28/5/14

TODOS SOMOS SÍSIFO, por Heterodoxa

          No sé si os ha pasado, pero yo a veces tengo la brumosa sensación de que las casualidades no existen y que de existir algo existen más bien las causalidades. O por decirlo de otra manera, de alguna forma nuestro inconsciente nos lleva, nos empuja en determinada dirección, quizás porqué lo hayamos leído u oído o quizás, quizás, porque era el sitio exacto donde teníamos que estar en un determinado momento. Eso fue lo que me pasó el otro día  cuando me encontré casi de sopetón, sin esperarlo, con las magníficas esculturas de Leiro.
            Llevaba yo semanas a vueltas con el mito de Sísifo. Con el mito de Sísifo y con la arena. Sí, con la arena, con la tierra, con eso que está debajo de nuestros pies y que nos ata tanto. Eso que en última medida nos ancla a un determinado lugar. Eso que en determinados casos se convierte en una gran piedra negra colocada sobre nuestras espaldas que nos impide respirar. O por lo menos eso parece cuando nos hablan del lugar al que se pertenece. Será porque con esta necesidad de cosificarlo todo, unas coordenadas físicas, una ubicación, dónde uno esté situado en el Planeta Tierra, facilitan la identidad, sirven de anclaje para reclamar todo tipo de esfuerzos y avivar, movilizar todo tipo de emociones y sentimientos.
           Todo esto viene a cuento de que hace poco me enteré de que la arena podría llegar a ser una de las materias más valiosas en un próximo futuro. Es más, en estos momentos, existe todo un mercado de tráfico de arena a través de los océanos. Pero lo más curioso es cómo la consiguen. Por lo visto, hay casos en los que en lugar de comprarla emplean grandes artefactos flotantes provistos de una especie de excavadoras/volquetes —algo parecido a enormes Godzillas mecánicas —que van extrayendo la arena de las islas. Pero no de su superficie sino de  debajo del agua, horadando poco a poco su volumen, de forma que muchas pequeñas islas de pronto, sin saber cómo ni por qué, se encuentran a la deriva, como enormes barcos.         

            Puestos a imaginar, imaginé que alguien estuviera socavando también el continente. Y, un día cualquiera, la península ibérica se desprendía y comenzaba su andadura de océano en océano. Puestos a imaginar, me pregunté si entonces seguiríamos perteneciendo a Europa. Si  nos seguirían considerando los esclavos del sur. Si seguiríamos empujando sin fin como Sísifo esa gran piedra mezcla de deuda y austeridad que nos ahoga y no nos deja respirar. O más bien nos declararíamos dueños de la ínsula sin más señores que nosotros y desde otra ubicación/identidad, con nuevas coordenadas nos refundaríamos solo guiados por las olas y las corrientes.          

            En estos sueños/deseos estaba cuando me enfrenté a las esculturas de Francisco Leiro. A esas figuras dobladas, inclinadas, vencidas por grandes piedras de granito negro que doman sus hombros. Piedras enormes, que arrastran apoyando sus rodillas en la tierra, medio aplastadas por su peso. La exposición, inquietante, te obliga a una reflexión y a nuevas interpretaciones sobre el aquí y ahora. Solo ya su leyenda “el purgatorio”, ¿a qué purgatorio quiere referirse? En uno de los grupos de esculturas aparece la figura del capataz, supervisor, que parece dirigir los trabajos de esos cargadores de piedras. Esa figura me hizo pensar en una relectura del mito, como si hubiera un porqué en todo ese arrastre y movimiento.
  
          Pero, con todo, de esas imágenes desarboladas, hundidas, lo que más me impactó fueron los títulos que portaban las esculturas de los cargadores de piedras. No eran Sísifos, no, cada una refería un nombre propio, Miguel, Santi, Pepe… Y es que era eso, en realidad todos, todos somos Sísifo. Hasta que naveguemos en nuestra ínsula.
 Las imágenes  que acompañan al texto son de Francisco Leiro que expone en estos momentos en la Galería Marlborough.

                  HETERODOXA

...Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: Conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.
JULIO CORTÁZAR

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