Unos amigos me contaban el otro día
que andan algo preocupados por la transformación que han sufrido sus hijos. «Todo, efecto del informe PISA», me decían entre sorbo y
sorbo de cerveza. Como son muy de ciencias, se habían dedicado a estudiar los diferentes
supuestos del examen, decididos, me confesaron, a lograr que sus hijos resolvieran
con éxito los problemas cotidianos. «No iban
a ser menos que los chicos de Singapur», exclamaban algo alterados, mientras sacudían sus
manos como aspas de molino. En ese país, por lo visto, preparan a los estudiantes durante
todo el curso para que pasen con éxito las pruebas.
Lo de poner en funcionamiento robots
domésticos lo desecharon por irreal, no estaban los tiempos para dispendios de
ese calibre. Tampoco vieron muy factible eso de que conocieran las múltiples
posibilidades y tarifas que existen para viajar en transporte público. Bastante
tienen, me comentaban, con que sus hijos hagan un buen uso del bono y, de vez
en cuando, vayan caminando, así aprenden la práctica del ahorro, hacen ejercicio y no
gastan en gimnasio.
De los mandos del aire acondicionado y
la calefacción, ne pas parler, solo
faltaba que después del tiempo que habían empleado en aquilatar al máximo las
horas de encendido y apagado, con el fin de intentar mantener a raya el recibo de
la luz, vinieran los señores del norte a desbaratarles la economía doméstica; después
de horas y horas dedicados a que sus hijos entendieran la necesidad de que esos
mandos ni se tocaban. «¡No y no!», exclamaban encendidos, ¡¡¡y los brazos se disparaban en giros
de turbina!!!
Algo tenían que hacer, tampoco podían
dejar que sus hijos aparecieran como los más tontos de Europa. Y lo de las
nuevas tarifas de la luz les animó. Con el fin de que sus hijos se
familiarizaran con los costes, decidieron establecer un turno horario; cada día
uno de ellos consultaría la página web, que es por lo visto donde aparece el
coste hora/día más económico. Después ese
dato lo tendrían que contrastar a lo largo de un mes —cada día ese coste
difiere—, para ver las variaciones de un día para otro y luego hacer el cálculo
de las horas más adecuadas para poner en marcha los electrodomésticos. Esa iba
a ser su nueva tarea.
Dicho y hecho. El marido ideó una
aplicación que permitía ir introduciendo los datos de forma parecida a las
pantallas de los ejercicios del informe PISA y, una vez incorporados, la
aplicación les preguntaba no solo las horas óptimas, sino los ahorros que se
podían conseguir. Al principio la cosa, me contaron mis amigos, no fue muy bien.
Los chicos con tal de no tener que consultar todos los días hicieron toda clase
de trampas a la herramienta informática. Pero eso, desde el punto de vista de
familiarizarse con las tecnologías, tampoco estuvo tan mal, aunque los señores
del norte, y se reía mi amiga, seguro que no lo valorarían en su justa medida.
En todo caso, ahora sus hijos la manejan
con mucha soltura y hasta les negocian salir a cenar pizza, algún sábado, con
los ahorros que están consiguiendo. En estos momentos, me contaron, ya han
desarrollado otro ejercicio que permite aprovechar su increíble manejo de la
web y así encontrar las mejores ofertas de segunda mano en móviles y portátiles.
Estaban convencidos de que con este tipo
de ejercicios, más cercanos a su nueva realidad, sus hijos no solo iban a sacar
buena nota en las próximas evaluaciones PISA, sino que iban a entender que la
resolución de estos problemas les puede reportar algún tipo de beneficio en su
vida diaria. Por lo visto lo del beneficio lo han aprendido demasiado rápido.
El otro sábado mientras cenaban una
pizza barbacoa se les ocurrió a mis amigos comentar que podían pasar los test a los colegios, a
ver si así se conseguía aumentar la nota media. Ahí es nada. Fue comentarlo y
sus hijos, los tres, «pero los tres»,
me subrayaban, saltaron al unísono que ni hablar, que gratis nada, que había
que venderlos o si no mejor subastarlos entre los colegios al mejor postor. Por
eso se encuentran ahora algo preocupados: «efectos
colaterales, efectos colaterales», repetían, quejumbrosos, entre sorbo y
sorbo de cerveza.
HETERODOXA
...Me desperté y vi la
luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la
noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día
con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: Conciencia,
sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.
JULIO CORTÁZAR
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