25/3/15

LA INESPERADA VIRTUD DE VOLAR, por Mar Redondo

 

La irresistible tentación de subir a lo más alto. Ni la amenaza de lluvia ni el ya crónico dolor de rodillas ni el miedo a la pájara me lo impiden. Allí en lo más alto hoy, un castillo, el de Segura de la Sierra —otras veces un punto geodésico o la mera nada—, el aquí y ahora desde el que contemplo mi más reciente pasado, los instantes recién vividos convertidos ya en Historia unos cientos de metros más abajo: el manojo de espárragos cogido entre los olivos; la foto tras el burladero de esa plaza de toros rectangular en la que, ¡ejem!, con la ayuda de J me he colado por un hueco abierto en la fachada; el inesperado encuentro con la casa de Jorge Manrique, etcétera. Cosas que suceden, nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar.
Subir a lo más alto. ¿Y una vez ahí qué? Lo primero, alegrarme infinitamente de no padecer vértigo. Luego, por el simple estar, sin pensar, con ese entorno a mis pies comprendo el ambiguo alcance de la palabra poder. Porque ahí en lo más alto es imposible no agarrar el mundo entero con los brazos, sentir que puedes, que eres puro potencial y el señor de todo lo que ves, puro dominio. Eres capaz de realizar hazañas extraordinarias. Eres una super heroína, una Birdman versión femenina, podrías volar. ¿Me lanzo o no me lanzo? Arriba del todo les ves y te ven, contemplas y te admiran. ¿Puro ego? De qué hablamos cuando hablamos de poder. Vaya, contestar a esta pregunta es de las cosas que no puedes hacer sin detenerte a pensar, pero de qué hablamos cuando hablamos de pensar
A Hannah Arendt, su gran amor Martin Heidegger le enseñó que pensar y ser viviente son una misma cosa. Y ella fue y reescribió el concepto: pensar es no abandonar las decisiones personales, el juicio propio, a la corriente general del momento por muy grandioso, único o histórico que éste sea. Hannah habla de elección racional —¡humm!, me pregunto si decidir colarse en una plaza de toros por un hueco en la fachada lo es—, mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar, diría Manrique. Y yo digo que quizá ahí reside nuestra identidad y que de eso hablamos realmente cuando hablamos de poder, de la capacidad de percibir a los demás y a nosotros mismos desde una distancia o altura que nos permitan discernir y elegir al margen de la corriente general.

La inesperada virtud de la ignorancia es más que el subtítulo de una película; seguir la corriente es una forma de incapacidad e inutilidad vital, de falta de identidad. A Hannah Harendt le parecía imposible haber logrado las dos cosas que anhelaba: el gran amor y seguir manteniendo la identidad como persona. Ella sí que fue una Birdman versión femenina —puro ego, dijeron muchos de ella—, subió una montaña bien alta, miró abajo y decidió lanzarse: voló. Hoy ese instante ya es Historia, como el poeta Jorge Manrique, como mi manojo de espárragos cogido entre los olivos, como esta página apenas recién terminada.
MAR REDONDO
Imágen del encabezamiento: El pensador, de Hugo Luis Pimentel

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