14/5/14

EL SER BINARIO, por Juan M. Querejeta

 
  
       En 1995, Nicholas Negroponte, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), escribió un magnífico libro titulado "Being digital" (El ser digital), donde predecía muchas transformaciones en la vida del ser humano (hasta ese momento, un ser analógico) gracias a las nuevas técnicas digitales, transformaciones que se han ido cumpliendo una tras otra. Entre las predicciones más llamativas figuraba la de que en un futuro —el futuro visto desde 1995—, podríamos recibir canales de televisión por el cable telefónico, mientras que las comunicaciones telefónicas se establecerían fundamentalmente por el aire, dando la vuelta a los usos del momento. 
          Entonces, aquello sonaba cuando menos raro, pero prácticamente todo lo que se decía en el libro se ha hecho realidad. Aparte de estos ejemplos, la tesis general de la obra de Negroponte avisaba de una digitalización progresiva de la humanidad usando una curiosa comparación entre el mundo de los átomos y el de los bits. Visto desde nuestros días no podemos más que reconocer los avances y las mejoras sustanciales que ha aportado la tecnología digital a, por ejemplo, la fotografía, el cine, la música, la medicina (la ciencia en general), etc. Pero no todo han sido avances.
       Se ha escrito mucho sobre los «daños colaterales» en esta sociedad de la comunicación, como el exceso de información a la que tenemos acceso y no podemos digerir, o la creciente tendencia a leer «transversalmente» (falta de paciencia y concentración para leer completo un texto más o menos extenso), circunstancias, entre otras, que perjudican seriamente el desarrollo de nuestra capacidad de análisis. Es frecuente encontrarse con textos que pretenden ser un compendio sobre determinada materia, de manera que están repletos de enlaces «hipertextuales» que nos remiten a otros textos donde, a su vez, nos encontramos con otro salpicón de enlaces y, así, pantalla tras pantalla, como en un videojuego. Si nos dejamos llevar, podemos ser tragados por un remolino del que resulta difícil escapar, llegando incluso a olvidar el motivo por el que habíamos iniciado la consulta.      
       Una de las consecuencias de todo lo anterior es la tendencia a la simplificación. La mutación que convirtió al «ser analógico» en un «ser digital» está dando, desde mi punto de vista, un paso más: la reducción de ese «ser digital» a lo que podría llamarse «ser binario». Y lo más preocupante es que los medios —y quienes están detrás de los mismos— parecen fomentar la consecuente atrofia mental. Parecen favorecer que pensemos menos y de una manera más ramplona e instantánea. Vemos cómo los ciudadanos se están acostumbrando a responder ante cualquier tipo de propuesta con un Me gusta/No me gusta en las redes sociales o ¿Le ha parecido interesante: SÍ/NO? para un artículo periodístico por complejo que sea el mismo. 

       ¿Dónde quedan los matices? ¿Qué ha pasado con las escalas de grises? ¿Con las paletas de colores? ¿Qué va a pasar con la capacidad de análisis? ¿Va a quedar reducida a la emisión de un uno o un cero? ¿Se imaginan que los críticos de teatro se limitaran a escribir que una obra es Buena o Mala? ¿O se imaginan una lista de películas en cartel donde se las calificara con un 0 ó un 1? ¿Y qué me dicen de algo tan relativo y personal como es la apreciación de las artes plásticas?
       Aunque nunca he sido futbolero, recuerdo con cierta nostalgia aquella época en la que los chicos eran hinchas o seguidores de dos equipos. Muchos de mis compañeros de colegio eran simultáneamente del Madrid y del Bilbao, o del Atleti y del Betis, y los cariños se repartían con distinta intensidad: «Yo soy, primero del Madrid y, luego, del Bilbao», decían. Ahora, eso es impensable. Se es de un equipo y, normalmente, anti otro equipo. Sin matices. Sin lugar a dudas. Binarios.
       Un campo donde se está alcanzando una simplificación preocupante a la hora del análisis y la critica es el de la política, porque ahí es donde más se corre el riesgo de que desaparezca el concepto de «ciudadano». La palabra ciudadano suena a griegos en una plaza escuchando a otro griego; a derechos y obligaciones, pero sobre todo a responsabilidad a la hora de enjuiciar el mundo que nos rodea.  Pues bien, últimamente nos encontramos que para los seguidores de un partido político —coja el que más le guste— cualquier ley del oponente es mala de solemnidad, desde el título hasta el punto final —un rotundo cero—, mientras que la ley de «los nuestros» es incontestablemente buena —un tranquilizador uno—. ¿No cabe la posibilidad de que determinada ley, la promulgue quien la promulgue, tenga aspectos positivos y negativos? Sí, pero cuesta reconocerlo. En las tertulias televisivas el espectador sabe cómo van a reaccionar fulanito o menganita ante determinada noticia. No trato de defender la equidistancia, tan defendida por algunos; hay hechos ante los que hay que tomar una postura clara sin medias tintas, y puede que en determinados casos una de las partes no tenga la razón en absoluto. Pero resulta sospechoso que sea siempre así. O Blanco o negro. Sí/No, Bueno/Malo, On/Off, 0/1. Binarios.
       Cada día se habla menos de demócratacristianos, socialdemócratas, etc. El espectro político parece haber quedado reducido a izquierda/derecha. Así de sencillo. El centro político, por ejemplo, ha desaparecido engullido por las dos grandes formaciones, que se autotitulan de centro-izquierda y centro-derecha respectivamente. Sí, hay más partidos, pero los ciudadanos parecen darle prioridad a ser vistos —o señalar al otro— como personas de izquierdas o de derechas. Lo dicho. «Ciudadanos binarios», aunque de ciudadanos ya vamos teniendo poco. Una penita. ¿No les parece? ¿Sí? ¿No?
              JUAN M. QUEREJETA

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