7/10/15

"U2 DE LA I A LA E", por Peter Redwhite


Una superficie metálica iluminada por una única bombilla. Era un escenario austero, nada llamaba la atención en un rectángulo rodeado por unos cuantos cilindros luminosos, era difícil reparar en que las cuatro líneas amarillas encerraban una “i”. Varios metros más allá, una “e” del mismo color decoraba el pequeño escenario circular por el que, veinte minutos después de las nueve, aparecería Bono. El líder de U2 arranca con The Miracle (Of Joey Ramone), camina resuelto entre los fans, lo hace por la pasarela que une ambos escenarios: unos cuantos segundos son suficientes para unirse al resto de la banda, para recorrer la línea que anoche, en el Palau Sant Jordi, separaba la “i” (inocencia) de la “e” (experiencia); el tránsito de la juventud al mundo de los adultos.

Se iluminó la pantalla que se elevaba de un extremo a otro de la pasarela. Viajábamos al norte de Dublín, dejábamos atrás The Electric Co., Vertigo y I Will Follow: ya no estábamos en Barcelona sino en Cedarwood Road, en la puerta del número 10. Bono nos quería contar como, a los 14 años, la muerte de Iris, su madre, le influyó de manera decisiva para convertirse en artista. Tras dedicar Iris a todas las madres, una escalera se desplegó sobre la “i”: la tecnología y la imaginación permitían a Bono darse un paseo bajo la lluvia por las aceras en las que creció. Después de Cedarwood Road, el líder de U2 nos invitó a pasar a una casa iluminada por una sola bombilla. En una de las habitaciones, un muchacho de 18 años intentaba componer una canción para impresionar a su chica.

Los versos hermosos de Song For Someone dejaron paso al clásico Sunday Bloody Sunday y a la novedad Raised By Wolves, llegaba el momento de pedir justicia por los olvidados del conflicto de Irlanda. La encargada de cerrar esta vuelta a los orígenes fue la soberbia Until The End Of The World. En la pantalla las olas se tragaban los símbolos de infancia, después de un pequeño descanso la “e” cobraría protagonismo, había que aprovechar que en esta ocasión el sonido no se desvanecía en la inmensidad de un estadio; la idea de situar los altavoces en el techo ayudaba a que la voz de Bono llegase nítida durante una emotiva versión de Every Breaking Wave.

A mí, tras el paseo, fueron las “canciones de la experiencia” las que me transportaron años atrás, a, cuando, siendo adolescente, Where The Streets Have No Name, With Or Without You o Pride sonaban en el radiocasete del coche o en el ordenador de casa; también en el DiscMan cuando iba al polideportivo o a cualquier otro lugar de mi pueblo. Es una suerte compartir buenos momentos con ciertas personas, mirar a los asientos contiguos y comprobar que tu hermano y algunos buenos amigos siguen ahí tantos años después.



A la salida, no podía olvidar las palabras de Stephen Hawking que sirvieron de introducción a los bises. A Hawking le maravillaba contemplar imágenes de nuestro planeta desde el espacio, desde un lugar en que todos somos iguales; venía a decirnos que la manera en la que nos vemos a nosotros mismos es lo único que fija nuestros límites, que las únicas fronteras las trazamos al ver a los demás de una determinada forma. Es cierto que el concierto de ayer puede ser interpretado como el último acto de megalomanía de Bono, que el líder de U2 simplifique demasiado al tratar asuntos complejos como la llegada de los refugiados sirios, pero, aunque el espíritu seguramente no me dure demasiado, bajé la montaña mágica de Montjuïc contento de haber recorrido el trayecto desde la “i” hasta la “e”, preguntándome en qué momento se volvió todo tan complicado; también convencido de que a Mandela no le faltaba razón con eso de que “Todo es imposible hasta que se hace”.
PETER REDWHITE

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