4/3/15

OTRAS FORMAS DE VIAJAR, por Peter Redwhite




Ayer me di una vuelta por el mercado de Marsella. Un rato después, al asomarme a la ventana de la habitación —cuidado, en Niza hay una ley que prohíbe poner a secar las toallas en el balcón —aparecía el Promenade des Anglais con sus palmeras, sólo que la discoteca a la que fuimos el verano pasado, el High Club, aún no estaba en su sitio. Nombres de lugares de la Provenza que me suenan, Martigues, y de otros sitios de Francia en los que nunca he estado, Le Havre. Ayer no andaba viajando con mi hermano; hacía tiempo que no íbamos a ver una exposición con mis padres.
Según leí, al analizar la obra de Raoul Dufy, lo común es quedarse con su aspecto hedonista: el pintor de los placeres burgueses. Yo no había oído hablar de él hasta que mi padre, en el desayuno, me dijo que teníamos que ir al Thyssen. Paseando por el museo, comentando algunos cuadros con mi familia, daba la sensación de que el objetivo de la exposición era mostrarnos la evolución del pintor normando —a pesar de la belleza de algunos cuadros de su primera etapa, ése de las banderas el 14 de julio—. Dufy no se limitó a captar la luz de la Naturaleza ni a plasmar en sus lienzos escenas más o menos relevantes para el hombre moderno: poco a poco los colores van independizándose de los contornos, volviéndose arbitrarios hasta que aparece el negro: quizá sus últimos cuadros, la serie de El carguero negro, sean un presagio de su propia muerte.

Las frases que aparecían en las paredes del museo en las que Dufy mencionaba a Paul Cézanne a mí me llevaban de vuelta a la Provenza, a aquella tarde que eché en el taller del pintor de Aix tratando de entender por qué cuando Cézanne pintaba la montaña de Sainte-Victoire estaba marcando el paso a la Modernidad, esa manera de percibir la luz y la Naturaleza: no le hacían falta modelos para pintar Las bañistas, sólo integrarlas en el paisaje que se contempla desde uno de los ventanales de su estudio. En la obra, tan extensa, de Raoul Dufy caben cerámicas, grabados y texturas; hasta me pareció que en algunos cuadros estaba lo que, al parecer, era tan importante para Dufy: eso que no se ve pero que, de alguna manera, está ahí.

No me compré ningún póster en la tienda oficial de la exposición, pero estoy seguro de que hay varios cuadros de Dufy que no voy a olvidar. Aunque tardemos tiempo en volver a coincidir los cuatro en Madrid, siempre habrá algo que me haga regresar a la ciudad de mi madre en los días en los que mis padres nos llevaban a ver exposiciones. Puede que no vuelva a pisar ni el High Club ni el Promenade des Anglais, pero hay otras maneras de viajar.
PETER REDWHITE
Imágenes, Raoul Dufy:
Ventana en el Promenade des Anglais, Niza.
14 de julio, El Havre.
El campo de trigo. 

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