24/6/15

EN EL JURÁSICO, por Peter Redwhite


En Jurassic World (Colin Trevorrow, 2015) la isla de Spielberg ha sido transformada en un parque temático en el que los recintos que encierran a los dinosaurios están patrocinados por multinacionales y, a pesar de los ideales del creador del parque, la satisfacción de los clientes y el bienestar de los descomunales reptiles no se mide observando el rostro de los visitantes ni el brillo de los ojos de los dinosaurios: parece más razonable acogerse a ingresos, gastos, costes y beneficios; hay que cerrar más acuerdos de patrocinio, sacar cada cierto tiempo una nueva especie extinta (o inventarse una nueva), todo está bajo control.
A mí el cartel de la película no me llevó al Jurásico sino a mediados de los noventa, a uno de esos domingos en los que el escenario del Teatro Felipe Godínez de Moguer se convertía en pantalla de cine y los niños del pueblo llenábamos la sala sin preocuparnos demasiado de que la película ya hubiese llegado a Huelva unas cuantas semanas atrás. Muchos nos habíamos contagiado de una fiebre jurásica que parecía ser cosa de todo el planeta (algo no tan común entonces) y que, en mi caso, se tradujo, entre otras cosas, en unas botas con el logo de la peli muy chulas pero con las que no me dejaban jugar al fútbol en el recreo.
El tema principal de la banda sonora de Parque Jurásico suena unas cuantas veces en Jurassic World, la melodía debía llevar guardada años en algún lugar de mi cabeza. Las referencias a la película que inicia la saga son constantes, como si los creadores de la secuela se hubiesen conformado, no era tarea fácil, con traer a estos días el espíritu original. Es cierto que este nuevo mundo jurásico resulta tremendamente entretenido y que hay secuencias espectaculares, pero creo que se podría haber ido más allá, haber arriesgado un poco, ahondado en muchos temas que se plantean: cómo, entre otras cosas, la diferencia de edad separa a los hermanos, la manera en que influye la relación de los padres en los hijos o cómo, a pesar del progreso imparable, es difícil no tener la sensación de que cualquier tiempo pasado fue mejor, de que hoy todo se banaliza, se ha convertido en un parque de atracciones absurdo.

Al director de Jurassic World le cuesta dejar de mirar el espejo retrovisor, de compararse con la versión de hace más de veinte años. Supongo que Colin Trevorrow y yo no seremos los únicos que tendemos a echar la vista atrás más veces de la cuenta: nos guste o no el panorama actual, habría que olvidarse un poco del Jurásico; tener claro que el presente es el escenario en que se desarrollan nuestras vidas.
PETER REDWHITE

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