10/6/15

VISIBILIZAR LA ASIGNACIÓN INEFICAZ DE LOS RECURSOS, por Heterodoxa



La primera vez que expliqué a mis sobrinos las consecuencias de una asignación ineficaz de los recursos —deformación harvardiana— fue haciendo cola para ver una exposición de realidad aumentada. La organización, quien fuera no viene al caso, había generado una propaganda importante, vía medios audiovisuales, televisión, radio, periódicos, folletos, etc,… para dar a conocer el acto e implicar a las familias. Esto, claro está, les supuso un cierto gasto. Para nuestro asombro la cola que nos esperaba al llegar daba la vuelta al recinto generando tediosas esperas y el consiguiente malhumor, enfado y abandono de muchos. El problema residía en que había una sola persona para atender las taquillas. Aunque hay que reconocer que ese cuello de botella nos vino bien y permitió que viéramos la exposición a placer, me facilitó la reflexión —y nos hizo la espera más llevadera—, de qué habría pasado si se hubiera dedicado parte del presupuesto a colocar a dos personas en taquilla y qué perdidas tanto en recaudación como en prestigio conllevaba tomar la decisión equivocada.


Más adelante, para que fortalecieran el concepto, les animé a encontrar ejemplos, vía alguna recompensa —esto del pensar hay que ayudarlo—, de situaciones en que los recursos estuvieran asignados de forma ineficaz. Todavía recuerdo alguno de los casos. Como aquel taller de bicicletas que lanzaba una oferta de alquiler por semanas que salía más caro que si se alquilaban por días o esa tienda de ultramarinos que en una resistencia numantina se empecinaba en mantener los precios cuando justo enfrente otra anunciaba en el escaparate los mismos productos a un coste menor. O aquel restaurante de cinco tenedores empeñado en ocupar las mesas de la terraza durante la semana de fiestas. Justo al lado habían colocado un tiovivo de feria que a todo volumen atronaba con la canción del momento, Voyage, Voyage,… al compás de traqueteo insomne del metal entrechocando las guías poco engrasadas de los vespas, triciclos y coches de caballos que giraban en un movimiento continuo solo aplacado por la sirena desorbitada que anunciaba el fin del viaje. Claro, la terraza tenía todas las mesas vacías porque, como bien analizaron mis sobrinos, quién iba a pagar por estar sentado allí.

Luego, más adelante, en un momento u otro de sus vidas se han vuelto a encontrar con el concepto, sea en la universidad o en su trabajo. Sobre todo les hace gracia que sea un principio tan ampliamente utilizado en el mundo empresarial. Pero, visto lo visto, tengo mis dudas que en la vida real se aplique con la misma extensión, sobre todo con los recursos de los contribuyentes que más parece que no sean de nadie o, peor, que pertenezcan a esas élites extractivas que luego encima claman cuando la ciudadanía protesta porque ofrecen resultados son absolutamente ineficaces.


Me quiero convencer de que serán ellos, la generación nacida en los ochenta, más acostumbrados a comparar costes, a utilizar las herramientas de la Red para buscar el billete más barato o el hotel coste/beneficio más óptimo, la entidad financiera con menos comisiones o los portales para compras de energía en común y, hasta el trabajo más acorde a sus conocimientos en ese otro país al que se han visto obligados a emigrar, quienes sea capaces de domar la cabeza de la hidra. Seguro que muchos ya estarán comparando cuánto se paga en esos otros países por ciertos servicios, qué se recibe a cambio, cómo se gestiona y dónde está el valor añadido que justifica ese coste, si es que lo hay. Puestos a imaginar, imagino que falta poco para que empiecen a crear herramientas colaborativas en Red que nos permitan conocer y comparar quién ofrece la mejor oferta para el suministro de un determinado servicio. Y hasta decidir en Red entre todos que suministrador seleccionamos. Y hasta hacerle un seguimiento en función de ciertos parámetros. Vamos, poner en marcha de verdad lo que se viene en llamar el empoderamiento. Porque sentarse a una mesa de cinco tenedores sin presupuesto para el mantenimiento de sus casas o para pagar la calefacción, seguro, seguro no les parece que sea la asignación más eficaz de los recursos, de sus recursos, de los de todos.

HETERODOXA

Imágenes de Abraham Lacalle: El artista expone en la actualidad en la galería Marlborough un conjunto de murales y cuadros bajo el título Tiempo de guerra que refiere a un poema de Ángel Valente. El pintor profundiza en su búsqueda particular de interconexión entre el mundo interior y las realidades visibles e invisibles, mediante el empleo de diferentes espacios en planos superpuestos entremezclados con paisajes exóticos de un colorido brillante y luminoso. La obra actual nos sumerge en unos espacios en lucha, en unos mundos devastados, de árboles desnudos, descarnados o de selva inexplorada donde escondidos entre el verdor palpitante se cuelan elementos de guerra. El impacto de la obra te paraliza, te obliga a hacer una pausa en la exposición, a una segunda mirada que de alguna forma te conduce a la distorsionada realidad social en la que nos encontramos. Como decía Valente en su poema: “ …y aquel vertiginoso color del tiovivo y de los vítores. Estábamos remotos chupando caramelos,…”


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