La mujer de la playa ya no se peina,
se alimenta apenas de desechos y, entre ojeada y ojeada al mar, con igual
obsesión, se mira las manos. Quizá ya no las reconoce, quizá ya ha olvidado que
son las suyas o tal vez preferiría que no lo fuesen, no tener manos, andar
manca por la vida, que algún monstruo marino se las hubiera arrancado de cuajo
porque ahora ya para qué las quiere..., para apartarse el flequillo rubio germano
y arañar la arena con rabia mientras espera, espera, espera.
Digan lo que digan, sabe que ella
volverá, que el mar pródigo antes o después acabará por devolvérsela, revestida
de rémora y lodo como contaban de aquel otro, el ahogado más hermoso del mundo.
Más hermoso que su hermana, no. No lo hay más hermoso, porque ninguno ha
alcanzado a tan lejos, tanto tiempo, tan al fondo.
Rafael Sanmartín y José Luis Escalante |
Lo contará ella misma cuando regrese,
chorreante, sazonada de vegetación y profundidad, exhalando burbujas de
misterio mientras decenas de caracolas se aferran con vehemencia a su cabeza, a
su pubis, a su vello rubio germano. Y relatará, hablará y hablará, con ese
lenguaje de los ahogados de verbo ocular, afásico, acerca de grutas y oquedades
de piso blando, esponjosas, donde los seres marinos retozan e intiman con sus
invitados humanos antes de devolverlos a la superficie para siempre.
Volverá… Lo sabe. La mujer de la
playa mira a lo lejos, al infinito azulado, y de nuevo a sus manos, que no
sirvieron para nada aquel día, no acertaron a prender sino hilos de frío en aquella
imponencia líquida que hoy le moja los pies, igual de calma que entonces; porque el mar se la llevó mansamente, sin aspavientos, con la misma fuerza irremisible con
que el tiempo se lleva los días y las caricias la furia.
Y ahora, ella la espera.
Ha oído que dicen que hace mucho que volvió, y que no hablaba ni nunca hablaría. Pero no les cree. Tal vez no supieron
interpretarla, tal vez no supieron leer en sus ojos que había vuelto para
quedarse, para permanecer junto a ella y ayudarla a peinarse, a desenredar los
mechones de polvo y sal de años, de estaciones, de ciclos, para limpiar sus
uñas de esa arena oceánica e intemporal que le se le ha metido en la vida…
Tal vez no la comprendieron.
La loca de la playa. Eso es lo que piensan
de ella.
(Basado en
hechos reales ocurridos en una playa de Cádiz)
MAR REDONDO
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