Hace unos días, alguien colgó en la red un video grabado durante
Hay pocas cosas tan infalibles como
la música y tan persuasivas, en concreto, como la percusión. No hay sonido más
puro y natural, más instintivo que el golpeteo repetido de algo sobre algo con
efecto rítmico. La percusión posee de un lado la fuerza de lo telúrico, de lo
físico, y mueve por ello a la acción y a la aproximación entre las personas; de
otro, tiene el arrobamiento de lo ritual, por lo que invita a la emoción y a la
espiritualidad. Su efecto es como el de una batería, recarga, estimula,
vigoriza. Incluso la percusión más elemental, la corporal: dedos tamborileando
sobre una mesa, manos palmeándose las rodillas, pies zapateando el suelo. Es la
música ideal para bailar, también para curar —hay terapias médicas basadas en la percusión corporal—, pero sobre todo es la música perfecta
para agrupar personas en torno a ideales y, por descontado, para acompañar todo
tipo de movimientos reivindicativos.

Bien en la música, bien en el activismo político, sin duda lo de Fela Kuti era hacerse seguir por mucha gente. Practicó la poligamia y se casó con veintisiete mujeres, subía al escenario con bandas compuestas a veces hasta de ochenta músicos y arrastraba multitudes como activista del anticolonialismo africano. No era solo la incomodidad política de sus letras —tal vez la más exitosa de todas Zombie, que atacaba al ejército nigeriano—, sino el poder cautivador de ese vagar musical interminable suyo sobre el escenario; su voz machacona, percutora, sobrevolando el mismo, concitadora de respuestas coreadas por el resto de la banda, como un predicador, como un adalid, como un chamán, pero sobre todo como un maestro de la música. Paradójico que alguien que toda su vida movilizó masas, acabase abandonado por sus propios músicos en el Festival de Jazz de Berlín, ante su intención de invertir la recaudación en su campaña electoral a la presidencia de Nigeria.
VIDEO DE YOUTUBE
Fela Kuti, al igual que otro grande de
la música que también arrastró multitudes como fue Freddy Mercury, murió de
SIDA. Eso sí que es un golpe y no precisamente sugestivo, más bien tan
perturbador que Kuti se negó a reconocer, no ya que padeciese la enfermedad,
sino que la misma existiese siquiera, atribuyéndola a un invento de los
blancos, llevando en este aspecto su africanismo hasta un extremo más que radical e inoportuno y su terca necedad al condenar de plano el uso del
preservativo. Es una lástima que mantuviese en un compartimiento estanco su
inteligencia para la música y no la aplicase a un tema en el que, cual
percusionista de Hammelin, habría podido convocar la "gran Marcha por la Vida" , persuadiendo a millones de africanos de una forma muy sencilla para que
utilizasen protección. Tan solo a golpe de voz y timbales.
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