En
1995, Nicholas Negroponte, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT),
escribió un magnífico libro titulado "Being digital" (El ser
digital), donde predecía muchas transformaciones en la vida del ser humano (hasta
ese momento, un ser analógico) gracias a las nuevas técnicas digitales,
transformaciones que se han ido cumpliendo una tras otra. Entre las predicciones
más llamativas figuraba la de que en un futuro —el futuro visto desde 1995—, podríamos
recibir canales de televisión por el cable telefónico, mientras que las comunicaciones
telefónicas se establecerían fundamentalmente por el aire, dando la vuelta a
los usos del momento.
Entonces, aquello sonaba cuando menos raro, pero prácticamente
todo lo que se decía en el libro se ha hecho realidad. Aparte de estos
ejemplos, la tesis general de la obra de Negroponte avisaba de una
digitalización progresiva de la humanidad usando una curiosa comparación entre
el mundo de los átomos y el de los bits. Visto desde nuestros días no podemos
más que reconocer los avances y las mejoras sustanciales que ha aportado la
tecnología digital a, por ejemplo, la fotografía, el cine, la música, la
medicina (la ciencia en general), etc. Pero no todo han sido avances.
Se
ha escrito mucho sobre los «daños colaterales» en esta sociedad de la
comunicación, como el exceso de información a la que tenemos acceso y no
podemos digerir, o la creciente tendencia a leer «transversalmente» (falta de
paciencia y concentración para leer completo un texto más o menos extenso), circunstancias,
entre otras, que perjudican seriamente el desarrollo de nuestra capacidad de
análisis. Es frecuente encontrarse con textos que pretenden ser un compendio
sobre determinada materia, de manera que están repletos de enlaces «hipertextuales»
que nos remiten a otros textos donde, a su vez, nos encontramos con otro salpicón de enlaces y, así, pantalla
tras pantalla, como en un videojuego. Si nos dejamos llevar, podemos ser
tragados por un remolino del que resulta difícil escapar, llegando incluso a
olvidar el motivo por el que habíamos iniciado la consulta.
Una
de las consecuencias de todo lo anterior es la tendencia a la simplificación. La mutación que
convirtió al «ser analógico» en un «ser digital» está dando, desde mi punto de
vista, un paso más: la reducción de ese «ser digital» a lo que podría llamarse «ser
binario». Y lo más preocupante es que los medios —y quienes están detrás de los
mismos— parecen fomentar la consecuente atrofia mental. Parecen favorecer que
pensemos menos y de una manera más ramplona e instantánea. Vemos cómo los
ciudadanos se están acostumbrando a responder ante cualquier tipo de propuesta
con un Me gusta/No me gusta en las
redes sociales o ¿Le ha parecido
interesante: SÍ/NO? para un artículo periodístico por complejo que sea el
mismo.
¿Dónde quedan los matices? ¿Qué ha pasado con las escalas de grises?
¿Con las paletas de colores? ¿Qué va a pasar con la capacidad de análisis? ¿Va
a quedar reducida a la emisión de un uno o un cero? ¿Se imaginan que los
críticos de teatro se limitaran a escribir que una obra es Buena o Mala? ¿O se
imaginan una lista de películas en cartel donde se las calificara con un 0 ó un
1? ¿Y qué me dicen de algo tan relativo y personal como es la apreciación de las
artes plásticas?
Aunque
nunca he sido futbolero, recuerdo con cierta nostalgia aquella época en la que
los chicos eran hinchas o seguidores de dos equipos. Muchos de mis compañeros
de colegio eran simultáneamente del Madrid y del Bilbao, o del Atleti y del Betis, y los cariños se
repartían con distinta intensidad: «Yo soy, primero del Madrid y, luego, del
Bilbao», decían. Ahora, eso es impensable. Se es de un equipo y, normalmente, anti otro equipo. Sin matices. Sin lugar
a dudas. Binarios.
Un
campo donde se está alcanzando una simplificación preocupante a la hora del
análisis y la critica es el de la política, porque ahí es donde más se corre el
riesgo de que desaparezca el concepto de «ciudadano». La palabra ciudadano suena a griegos en una plaza
escuchando a otro griego; a derechos y obligaciones, pero sobre todo a responsabilidad
a la hora de enjuiciar el mundo que nos rodea.
Pues bien, últimamente nos encontramos que para los seguidores de un partido
político —coja el que más le guste— cualquier ley del oponente es mala de solemnidad,
desde el título hasta el punto final —un rotundo cero—, mientras que la ley de «los nuestros» es incontestablemente
buena —un tranquilizador uno—. ¿No
cabe la posibilidad de que determinada ley, la promulgue quien la promulgue,
tenga aspectos positivos y negativos? Sí, pero cuesta reconocerlo. En las
tertulias televisivas el espectador sabe cómo van a reaccionar fulanito o
menganita ante determinada noticia. No trato de defender la equidistancia, tan
defendida por algunos; hay hechos ante los que hay que tomar una postura clara
sin medias tintas, y puede que en determinados casos una de las partes no tenga
la razón en absoluto. Pero resulta sospechoso que sea siempre así. O Blanco o
negro. Sí/No, Bueno/Malo, On/Off, 0/1. Binarios.
Cada
día se habla menos de demócratacristianos, socialdemócratas, etc. El espectro
político parece haber quedado reducido a izquierda/derecha. Así de sencillo. El
centro político, por ejemplo, ha desaparecido engullido por las dos grandes formaciones,
que se autotitulan de centro-izquierda y centro-derecha respectivamente. Sí, hay
más partidos, pero los ciudadanos parecen darle prioridad a ser vistos —o
señalar al otro— como personas de izquierdas o de derechas. Lo dicho. «Ciudadanos
binarios», aunque de ciudadanos ya vamos teniendo poco. Una penita. ¿No les
parece? ¿Sí? ¿No?
JUAN M. QUEREJETA
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