al caso. Ya se sabe, como alguien dijo, no hay casualidades sino causalidades.
- Todas las fotos que acompañan al texto, excepto la que lo encabeza, son de Richard Hamilton.
HETERODOXA
...Me desperté y vi la
luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la
noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día
con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: Conciencia,
sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.
JULIO CORTÁZAR
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