8/4/15

EL CINE QUE SE PARECE A LAS NOVELAS QUE NOS GUSTAN, por Peter Redwhite


Abro esta mañana la sección de cultura de la edición digital de El País y no me sorprende dar con un artículo en el que el escritor y crítico Marcos Ordóñez afirma que, al ver algunas de las series de las que todo el mundo habla, piensa en novelas y en teatro: Series: el triunfo de la narración, titula. Y es entonces cuando recuerdo un texto que venía en las transparencias de la parte de lenguaje audiovisual contemporáneo de la asignatura de cine a la que asistí durante la carrera. En él Pere Gimferrer concluye diciendo: “si se cree que las series de televisión es lo mejor que se hace en audiovisual, vamos listos”.  
Me cuesta dar la razón a Gimferrer: recuerdo cómo la vida de los personajes, detestables, cada vez más complejos, de Los Soprano se me hacía cotidiana; mi padre me comentaba hace poco la emoción profunda que le causó una escena de Mad Men en la que Don Draper, de cada mano uno de sus hijos, se queda parado unos instantes al contemplar la casa en la que vivió de niño. Pero, al rescatar las transparencias de la asignatura de cine para copiar la cita de Gimferrer, recuerdo que me explicaron qué distingue el lenguaje de la literatura del lenguaje del cine, que en su momento di bastante la lata con las propuestas de Lynch, P.T. Anderson, Tarr, Yang, Linklater, Wes Anderson y compañía.

Y la verdad es que no sé muy bien qué pensar. Puede que estén en lo cierto los que exigen a los críticos de los medios generales un juicio más allá de me emociona, me llega y me conmueve, pero, bien pensado, ¿no es eso a lo que aspira el arte? Sigo dudando. El profesor de la asignatura de cine me ayudó a apreciar aún más películas clásicas que ya conocía. Me explicó los extremos de un movimiento en principio contradictorio como el realismo poético y, a través de Ozu, me hizo ver que hay veces que poco importa que lo que se cuenta suceda en Japón, en América o cerquita de casa. Está claro que no habría podido entender nada del cine que se hace ahora sin conocer todo esto.

Curiosamente, esta tarde, a la vuelta del trabajo, iba leyendo una novela en la que la autora, Anne Wiazemsky, cuenta su apasionado romance con el desconcertante reinventor del cine: Jean-Luc Godard, tan admirado por el profesor de Lenguaje Audiovisual. Supongo que los verdaderos cinéfilos estarán encantados de conocer de primera mano a Godard, Truffaut y Rivette, aunque es posible que no disfruten tanto el libro como aquéllos que lo leen con total libertad: los nombres de las personas que inician a la vida adulta a Wiazemsky son sólo nombres que suenan más o menos.

La novela autobiográfica de Anne Wiazemsky (ágil, el lenguaje se adecúa perfectamente a lo que se cuenta y a la edad que en aquel momento tenía la autora) me hace pensar en las distintas formas de aproximarse a una obra de arte, es difícil determinar a veces cuál es más adecuada. Reviso el artículo, ya no me acordaba que todo esto venía a cuento del debate acerca de si las series han sustituido al cine. Quizá lo que haya sucedido es que, en general, el buen cine se haya ido alejando del grueso de las salas comerciales, que merezca la pena hacer un esfuerzo por ponerse al día y enterarse de por dónde van los tiros en el cine de ahora, sabiendo que al llegar a casa tendremos la oportunidad de disfrutar de una serie que nos hará acordarnos del cine de siempre: el de historias bien contadas, el de personajes inolvidables, el que se parece a los novelas que nos gustan.
PETER REDWHITE 

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